Venezuela es Occidente

Editorial · Fernando de Haro
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29 noviembre 2021
Ha pasado ya más de una semana de la celebración de las elecciones regionales en Venezuela. Ya podemos hacernos una idea más precisa de lo que ha sucedido en los comicios de ese país.

Las elecciones a gobernador, con poco peso político, habían sido defendidas como un test para verificar si el régimen de Maduro, convertido desde hace tiempo en una dictadura de hecho, podía llevar a cabo un proceso electoral e institucional que devolviera la democracia a los venezolanos. Iban a ser un experimento para comprobar si se pueden celebrar unas elecciones presidenciales realmente limpias. Desde hace meses hay en marcha unas nuevas negociaciones, en este momento interrumpidas, entre oposición y Gobierno. El chavismo busca conseguir algo de legitimidad y reducir la presión que le generó que Guaidó fuera elegido presidente de la Asamblea Nacional opositora desde enero de 2019, y reconocido como presidente interino por Estados Unidos y decenas de países.

Aparentemente el resultado del pasado domingo le otorga esa legitimidad que buscaba. El chavismo consiguió hacerse con 20 de los 23 gobiernos regionales y el de Caracas. Los líderes de la oposición se mantuvieron en silencio tras anunciarse el resultado. Después de que esa oposición haya estado mucho tiempo sin participar en una cita electoral, algunos de sus líderes animaron a votar para derrotar a la gente de Maduro. El fracaso parecía total. Una misión de observadores de la UE, en contra del criterio del Partido Popular Europeo, se desplazó para controlar si se respetaban unas reglas mínimas. Y concluyó que las condiciones habían mejorado.

¿Por inconcebible que parezca cuenta Maduro con un amplio respaldo popular que lo acredita como un líder democrático? ¿Son nuestros prejuicios los que nos lo impiden reconocerlo? Lo cierto es que detrás de las apariencias se sigue escondiendo un régimen que cabalga entre lo autoritario y lo totalitario. El resultado electoral se produjo con una bajísima participación de poco más del 40 por ciento, a pesar de que el Gobierno intentó por todos los medios, incluidas las amenazas, sacar a los venezolanos de sus casas. El chavismo fue casa por casa en los principales pueblos y ciudades para que las urnas se llenaran y no lo consiguió. La abstención ha sido una forma de protesta. El día de la votación se respetaron de algún modo procedimientos electorales que pueden dar la impresión de que se celebraban elecciones libres. La presión se había ejercido antes. Los partidos de la oposición fueron intervenidos hace meses, nacionalizados. El sistema de subsidios ha creado una amplia red clientelar en un país donde toda la población es pobre y la inmensa mayoría vive con menos de un dólar al mes. Todos los medios de comunicación están en la órbita del Estado. Sigue habiendo centenares de presos políticos en las cárceles y las “ejecuciones extrajudiciales” por parte de la policía son frecuentes. La misión de la UE, aunque habló de “mejoras”, reconoció “la falta de independencia judicial y que algunas leyes afectaron a la igualdad de condiciones y la transparencia de las elecciones”. Tampoco hay libertad de expresión ni derecho a la información.

A menudo, cuando se habla de Venezuela y de otros países de Latinoamérica se piensa que están condenados necesariamente al populismo. Fue la famosa tesis de Huntington a mediados de los años 90 cuando aseguró que Latinoamérica no era Occidente. Era un mundo que había incorporado elementos de viejas civilizaciones indígenas. Se había creado con un mestizaje, con una cultura populista que Europa tuvo en menor grado y que América del Norte nunca sufrió. Eso explicaría que los países de la región fueran “países desgarrados”. Por eso, en The Hispanic Challenge, Huntington llegó a afirmar que los hispanos o los latinos que habían llegado a Estados Unidos eran la mayor amenaza que sufría el país. Estados Unidos no ha estado a salvo en los últimos años del populismo pero no porque se haya convertido ya en un país demográficamente latinoamericano sino por la insatisfacción de un porcentaje alto de la población blanca. América Latina es el “nuevo Occidente”, el producto de un mestizaje donde se renovó, quizás por última vez, el alma occidental. No hay nada en su genética que condone al populismo, si acaso fue un problema el modo en el que las elites no mestizas hicieron la revolución liberal.

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