Venezuela, ´el salto atrás´
“La ideología totalitaria no apunta a la transformación de la existencia humana ni al reacomodo revolucionario del ordenamiento social, sino a la transformación de la naturaleza humana que, tal como es, se opone al proceso totalitario: […] Está en juego la naturaleza humana en cuanto tal y, aunque los experimentos realizados lejos de
cambiar al hombre han logrado solo destruirlo, se argumenta [con las limitaciones “externas” que el totalitarismo pretexta] que se necesitaría el control de todo el globo terráqueo para ver verdaderos y conclusivos resultados” (Hannah Arendt).
Un jocoso y aleccionador sainete venezolano de 1924 lleva el nombre de “El salto atrás”, expresión que define a bebés que genéticamente se acercan más a generaciones anteriores que a sus padres. Temo, sin embargo, que el título no viene al caso por motivos tan festivos ni didácticos como los que llevaron a Leoncio Martínez a escribirlo. Venezuela está siendo objeto, más que protagonista, de un gigantesco salto histórico; solo que este empujón no es precisamente hacia adelante.
El aspecto catastrófico determinado por un armatoste donde vemos confabularse corrupción a escalas nunca vistas, hipertrofia y destrucción de las instituciones del Estado, impunidad de una delincuencia cada vez más audaz e implacable, devaluación e instrumentalización del sistema educativo, domesticación y aplastamiento de la iniciativa de todo un pueblo, y manipulación devastadora de la economía venezolana, no tiene parangón en la historia de las dictaduras latinoamericanas. Ni siquiera la dictadura castrista ostenta sin pudores tal colección de males.
Quienes observan esta acumulación de calamidades, generalmente la atribuyen a ineficiencia y bestialidad, pensando estar ante una dictadura más y consolándose unos a otros con la sosa cantinela de “Y va a caeeer… Y va a caeeeer”, como si estuviésemos ante las barbaries de un Pérez Jiménez, un Pinochet, o una junta militar cualesquiera.
No miden el alcance malignamente suprahumano que implica lo que el torvo y campechano iluminado de Sabaneta quiso inocular, con la gigantesca jeringa que los petrodólares le concedieron, en el alma venezolana. Es un “experimento” –como lo define Hannah Arendt en el epígrafe– que desprecia y odia a priori el corazón antropológico de nuestra cultura, que pretende enmendarle la plana al venerado Simón Bolívar (a quien en el fondo el chavismo considera un admirable fracasado), y que aspira a hacer tabla rasa con la nación entera para cocinar su Frankenstein socialista a cualquier coste. No hay, en este delirio del permanente “por ahora”, otro proyecto inmediato que la destrucción total de la historia y la eliminación de los límites externos que obstaculizan la implantación de algo que solo el diablo conoce, pues los cabecillas mismos ignoran el destino final adonde empujan a Venezuela.
Lo que asoma en el momento es una devolución que se hace llamar revolución y, en este proceso devolucionario un país completo es privado de 10.000 años de historia humana para ser forzado hacia la más tosca prehistoria. El historiador V. Gordon Childe llamó revolución neolítica a la primera transformación radical de la forma de vida de la humanidad, que pasa de ser nómada a sedentaria y de economía depredadora (caza, pesca y recolección) a productiva (agricultura y ganadería). De ese salto milenario surgió la humanidad trabajadora, plena de iniciativa transformadora de la naturaleza, reflexiva y responsable que llamamos “civilización”. Esta, en sus diversas expresiones incluyendo las mal-llamadas primitivas, exhibe esa actitud de distintas maneras. Pero es a esa humanidad que se quiere herir de muerte para acomodar un espantoso muñeco. Las colas en los automercados, donde vegetan centenares de miles, desmontan la iniciativa responsable para sustituirla por dependencia servil de una nueva forma de naturaleza salvaje: el estado dadivoso y arbitrario, y el buhonerismo (también el “bachaqueo” de productos regulados a precios imposibles, que es su culminación), el atraco y el secuestro como rapiña, sustituyen el trabajo productivo por formas inéditas de caza y pesca primitivas donde la presa somos los demás venezolanos. Por último, la fe religiosa basada en gratitud y estupor pretende ser sustituida por toscas idolatrías alimentadas por el terror.
Contrarrestar este gigantesco y forzado éxodo de regreso a la prehistoria es el verdadero objetivo que toda política gremial, partidista, comunal, que se precie, tiene que fijarse. Y denunciarlo, oponiéndosele de corazón, es el gran clamor necesario en la garganta de nuestras mujeres y hombres de bien. Un desafío de quienes quieran hacer, justa y precisamente, historia.