Nagib Mahfuz

Una voz en defensa de los derechos humanos

Mundo · Hafez Haidar
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26 noviembre 2014
Los miembros del Isis y los talibanes recurren a menudo al uso de las armas y la violencia con la intención de extirpar las raíces de la libertad y la democracia de los pueblos. En nombre del islam matan inocentes en directo, lapidan públicamente a las mujeres, interpretan el Corán a su gusto. 

Los miembros del Isis y los talibanes recurren a menudo al uso de las armas y la violencia con la intención de extirpar las raíces de la libertad y la democracia de los pueblos. En nombre del islam matan inocentes en directo, lapidan públicamente a las mujeres, interpretan el Corán a su gusto.

Estos chacales, mercenarios, sedientos de gloria, poder, notoriedad y dinero, se declaran dispuestos a golpear a Occidente, presunta fuente de todo mal, pero traicionan los dictados del islam basado en la igualdad y la fraternidad universal, y sigue destruyendo deliberadamente todo lo que sus antepasados produjeron desde el punto  de vista científico, artístico y literario.

En sus textos, Nagib Mahfuz ha puesto en guardia insistentemente a árabes y europeos frente a los peligros del fanatismo despiadado y el fundamentalismo ciego y violento, y ha analizado las cusas que han generado esta pesadilla, el morbo de nuestra sociedad, el oscuro rostro del islam. Intentando defender el verdadero mensaje de las religiones monoteístas basado en la tolerancia, el perdón y el amor infinito, ha afirmado:

“Las religiones nacieron para difundir el amor y el perdón; si terminan convirtiéndose en un medio de violencia y terrorismo habrá que buscar en las condiciones sociales y políticas de la comunidad las causas que han llevado a tal cambio. Ninguna religión utiliza la violencia y el terrorismo como instrumentos para difundir sus dictados. No existe una religión que amenace con un cuchillo a sus seguidores para obligarles a abrazarla. El islam ocupa el primer puesto en este sentido: Dios ha dicho que no existe ninguna constricción en la fe, quien quiere creer cree y quien no quiere puede repudiar su propia fe.

Si observamos la situación existente en el mundo musulmán, nos damos cuenta de que existe un sentimiento global de descontento desde hace mucho tiempo, fruto de una crisis económica despiadada.

Y una ausencia de libertad política. Después de las batallas de liberación, muchos de los países del tercer mundo islámico obtuvieron su independencia y empezaron a adoptar estrategias de desarrollo económico y social. En el mundo árabe hemos conocido el nacionalismo y el socialismo, pero a finales de los años sesenta todo eso se derrumbó ante nuestros ojos. El nacionalismo árabe, la ideología laica que unía al musulmán y al cristiano, fue derrotado tras la guerra de 1967, y el socialismo perdió sus fundamentos en los años 70 y 80, para luego caer definitivamente. ¿Dónde hay que ir ahora? Es natural que el hombre, en los momentos de crisis económica y social, vuelva a sus viejas raíces buscando un refugio, recordando una verdad absoluta (la religión) que no pueda caer con el paso del tiempo, como las demás ideologías laicas, hoy en decadencia.

Volver a las propias raíces religiosas constituye un progreso, pero lo malo de este fenómeno reside en el retorno a la violencia que genera el terrorismo. Debemos recordar que este fenómeno representa una reacción a la degradación de la situación política, económica y social. Cuanto más aumenta la degradación, tanto más crece la reacción violenta.

El joven que completa sus estudios y se enfrenta a la vida con la esperanza de vivir bien, al final descubre que no tiene sitio en esta vida, no encuentra trabajo a causa del desempleo y ni siquiera una casa. Si no tiene empleo, ni vivienda, ni estabilidad económica, ¿dónde irá? Si todas sus exigencias parecen poder verse realizadas gracias a una corriente religiosa sublime, esta ejercerá una fortísima atracción.

Con el tiempo, el sueño de estos jóvenes se transforma en una pesadilla que nos invita a permanecer despiertos no solo en Egipto sino también en Argelia, Sudán e Irán, ¿cómo podemos vivir con esta pesadilla?”.

A causa de estas declaraciones, los fundamentalistas decidieron matar a Nagib Mahfuz, al considerarlo un personaje incómodo y blasfemo.

Un día, después de la oración del viernes, el líder de la gran mezquita de Al-Azahar, Omar ‘Abd al-Rahman, emitió la siguiente condena en relación a Mahfuz: “Según la ley islámica de la sharía, el voraz escritor indio Salman Rushdie, autor del blasfemo libro Los versos satánicos, y su colega Nagib Mahfuz, escritor del famoso libro Hijos de nuestro barrio, deben considerarse incrédulos, enemigos del islam. Hay que matar a quienes difaman contra el islam: si hubiéramos asesinado a tiempo a Mahfuz, no habría aparecido Salman Rushdie”.

Algunos musulmanes fanáticos decidieron eliminar al hombre del pueblo, un escritor que desgastó su vida en los barrios populares, en los cafés y en los zocos, describió magistralmente en sus obras el sufrimiento, el dolor, la alegría y la esperanza de la clase media y de la gente común, y luchó por los derechos de la mujer y la emancipación de los jóvenes mediante el trabajo y la educación.

Después de aquella predicación incitando al ocio y a la intolerancia, efectivamente dos fundamentalistas musulmanes orquestaron un diabólico plan contra Mahfuz: en octubre de 1994 uno de ellos se lanzó con furia contra el escritor, atacándole con un cuchillo de cocina y causándole una herida en el cuello. Durante el interrogatorio, los terroristas reconocieron que no habían leído nunca la novela acusada y que habían actuado en nombre de Alá. Tras este terrible atentado, el autor egipcio más amado no pudo volver a usar su  mano derecha para escribir, sufrió daños en la vista y en el oído a causa de las heridas en un nervio, y siempre tenía que estar escoltado.

Nagib Mahfuz (El Cairo 1911-2006), licenciado en filosofía, periodista, dramaturgo y novelista, Premio Nobel de Literatura en 1998, asumió un papel fundamental en la lucha por los derechos humanos. Famoso por presentar una imagen realista de la vida popular cariota y de las relaciones existentes en el seno de la familia egipcia en obras literarias que fueron adaptadas al cine en películas conocidas en todo el mundo árabe, como “El ladrón y los perros”, “Festejos de boda”, “La batalla de Tebas” y “Akhenaton”, demostró en numerosas ocasiones que su voz y sus ideas eran más potentes que el estruendo de los cañones y el rugido de los truenos.

Mahfuz fue el mayor literato egipcio, no solo por ser el único árabe en ganar el Premio Nobel sino también porque aceptó arriesgar su propia vida para luchar contra las injusticias y abusos cometidos contra los más débiles. Hoy más que nunca resuena la verdad de sus palabras: “La democracia es capaz de aprovechar los frutos de saber, mientras que el régimen dictatorial no tiene ningún interés en difundir la ciencia ni la luz”.

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