Una tercera vía entre la indulgencia y la represión

España · Robi Ronza
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27 julio 2015
En Calais, el triste juego de “policías y ladrones” que enfrenta por un lado a la policía y por otro a los casi cinco mil inmigrantes irregulares que asedian las escalas ferroviarias del eurotúnel y los puertos de los ferrys, lleva varios días causando serios desperfectos a la unión entre la Europa continental y Gran Bretaña.

En Calais, el triste juego de “policías y ladrones” que enfrenta por un lado a la policía y por otro a los casi cinco mil inmigrantes irregulares que asedian las escalas ferroviarias del eurotúnel y los puertos de los ferrys, lleva varios días causando serios desperfectos a la unión entre la Europa continental y Gran Bretaña.

En el ambiguo contexto técnico y normativo en que nos encontramos, por el canal de Sicilia continúa el trasbordo acordado a mar abierto (enmascarado por operaciones de rescate) de inmigrantes irregulares que, procedentes de Libia, del África subsahariana y de Asia, suben a bordo de barcas de goma gracias a criminales que viven del tráfico de personas y les envían al incierto encuentro con sus “rescatadores”.

Sobre los que sucede en las fronteras ítalo-francesas e ítalo-austriacas ya no se habla para no alterar el sueño de los turistas, ni por tanto el de los hoteleros, pero la situación no es en absoluto normal. Ante el flujo de inmigrantes irregulares, en este caso vía terrestre por su frontera con Serbia, Hungría, que carece de medios como los de Francia o Inglaterra, intenta gestionar el problema como puede, ganándose las críticas de los despachos de la inteligencia progresista. Por su parte, España está siendo más hábil para no llamar la atención de estos despachos sobre las vallas electrificadas con que llevan años cerrando el paso a los inmigrantes irregulares de Marruecos hacia las ciudades de Ceuta y Melilla, o el modo en que gestionan la llegada de marroquíes vía marítima hasta las islas Canarias. Aunque la meta de todos estos itinerarios no suele ser el primer país de llegada sino más bien Alemania y otros países del norte de Europa.

El cuadro es evidente: estamos ante un problema de dimensiones continentales, más bien intercontinentales, que solo se puede abordar con buenos resultados si se toma en consideración según el nivel al que se plantea. Pero hasta ahora, las reacciones de los estados europeos implicados y de la UE son desconsoladoras. Todo es una maraña descoordinada y casual de políticas fatalmente ineficaces por no tener ni pies ni cabeza. Se oscila entre una solidaridad abstracta y el intento de resolver con medidas policiales problemas que en cambio debería resolver la política.

En tal estado de cosas, se hace cada vez más urgente la convocatoria, posiblemente en la ONU, de una conferencia internacional con la presencia de todas las partes interesadas, no solo de los países de llegada sino también de los de origen y los de tránsito, para que cada uno afronte su responsabilidad y pueda ver qué puede hacer cada estado para que estos flujos, que en cierta medida son irrefrenables, se sucedan de manera ordenada y no a beneficio, como sucede ahora, de las organizaciones criminales. De hecho, este está siendo el paradójico resultado de las políticas de solidaridad abstracta que los gobiernos europeos no dejan de poner en marcha.

Para que estos flujos migratorios queden dentro de límites aceptables, hace falta que en sus países de procedencia se haga una política de pacificación y de inversión productiva para reducir ese deseo de salir a toda costa que hoy está en el origen de tanta explotación y de tantas tragedias. Una empresa gigantesca sin duda, pero sin embargo al alcance de la economía internacional de nuestro tiempo, afectada por exceso de capitales que, al no encontrar un uso adecuado, se inclinan peligrosamente hacia la pura especulación financiera.

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