Editorial

Venezuela: un cambio que puede tardar

Mundo · Fernando de Haro
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6 agosto 2017
La palabra dictadura ha dejado de ser una metáfora para describir lo que sucede en Venezuela. El inicio de los trabajos de la falsa Constituyente, la destitución de la fiscal general Luisa Ortega -una de las pocas voces libres del chavismo que se alzaba todavía contra Maduro-, el modo en el que los opositores Leopoldo López y Antonio Ledezma han ido y vuelto desde sus casas a la prisión de Ramo Verde son todos ellos indicios más que suficientes. La decisión del Vaticano de reclamar la suspensión de la Asamblea, elegida de forma fraudulenta para redactar una nueva Constitución, supone la constatación de que el presidente venezolano ha volado todos los puentes.

La palabra dictadura ha dejado de ser una metáfora para describir lo que sucede en Venezuela. El inicio de los trabajos de la falsa Constituyente, la destitución de la fiscal general Luisa Ortega -una de las pocas voces libres del chavismo que se alzaba todavía contra Maduro-, el modo en el que los opositores Leopoldo López y Antonio Ledezma han ido y vuelto desde sus casas a la prisión de Ramo Verde son todos ellos indicios más que suficientes. La decisión del Vaticano de reclamar la suspensión de la Asamblea, elegida de forma fraudulenta para redactar una nueva Constitución, supone la constatación de que el presidente venezolano ha volado todos los puentes.

La Secretaría de Estado está convencida de que en este momento no hay diálogo posible. Roma apuró hasta el final las posibilidades de un entendimiento, apuesta que muchos no entendieron. Es lógico que la Iglesia hablara con una voz a través de los obispos locales y con otra desde el Vaticano. Es una fórmula tradicional. Las críticas que ahora se formulan desde la Sede de Pedro pueden ser un buen ejemplo para Zapatero. El expresidente español intentó también una negociación que se ha visto frustrada por un régimen que no tiene ninguna voluntad de encontrar una salida a la situación. Ahora convendría que hablara.

Algunos exiliados cubanos encuentran muchas similitudes entre lo que está sucediendo este verano en Venezuela y lo que ocurrió en Cuba en enero de 1959, cuando Fidel Castro tomó el poder. No hay que exagerar los parecidos. No estamos ante un golpe sino ante un autogolpe de Estado. A diferencia de lo que ocurrió hace casi 60 años, en este caso hay un sólido bloque opositor que está resistiendo heroicamente al tirano, ahora no hay una Comunidad Internacional confundida (Estados Unidos reconoció el primer Gobierno de Fidel). Pero sí existe una alta posibilidad de que fragüe una dictadura sostenida por el ejército y por el negocio del narcotráfico de algunos de sus líderes. Una dictadura que, paradójicamente, no puede presentarse como la solución a la miseria del pueblo, al clima de terror y de violencia sino como una prolongación de una postración que dura ya demasiado tiempo.

El prejuicio economicista (liberales y marxistas coinciden) provocó que muchos pronosticaran un colapso del régimen chavista tan pronto como el precio del barril de petróleo comenzara a bajar. Cuando Maduro asumió la presidencia en 2013, el barril seguía en el entorno de los 100 dólares. A ese precio, el país estuvo recibiendo entre 1999 y 2014 una media de 56.500 millones de dólares anuales por la venta de crudo. Dinero suficiente para hacer políticas de clientelismo electoral y para financiar procesos populistas en la región. Ahora tenemos un barril en el entorno de los 50 dólares, la producción venezolana se ha reducido considerablemente. Pero el caos económico no ha provocado un colapso del chavismo. Ni los menos ingresos del oro negro, ni los 13.000 homicidios anuales, ni el que la malaria se haya disparado, ni la incalificable situación sanitaria que ha provocado la muerte de 756 mujeres durante el parto en el último año, ni el hambre de muchos que antes estuvieron bien alimentados, ni la malnutrición de los niños, ni la inflación que este año acabará en el 720 por ciento, nada de eso ha impedido la demolición del Estado de Derecho. Es un prejuicio ideológico pensar que cuanto mayores sean las contradicciones más posible es el cambio a mejor.

De hecho, ha sucedido lo contrario. Chávez siempre mantuvo una ambigüedad que le permitía presentarse como un líder democrático. Reformó la Constitución en 2009 para poder perpetuase, pero las elecciones cuando gobernaba eran relativamente limpias, como también lo fueron las legislativas de 2015 celebradas bajo Maduro. Fueron las que permitieron una victoria de la oposición en la actual Asamblea Nacional, la única que sigue siendo legítima. Después de lo que ha sucedido en los comicios de la Constituyente, la tradición de un régimen autoritario fundamentado en elecciones relativamente libres se ha roto. Para elegir a los miembros de la cámara que pretende blanquear la nueva dictadura, se marginó expresamente a los partidos democráticos y se recurrió no al fraude directo sino al fraude indirecto. La propia empresa encargada del recuento, Smartmatic, ha rebajado en un millón el número de votantes que, según el régimen, habría participado en los comicios. Eso los deja en 7 millones, por debajo de la consulta propiciada por la oposición días antes. Una información de Reuters apuntaba a que esa cifra había que dejarla en menos de 4 millones de votos. Sea cual fuera la cifra verdadera, habría que restarle todos aquellos que acudieran a las urnas por la presión y las amenazas. Y sea cual sea el resultado, apunta a que todavía el régimen cuenta con un apoyo sorprendente. La red de clientelismo político todavía sigue funcionando. Todo eso hace más necesario una estrategia clara de la comunidad internacional y de la oposición.

Mercorsur ya ha aplicado la Carta Democrática que supone la expulsión de la organización. De La OEA no se puede esperar nada porque está secuestrada por un puñado de estados bolivarianos y caribeños. Las sanciones tienen sentido siempre y cuando no sigan el modelo que se utilizó en Cuba, el embargo solo ha supuesto un castigo para la población. El camino es el que le ha propuesto España a la Unión Europea: las sanciones tienen que ser personales, encaminadas, sobre todo, a perseguir a los mafiosos chavistas que explotan el negocio del narcotráfico y guardan sus fortunas por el mundo. Es decisivo atacarles en la cartera y limitar sus movimientos. Dentro, la oposición tiene que evitar la gran trampa que le ha tendido Maduro con las elecciones regionales que se van a celebrar en diciembre. El régimen quiere volver a conseguir la división que logró en 2005, cuando la decisión de presentarse o no presentarse a los comicios legislativos generó una fractura entre los demócratas que duró años.

La gran diferencia con la Cuba del 59 es una sociedad civil que en los últimos meses y en los últimos años, a pesar de que el cerco del tirano se ha ido cerrando, ha sido capaz de organizar comedores e iniciativas solidarias, mantener una protesta en líneas generales pacífica. Esa es la gran novedad en una Venezuela en la que durante muchas décadas las diferencias sociales fueron la última palabra. Esa es la gran novedad y la gran esperanza, incluso si la dictadura llega a fraguar. A veces el cambio propiciado por el poder de los que no tienen poder tarda en llegar.

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