“Una sociedad que no respeta a sus mayores no se respeta a sí misma”
¿Qué le ha motivado a escribir este libro?
Como muchos otros periodistas a finales de marzo o principios de abril, en plena pandemia, empezamos a ver noticias de residencias concretas donde había muchos fallecidos. A principios de mayo pedí a las 16 comunidades y a las tres diputaciones forales vascas, que son las que tienen competencias en la materia, una serie de datos sobre cuántas residencias tenían, cuántas eran de gestión pública y privada, cuántos inspectores, cuántas sanciones se habían registrado… una batería de preguntas muy amplia. Según fueron llegando las respuestas me di cuenta de que, aparte de lo que nos preocupaba a los periodistas en la primera ola que era lógicamente el drama de los fallecimientos, había todo un sistema detrás donde había cosas que funcionaban bien pero otras no. Además era un sector muy poco estudiado desde el punto de vista periodístico y estábamos hablando de personas vulnerables. Ese fue el inicio de una investigación que dio lugar a este libro donde se habla de personas vulnerables, indefensas y creo que una de las cosas que tenemos que hacer los periodistas es preocuparnos por asuntos relevantes para la sociedad.
“La pandemia ha puesto en evidencia elementos de edadismo en la sociedad”
El gran número de fallecidos en las residencias no ha parecido calar en exceso como una de las grandes preocupaciones en nuestra sociedad. El escritor Jiménez Lozano hablaba en su obra de la imposibilidad de un diálogo entre generaciones. En esa cultura de la imagen en la que vivimos parece que lo “viejo” tiene poco valor.
Yo no soy sociólogo y, por lo tanto, me gusta ser muy prudente e intentar hablar de lo que sé, pero creo que es evidente y lo he comentado con gerontólogos que sí hablan de un abismo en la sociedad que la pandemia ha puesto en evidencia. Comparto la reflexión que acabas de hacer ya que hay un intento de pasar página. Una directora de una residencia con la que he hablado me decía que lo viejo no vale nada, lo “vintage” sí que conecta con lo que dices de la imagen.
Si nos cuentan en enero del año pasado que van a morir solo en la primera ola 20.000 personas, según los datos oficiales, los reales viendo el exceso de mortalidad están en torno a 35.000, si nos dicen que van a morir en muchos casos sin recibir atención hospitalaria, en condiciones completamente indignas e inaceptables en una sociedad del bienestar en la que se supone que estamos. Si incluso personas no contagiadas van a estar semanas encerradas en las habitaciones porque no se sabía quién estaba contagiado o no y no se podían dividir las residencias por zonas y en muchos centros se les encerró durante varias semanas en la habitación y se les dejaba la comida a la puerta. Si nos cuentan todo eso hace un año no nos lo creeríamos. Así que es asombroso que no sea el tema de debate diario. Y la única explicación, y ahí son los sociólogos los que tendrán que explicarlo, es que hay elementos de edadismo en la sociedad que, como son los mayores y se van a morir, pues bueno, se han muerto un poco antes. Es una barbaridad porque el ser humano no pierde derechos por cumplir edad y tiene la misma dignidad un día antes de morir que el día siguiente de nacer. Y esto ha ocurrido en nuestra sociedad y desde luego que es para reflexionar.
Se puede entender que en lo peor de la pandemia los hospitales estaban saturados pero ¿qué alternativa hubiera sido razonable usar: medicalizar las residencias, usar hoteles…?
Uno de los primeros testimonios con los que empieza el primer capítulo es de Miguel Ángel Vázquez, presidente de los gerontólogos gallegos que en aquel momento hacía unas declaraciones diciendo que hay que sacar a las personas contagiadas en las residencias a hospitales de campaña o a hoteles medicalizados. En muchos casos son perfiles de personas de más de 80 años, con deterioro cognitivo, en numerosas ocasiones son personas que hay que darles de comer, cambiarles el pañal… que son cosas que no se pueden hacer a metro y medio de distancia. Sabíamos por las noticias de China e Italia que el virus tenía un impacto muy fuerte en los mayores pues lo único que no se puede hacer es encerrarlos con llave y que se queden ahí dentro. Lo razonable habría sido sacarlos a los hospitales de campaña que se crearon o a hoteles medicalizados. De hecho, en Galicia se hizo desde el principio y en Madrid se hizo todo lo contrario. En esta Comunidad se crearon hoteles medicalizados y un hospital de campaña en Ifema y hubo una orden del Tribunal Superior de Justicia de medicalizar las residencias y nada de eso se hizo. Pongo además estos dos ejemplos de dos Comunidades gobernadas por el mismo partido político, en este caso el PP. Esta no es una cuestión de política ni que los de un lado lo hicieron bien y los otros mal. Estamos hablando del mismo partido que en un sitio lo hizo bien y en otro rematadamente mal. Luego en otras comunidades se hizo tarde, como en Cataluña, donde se acabaron haciendo centros COVID. En la segunda o tercera ola ya más comunidades crearon esos centros específicos.
Hay una crítica en el libro a algunas empresas que reducen el negocio de las residencias a un mero beneficio económico. Entre la cultura del pelotazo y un estatalismo asfixiante me parece que hay un campo amplio en el que jugar. A mí me gustan los matices y el libro me parece que está lleno de ellos. ¿Dónde debe estar ese equilibrio?
Para mí es esencial lo que acabas de decir de los matices porque el debate público en España por desgracia, y probablemente en todo el mundo occidental, es cada vez más simple. Estamos hablando de un sector residencial que en España tiene 5.200 residencias, hay desde el grupo líder que tiene residencias en todas la comunidades autónomas y 18.500 plazas a pequeñas residencias que son una actividad familiar que llevan un centro de 40 plazas y que conoce por nombre y apellidos a los familiares de todos los residentes. Intentar meter toda esta realidad tan compleja bajo un único elemento es un simplismo. Primero tenemos que entender los problemas y ponernos de acuerdo en cuál es la situación. Luego ya todos tenemos una ideología y podemos proponer soluciones diversas.
Usa una expresión interesante para describir la relación público-privado, de “legítima colaboración, no de imposición de lo privado”.
Aunque alguien pudiera pensar que todo este sector se debería de nacionalizar, no es real porque en España el 89% de los centros son de gestión privada. Hay dos vías para incrementar la gestión pública y creo que hay que buscar un equilibrio mayor, sin afectar a los derechos adquiridos de momento por el sector privado. Por ejemplo, construir residencias de gestión pública que se han dejado de hacer y cuando van terminando los contratos de gestión privada de adjudicación puedes decir que esto revierta a lo público para que la situación no sea 89/11 sino que dentro de unos años sea 75/25. Ya que en este momento la colaboración público-privada es inevitable, guste o no, vamos a intentar que sea lo más razonable posible. Si una empresa privada trabaja en el sector tiene derecho a un lucro pero que sea algo razonable porque estamos hablando del cuidado de personas vulnerables y, por tanto, no pueden operar las reglas del libre mercado absoluto. Soy especialmente crítico con un tipo de fondos que invierten en residencias, que son los fondos “private equity”. Estos fondos invierten en un negocio y salen en un periodo máximo de cinco años. Es su naturaleza no engañan a nadie, un fondo de este tipo cuando ha cerrado el fondo y tiene los inversores que necesita busca con el mismo fondo invertir en 5-7 empresas. Un supermercado, una residencia… y en un periodo máximo de cinco años, si pueden antes, tienen que revender obviamente con las máximas plusvalías. Y estas operaciones las hacen muchas veces desde paraísos fiscales. Hacen operaciones de endeudamiento muy grandes, apalancamiento en su terminología, con lo cual buscan sectores que generen mucho efectivo para poder pagar esa deuda. Es fácil entender que este tipo de empresas, que insisto no engañan a nadie, van a buscar el máximo beneficio y no van a tener el mismo planteamiento a la hora de cuidar a los mayores que esa pequeña empresa que tiene una residencia de 50-70 plazas y conoce a todos los residentes por su nombre y apellidos. Esos fondos van a buscar maximizar siempre el beneficio. Las residencias son un sector con muy poca elasticidad en los gastos. Un 65% es personal y luego las partidas más importantes son mantenimiento y, sobre todo, alimentación. Por lo tanto, buscar el máximo beneficio supone o recortar en personal o recortar en la calidad de la alimentación. En definitiva recortar en la calidad de vida de los mayores.
“La administración está ausente en el sector residencial”
¿Qué papel debe jugar la administración en este contexto? ¿Cómo puede ser un contrapeso adecuado?
Si una administración dice: yo no voy a prestar el servicio de los cuidados porque considero que el sector privado lo hace mejor, o por la razón que sea… y la realidad es que esta es la situación, pues entonces la administración tiene otra responsabilidad y es garantizar este cuidado de los mayores. ¿Cómo? La administración debe influir con una normativa exigente para que el que venga solo con la intención de lucrarse tenga esta normativa con un alto nivel de exigencia, debe ser responsable de unas inspecciones serias y un régimen sancionador adecuado. Y todo esto falla en España.
La inspección puede entenderse en un sentido colaborativo, no necesariamente como algo inquisitorial.
Un buen ejemplo de cómo debe ser la inspección lo encontramos en Alemania. ¿Cómo funciona allí el modelo de inspección? Tiene cuatro elementos básicos. Todas las residencias tienen que mandar elementos que miden la calidad de vida en el centro a un organismo independiente. Por ejemplo, las consecuencias de las caídas. Segundo, los inspectores se reúnen con un grupo de nueve residentes y hablan con ellos para saber qué tipo de vida llevan allí. Si están delante del televisor 12 horas o si están haciendo actividades que conecten con sus intereses. Tercero, se reúnen con la dirección del centro para analizar cuáles son los errores y cómo pueden mejorarlo porque nace de un elemento propositivo, para ver qué se puede mejorar. Y un último elemento es la transparencia. Todo el objeto del sistema de inspección en Alemania es que el mayor que va a entrar en una residencia o su familiar tenga la información para saber cuál es la residencia donde se va a sentir más cómodo.
¿Qué está fallando en España?
Al final la inmensa mayoría de los elementos que funcionan mal en España es porque no está claro para la administración y para las empresas que el eje absoluto tiene que ser el bienestar del mayor. Si tuviéramos eso claro sería como un castillo de naipes e irían cambiando cosas. ¿Cómo es la inspección en España? Es una inspección que se fija en el procedimiento y no en los resultados. ¿Cuántos cuidadores tienen aquí? Pero a lo mejor no miden si se sustituyen las bajas, que es una queja habitual. Hay que darle la vuelta por completo al sistema de inspección. Obviamente la mayoría de las residencias cuidan bien a los mayores. Los primeros interesados en unas inspecciones serias y con un modelo correcto que busque mejorar son las residencias que lo hacen bien. Porque quien da mala fama al sector son los propios que lo hacen mal.
Puede haber excepciones que aconsejen lo contrario pero ¿por qué la mayor parte de las habitaciones son dobles? ¿Por qué damos por supuesto que un anciano tiene que perder su derecho a la intimidad? ¿Por qué el sistema de inspección no está permeado por la transparencia? Porque no tenemos claro que el eje fundamental es el bienestar del mayor. El mayor que va a una residencia tiene que tener toda la información necesaria para tomar una decisión responsable.
“Es urgente mejorar la ratio de personal y las inspecciones en las residencias”
Ya ha adelantado algunas ideas pero al final del libro hay un capítulo con varias propuestas para la mejora de la gestión de las residencias. Si tuviera que elegir las más urgentes, ¿cuáles serían?
Es esencial incrementar la ratio de personal en las residencias porque atajaría muchísimos problemas. La ratio del personal de atención directa, es decir, los que tienen trato directo con el mayor: las cuidadoras, el médico, las enfermeras… En aquellos casos que hay concertación de plazas una petición de las empresas, que comparto, es que el precio que paga la administración es muy bajo y es difícil dar un buen servicio cuando esa cantidad, que la media en España está en 55 euros por día y plaza por todo el servicio, es baja. Se está dando algún paso positivo, en este sentido, en Madrid y en Cataluña. Otro gran elemento es la atención primaria. En buena parte el Estado se desentiende de los mayores cuando entran en una residencia. Esta es una reivindicación que llevan haciendo los familiares y sus asociaciones hace ya muchos años. Un mayor por estar en una residencia no pierde el derecho a la atención primaria. Y, por último, todo lo que sea transparencia en el sistema yo creo que es básico y desde luego reformar el modelo de inspección y el régimen sancionador.