Urgen políticas para el encuentro

Mundo · Ferrán Riera, director de la Escola Llissach
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30 octubre 2017
Hace unos días este periódico publicaba una entrevista con Ferrán Riera, director de la Escola Llissach (Santpedor), a la que contestó el pensador Mikel Azurmendi. El diálogo continúa.

Hace unos días este periódico publicaba una entrevista con Ferrán Riera, director de la Escola Llissach (Santpedor), a la que contestó el pensador Mikel Azurmendi. El diálogo continúa.

Querido Mikel:

Desde que leí tu carta (porque fue eso antes que un artículo) llevo en el corazón el deseo de responderte. No para justificar ni matizar lo que dije en la entrevista publicada en PáginasDigital el pasado 4 de octubre con el título “Despertaremos, quizás, con una Catalunya independiente y habrá mucho sufrimiento” y a la que aludías días después en tu artículo publicado en el mismo medio con el título “A propósito de una entrevista sobre la situación en Catalunya”. Más bien lo que me mueve es el deseo de que sigas ayudando a entender más lo que quiero decir al obligarme, por un lado, a usar palabras más adecuadas que expresen mejor lo que pienso y, por otro, a pensar y descubrir las incoherencias o lagunas en el propio razonamiento. Así que tan solo tengo palabras de agradecimiento a la seriedad con la que acoges nuestra amistad y la haces valer para escribirme a los pocos días de salir publicada mi entrevista.

Corrígeme si me equivoco, pero de tu mensaje entiendo que no es que la ideología te parezca mal sino que simplemente te parece algo inevitable de la condición humana y que por tanto el debate no está en ideología sí o ideología no sino en si la ideología es buena o es mala.

Antes de entrar en materia me parece que es bueno diferenciar “ideología” de “ideas”. Últimamente cualquier idea que lleva consigo una propuesta parece que va asociada a una “ideología”. Creo que sería útil a la discusión ponernos de acuerdo en considerar ideología al constructo de ideas, corolarios y dogmas que se crea alrededor de un “tema” o varios “temas” principales, con el cual se intenta dar respuesta a todos los ámbitos de la realidad social. Por eso podemos hablar de ideología fascista, comunista, nacionalista… etc. Desde esta perspectiva la “ideología” es una especie de andamiaje que te aleja de la realidad pero no se trata de algo inevitable y connatural a la condición humana. Opera por la imposición, por parte de unos pocos, de un sistema de pensamiento que, por otro lado, suele tener “asideros” en verdades o medias verdades que facilitan la asunción de dicho sistema por parte de la muchedumbre que sufre dicha imposición.

En cambio, las “ideas” que todo hombre debería tener pueden o no derivarse de la convivencia con las ideologías y son necesarias e inevitables porque a través de la idea el hombre piensa, categoriza y describe la realidad de forma comprensiva. Las “ideas” políticas, sociales, económicas… como tales son siempre incompletas (“en la tierra y en el cielo, Horacio, hay más cosas que las que puedes soñar en tu filosofía” – Hamlet) pero se van perfeccionando, corrigiendo e incluso mutando a través de la experiencia de los hechos en una iteración constante. En ese sentido, no podemos decir que toda idea pertenece a una ideología o que operar teniendo en cuenta una idea siempre es ideológico. Se opera a partir de una idea siempre pero el comportamiento es ideológico cuando el “hecho” no matiza y corrige la idea o, si lo preferimos, cuando la “idea” aplasta el hecho.

Me interesa mucho esta relación entre idea y hecho. La batalla de las ideas, esa que tú tan bien conoces por tu trayectoria de “compromiso” social con el bien y con la búsqueda de la “buena vida”, la que puedes narrar (y lo haces) ayudándote y ayudándonos a comprender con ejemplos de tribus, ritos ancestrales y tradiciones que conoces como buen antropólogo, necesita para que sea útil –para que nos sirva realmente– de la verdad, y la verdad solo se alcanza a través de la experiencia, y la experiencia requiere de libertad y de una lealtad excepcional no a las propias ideas (que pueden ser depuradas, corregidas, matizadas, abandonadas en la experiencia) sino a uno mismo y lo que a uno le sucede en el impacto con la realidad, con el aspecto de la realidad que le ha “convocado” a hacer el camino de esa experiencia concreta.

Hecho este preámbulo, quiero comentar dos puntos de los que tú hablas en tu carta y añado después algunas notas que creo que pueden servir en nuestro diálogo.

1.- Dices en tu artículo-comentario que compartes el análisis sociológico que hago en la entrevista citada pero no la solución política que saco “de la chistera” en el momento en que la respuesta que esperabas por mi parte era una solución de tipo más bien cultural. En mi descargo tengo que decir que, de hecho, esa “solución política” que pasaba (me remonto a los días posteriores al 1 de octubre) por un ceder unilateralmente, por aflojar en aras de no propagar ni aumentar el mal, es la respuesta a una pregunta de Fernando de Haro que irrumpe en el horizonte de la entrevista con la pregunta sobre las posibles soluciones o esperanzas a medio-corto plazo. En todo caso he de decirte que la respuesta (que no sé si tiene verdaderamente categoría de solución política) sí que tiene en cuenta la descripción de cómo veo al hombre de hoy y lo que a mi parecer necesita este hombre. Después ahondaré en ello.

2.- Sobre las reacciones al día 1 de octubre, en concreto desde el colegio que dirijo, expresamos el rechazo a la irresponsabilidad política que nos había llevado hasta aquella situación y sí, entendimos que las medidas policiales adoptadas en algunos lugares y que todos habíamos podido ver no guardaban proporción con el acto que se quería evitar y, sobre todo, no se compadecían con la lectura necesaria e inteligente sobre los acontecimientos que sucedían. En todo caso nos pareció que en absoluto ese proceder iba a ser una ayuda para acercarnos a una solución. Las fuerzas de antidisturbios (y esto también lo dicen miembros de las fuerzas de seguridad con los que he hablado) deben actuar cuando están ciertas de que el desorden social que van a evitar es mayor que el que van a producir con su actuación. Entiendo que esa decisión es siempre prudencial y no voy a detenerme a enjuiciar esa aciaga jornada mucho más allá de indicar que la responsabilidad de lo que sucedió el 1 de octubre es proporcional al grado de autoridad de las personas implicadas. Porque lo que verdaderamente sucedió, más allá de las escenas que tan intencionadamente se han distribuido por las redes sociales, es un desencuentro aún mayor, un crecimiento del desafecto mutuo, el ensancharse de un abismo que separa sensiblemente al menos la mitad de Catalunya del resto de España, fruto del uso de la violencia por ambas partes porque, evidentemente, también es una violencia que haya centenares de miles de personas en la calle implicadas en un acto que es ilegal.

En el último tramo de esta carta, Mikel, quiero añadir algunos elementos que no salieron en la entrevista de Fernando de Haro entre otras cosas porque no los había pensado aún pero que me parece que ayudan a afinar más el crítico juicio sobre la relación entre la crisis antropológica (crisis de lo humano) y la crisis política que estamos viviendo y de cómo atender las dos cosas a la vez (de hecho son inseparables).

Por lo que ya hemos hablado podemos concluir que la crisis política que estamos viviendo es la punta de un iceberg formado por una tremenda y profunda crisis antropológica cuyos elementos sintetizaste en tu artículo. Con esto en absoluto separo antropología de política pero sí que distingo precedencias. A lo que ya hemos comentado hasta ahora (caída de las evidencias, relativización del valor de la ley y de la autoridad, exaltación de la propia decisión y subjetivismo…) quiero añadir 3 puntos más y finalizar con una propuesta de respuesta a la situación.

1. Si alguna cosa hemos visto entre nosotros estos días es el crecimiento de la extrañeza. La extrañeza entre “independentistas” y “unionistas”, extrañeza entre miembros de la misma familia al tomar posturas diferentes ante la situación, extrañeza entre miembros de la Iglesia porque pretenden dar (en el mejor de los casos) respuestas que están en diferentes registros de incidencia social, cultural y política. Pero la extrañeza puede “crecer” porque de hecho está ya antes de forma incipiente o embrionaria. La buena noticia es que esta extrañeza nos molesta sencillamente porque no estamos hechos para ella, porque estamos hechos para ser parte los unos de los otros. Todos los intentos ingenuos para crear una gran fraternidad humana por parte de los hombres son expresión de ese deseo último de ser uno con el otro. ¿Qué resuelve este callejón sin salida? No es posible entre dos personas eliminar por completo el fenómeno de la extrañeza sin la irrupción de un acontecimiento, de algo de fuera que reclame las fuerzas, los afectos y la razón. Algo de fuera de la relación que sucede dentro de la relación. Podríamos poner muchos ejemplos que documentasen esto que digo Mikel, pero esta carta aún se alargaría más.

2. Esta revolución que estamos viviendo (porque se trata de eso) no es una revolución al uso de los dos últimos siglos. Parece claro que parte del constructo ideológico del nacionalismo va imbricado a su vez en el constructo ideológico del progresismo social y de los denominados “antisistemas”. Pero si miras con atención a la gente de la calle y hablas con ellos se te harán evidente perplejidades, contradicciones e inconsistencias que te llevan a reconocer que en gran medida el pensamiento de los hombres es un vacío (¡líquido!) que está atravesado por algunas consignas y poco más. Prueba de ello es que muchas de las conversaciones acaban con un “pero yo no lo veo así” o un “eso no es verdad”. Por otro lado es, cuanto menos, curioso todas las apelaciones a la verdad que se hacen en un momento en el que lo más difícil de saber es precisamente la “verdad” simple de los hechos. La información en las redes sociales, pero también la redacción de la mayoría de los periodistas, están llenas de la propia posición previa y de la ansiedad de quien escribe ante lo que sucede o ante lo que teme que pueda suceder.

Con todo esto, me parece que la acción política, para ser justa y eficaz, debe tener en cuenta en la medida de lo posible al hombre que “hoy” es el objeto de dicha acción.

3. Si alguna cosa caracteriza a la sociedad en la que vivimos es la falta de la experiencia de la misericordia. No en vano el Papa Francisco le dedicó todo un año al tema. Lo veo en el colegio, en la relación con los padres, lo vemos estos días en las reacciones de algunos políticos y en cómo se anima a la gente a no olvidar los agravios. Podría ponerte un sinfín de ejemplos de los de estar por casa y de los públicos. Este fenómeno es transversal a todo y subyace en gran parte del desastre educativo que tenemos, pues afecta directamente a la consideración del error por parte de unos y de otros y, cómo no, a su corrección. A mi parecer tiene el efecto de consolidar ciertos aspectos de la posición humana en la postmodernidad. De la falta de misericordia, de la imposibilidad de perdonar y de ser perdonado, nace el aislamiento, se fosiliza la desvinculación de la que habla Bauman, se cae de forma clamorosa en la subjetividad y el narcisismo porque a falta de que nadie te pueda afirmar pese a tu mal, solo queda tu propia afirmación. Es la afirmación de un yo vacío de contenido que se ha ido forjando a base de selfies, de estados de whatsapp y perfiles en las redes sociales, hasta el punto de que gran parte de la jornada laboral de tantos adultos está atravesada por la autocontemplación de quien está pendiente siempre de cómo lo ven, de lo que dicen de él y de cómo lo valoran. En este sentido también las manifestaciones de estos días pueden leerse en clave de inmensos selfies grupales (aunque, como siempre, tampoco esto que digo lo explica todo).

No entender o no tener en cuenta la dinámica del deseo humano, la naturaleza del hombre, la matización que añade la postmodernidad a esa naturaleza y la necesidad existencial de misericordia que todos (dirigentes políticos incluidos ) sufrimos, convierte las respuestas políticas (incluidas las bienintencionadas) en palos de ciego que suelen ahondar más en las heridas abiertas.

Llegados a este punto cabe decir que tan sólo la persona de Jesús de Nazaret está a la altura de responder verdaderamente a todo lo planteado. He escrito expresamente persona y no figura o pensamiento, porque lo que aporta Cristo a la humanidad no lo aporta como conjunto de dogmas, ideas, pensamientos o propuesta antropológica o cultural, sino que lo aporta con toda su persona. Lo podemos ver cuando nos acercamos sin prejuicios a los relatos del encuentro que el Dios-con-nosotros tiene con la Samaritana, Zaqueo, María Magdalena o la viuda de Jairo por citar a algunos, pero también por el testimonio de los cristianos que a lo largo de la historia han aportado, con su presencia, luz, paz, paciencia y humor en las circunstancias más imposibles de aceptar o vivir por la mayoría de los hombres. Es el testimonio de los santos (los de hoy y los de ayer) que nunca podrá ser oscurecido ni tan sólo ensombrecido por el pecado y la infidelidad innegable de la propia Iglesia. Sus hechos (esos que sirven para matizar, cambiar y reformar las ideas) quedarán para siempre delante de quien los quiera mirar y serán siempre la posibilidad para que uno reconozca de nuevo qué forma, qué método y qué tipo de amistad corresponde a la vida humana.

Querido Mikel, no sé si todo esto te parecerá abstracto y poco concreto a la hora de afrontar el problema político que vivimos en este momento. A mí no me lo parece. Es más, no veo otra forma de afrontar nuestra responsabilidad personal y social como cristianos que no sea esta.

De todos modos tengo que decir que humildemente creo que de todo esto se puede derivar una praxis política. Me explico:

A estas alturas de partido espero que todos seamos conscientes de que nuestra sociedad y occidente en general, salvo en contadas experiencias excepcionales, no se puede considerar una sociedad cristiana. Quizá formalmente en algunos lugares aún lo es pero solo falta que preguntes ¿qué significa la salvación que Cristo introduce en el mundo y por qué te interesa esta salvación a ti? para que te des cuenta de que poca fe queda, a parte de la formalidad, en nuestro substrato, incluso (y me incluyo en ello porque lo descubro así) en aquellos que formamos parte de lo que podríamos decir la “Iglesia militante”. ¿Qué propuesta podemos y debemos hacer los hombres a los hombres, entonces, si Aquel que tiene el “poder” para responder a verdadera naturaleza de nuestro deseo, de nuestra exigencia de libertad y de justicia, no está presente ni como perspectiva o posibilidad en el horizonte vital de la mayoría de las personas? ¿Qué tipo de experiencia (esa que al principio de la carta te decía que nos permite comprender la verdad y que tenía la capacidad de moldear las ideas) debemos proponer desde todos los ámbitos de la vida común (incluido, cómo no, el político) para que sea posible la construcción de la “vida buena”, para que nos podamos reconocer viendo cómo la extrañeza disminuye y el deseo de la misericordia aumenta?

El encuentro es el fenómeno humano en el que se da la experiencia necesaria para destruir la subjetividad llenándola de “otro”, entregando certezas suficientes para nadar en medio de la dificultad para conocer la verdad. No en vano el Papa Francisco ha hecho una llamada a construir lo que él denomina la “cultura del encuentro”. En el encuentro entre los hombres se despierta el “yo” que reclama a la vida común, a la pertenencia a la sociedad y a los iguales, al deseo de llegar a todos y de no dejarse a nadie por el camino y, por ende, se sitúa al propio hombre en la posición adecuada para captar y seguir todo aquello que sirva para este fin.

Urgen políticas que favorezcan a todos los niveles esa cultura del encuentro. Políticas que empujen la legislación y ejecuten decisiones que construyan en la lógica siempre nueva de la cultura del encuentro.

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