Una realidad apaleada
Estoy en el tren de Sarriá, uno de los barrios de renta más alta; los de Barcelona “de toda la vida”. Un grupo de parejas, de unos 50 y pico, en los asientos contiguos comentan jocosos “lo de ayer”. Lo de ayer fueron incendios, pedradas, un policía con el cráneo perforado por una bola de acero. Estaban ahí sus hijos. “Han llegado ya de día a casa”, contaban en el nítido catalán urbano. “Mi hijo llevaba una toalla y le he preguntado si venía de torear y hacer pases a la policía, ja, ja, ja”, “es una policía de Paco Martínez Soria, ja, ja”. Las parejas del tren, con cuidada ropa burguesa de marca, intercambiaban felices macabros vídeos del móvil. “Estos chicos…”. “Travesuras”.
La foto junto a estas líneas, que tomé en plena turba frente a Via Layetana en Barcelona, y la anécdota de esa mañana en el tren, nos llevan a poner la mirada en “esos chicos”, lanzados a la calle para “hacer Historia”. Una expresión, la de “hacer Historia” que es lugar común reincidente, una vez y otra, de titulares de mal periodismo. Todos quieren hacer Historia porque no les hemos sabido proponer nada. Pero la Historia se hace de la historia doméstica, personal de cada día. Me preguntaba por el atracón ideológico de prejuicios con el que nuestros hijos han crecido en Cataluña; millones de historias multiplicadas en libros de texto, informativos, instagrams. Fake-news diseñadas con odio, una traducción constante de la realidad adaptada a una dialéctica de casposo laboratorio nacionalista del XIX… Pero es que hay más. Unos políticos en España que no han querido ver qué pasaba en Cataluña. Cataluña no ha sido más que una pieza electoral desde aquellos famosos “pactos del Majestic” de un PP comprando votos y calma mientras el nacionalismo conseguía recursos y tolerancia para construir una nueva patria. Un trabajo de siembra de 22 años con la agenda minuciosamente trazada por Jordi Pujol. Distancia. Mirar hacia otro lado desde Madrid. Lo primero son los votos.
Ahora unos políticos evaden, subcontratan un problema político, que no se atreven a afrontar poniéndolo sólo en manos del poder judicial. No hay ya más propuesta, parece, que la fuerza en una sociedad. Y lo primero siguen siendo los votos, ahora para el presidente Pedro Sánchez con la mirada en sus cercanas elecciones mucho más que en el fuego en Barcelona. En un cuarto de siglo, los partidos constitucionalistas en Madrid han abandonado y desollado sus filiales en Cataluña.
Hora de sentarse todos los que tengan la valentía de mirar a la cara a “esos chicos”, con los que todos han jugado, utilizado, hiperventilado. Es una urgencia educativa para todos. La urgencia de conectar con esa realidad apaleada durante generaciones por la ideología y la avaricia de poder en toda España. Cataluña incluida.