Venezuela hoy

Mundo · Aliosha Miranda
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4 octubre 2017
Oliver Sacks decía: «lo mejor que podemos hacer es escribir –inteligentemente, creativamente, evocativamente– acerca de cómo es vivir en la realidad en que vivimos». Pues bien, cuando se viven tiempos como los que se viven hoy en Venezuela es necesario contar el drama que se vive, no para quejarnos y sentarnos a llorar, sino para que se evidencie el sinsentido que una ideología puede traer a un pueblo entero, para que el sufrimiento humano nos ayude a salir de la banalidad irritante en que vivimos, para dejar claro que la esperanza de la vida no puede estar en un proyecto político, para ver los terribles resultados que puede traer el odio hacia el otro.

Oliver Sacks decía: «lo mejor que podemos hacer es escribir –inteligentemente, creativamente, evocativamente– acerca de cómo es vivir en la realidad en que vivimos». Pues bien, cuando se viven tiempos como los que se viven hoy en Venezuela es necesario contar el drama que se vive, no para quejarnos y sentarnos a llorar, sino para que se evidencie el sinsentido que una ideología puede traer a un pueblo entero, para que el sufrimiento humano nos ayude a salir de la banalidad irritante en que vivimos, para dejar claro que la esperanza de la vida no puede estar en un proyecto político, para ver los terribles resultados que puede traer el odio hacia el otro.

Sin embargo, no es fácil.

No es fácil contar lo que pasa aquí. La situación nos ha llevado a ver situaciones humanamente horribles, genera tanto dolor todo lo que se está viviendo en mi país que resulta difícil ver a Venezuela hoy sin que te invada una sensación de tristeza.

Es difícil ver a Venezuela hoy.

Es difícil ver que se fue la luz y dos bebés murieron.

Sí, eso fue lo que pasó el pasado 19 de septiembre en la Maternidad Concepción Palacios de Caracas. Se fue la luz en la madrugada, cerca de la 1:00 AM, la planta eléctrica dispuesta para casos de emergencia no funcionó y el hospital quedó a oscuras; y esto bastó, esto fue suficiente para que dos bebés que estaban en cuidados intensivos perdieran la vida. Así de mal están los hospitales en este país. No, no hace falta un terremoto, una epidemia o una catástrofe, sólo hace falta que la luz se vaya. No, no fue ineficiencia de los médicos, ellos hicieron lo que pudieron, se fue la luz y ni siquiera la planta servía. El sistema de salud que ofrece la dictadura es tal que basta un apagón para destrozar el corazón de dos madres, para negarles la posibilidad de ver crecer a sus hijos y educarlos.

Algunos días después, el 27 de septiembre, Germán Rojas, miembro de la directiva nacional de la Sociedad de Pediatría, informó que hasta el 16 de septiembre habían fallecido 198 neonatos solamente en el estado Nueva Esparta. Es difícil recordar que en mayo del presente año el Ministerio de Salud (cifras oficiales) admitió que 11.466 recién nacidos murieron durante 2016 y que lo más probable es que este año la cifra aumente. Pareciera que en Venezuela ya no existe el derecho a nacer, es como si la dictadura estuviese empeñada en quitarles el derecho a la vida a nuestros bebés.

Es difícil ver a la gente buscando comida en la basura.

Es difícil salir a las calles de Caracas y ver tanta gente buscando comida en la basura. Ver que una madre busca alimentos entre las inmundicias mientras sus hijos la observan esperando un bocado. Y no es una simple percepción: según un estudio de Cáritas hecho en junio del presente año, una de cada 10 familias venezolanas buscan comida en la basura. Y es que la escasez de alimentos es brutal, no sólo se ve en este fenómeno, se ve también en los niños que mueren por desnutrición, en el peso que los venezolanos hemos perdido involuntariamente, en los comedores universitarios cerrados, en los anaqueles de los mercados vacíos, en la deserción estudiantil o en las interminables colas que hay en los supermercados. Da rabia ver el hambre que está pasando este pueblo.

Es difícil ver tantos asesinatos.

Es difícil ver, por un lado, que según el Observatorio Venezolano de Violencia desde 2011 hasta 2016 hubo 150.000 asesinatos en el país, y luego, por el otro, ver que según cifras oficiales esa misma cantidad de personas murieron en la Guerra de Iraq desde 2003 hasta 2011. Es absurdo que se haya vuelto tan común el asesinato en esta patria, es absurda la inseguridad en la que se vive y la degradación que ésta ha traído a tantas ciudades del país, asusta ver que personas cercanas han sufrido en carne propia este fenómeno y que el próximo podrías ser tú o quizás un ser querido. Venezuela no está en una guerra, pero los niveles de violencia que vivimos no tienen nada que envidiarle a la Guerra de Iraq. Así de mal estamos.

Es difícil ver a Venezuela hoy, pero hay un tema en particular que genera un dolor particular, un dolor que con tanta facilidad se convierte en rabia. No, no hablo del penoso estado en que se encuentra nuestra industria petrolera (esa que hace no muchos años era de las mejores del mundo), tampoco de la reaparición de epidemias erradicadas en varios estados del país (esas epidemias que fueron erradicadas por uno de los mejores programas de salubridad que el mundo vio en el siglo XX) y tampoco hablo de estado de nuestras universidades (esas mismas universidades que hace pocos años le vendían tecnología a países desarrollados de Europa y Asia). No, hablo de la actitud de nuestros gobernantes.

Es difícil ver a nuestros gobernantes. Ver que Delcy Rodríguez se sienta en el palco del Palacio Legislativo con una sonrisa altanera, como si hubiese llegado ahí a través de una elección justa, verla levantar su mirada hacia la cámara cubierta de soberbia y arrogancia. Ver que desde que se instaló la constituyente el gobierno no ha hecho más que perseguir al que piensa distinto, inhabilitar dirigentes opositores que se ven obligados a asumir la clandestinidad para no ir presos, para no ser torturados física y mentalmente por la dictadura. Ver, por otro lado, que el gobierno no ha realizado ninguna política para atender las necesidades del pueblo; los neonatos siguen muriendo, la gente sigue comiendo de la basura y cada vez hay más asesinatos, mientras tanto nuestros gobernantes sólo hablan de luchar contra el imperio y la extrema derecha, es más importante destruir a ideología contraria que atender las necesidades del pueblo. Ver que, después de cuatro meses de protestas e incontables muertos –realmente son incontables, hay cifras que hablan de más de 130 muertos, otras hablan de más de 150–, la dictadura sigue sorda ante el grito del pueblo.

Al ver lo que la dictadura venezolana está creando llegan a la mente palabras de Camus: «Estamos en el tiempo de las ideologías totalitarias, es decir, ideologías bastante seguras de sí mismas, de su razón imbécil o de su corta verdad para no ver la salvación del mundo más que en su propio dominio». Y es que la dictadura venezolana ya no busca la salvación del mundo, sólo busca la salvación de sí misma, por eso, a través de la constituyente, está creando una obra totalitaria, una obra que busca el aplastamiento del otro y perpetuarse en el poder para no tener que enfrentarse a la justicia.

Espero que a través de estas líneas se pueda intuir lo que vive Venezuela, repito, no para sentarnos a llorar, sino para que esta realidad nos ayude a salir de la banalidad irritante en la que tantas veces vivimos, para que nos preguntemos seriamente cómo se puede vivir y a qué se le puede apostar en una situación así.

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