Una profunda sencillez y una libertad sorprendente
Abril, 2005. Lo recuerdo como si fuera ayer: encerrado en mi pequeño piso en Los Ángeles, con la gripe durante varios días, se me dio el privilegio de seguir sin interrupción la incesante cobertura televisiva de la muerte de Juan Pablo II, el cónclave y la consecuente elección.
´¡Habemus papam!´. Esas palabras tan esperadas, seguidas por la aparición inesperada de Joseph Ratzinger en el balcón papal. De inmediato reconocí la cara de un hermano, un amigo y un padre, el último de los gigantes que vivieron la Segunda Guerra Mundial y que protagonizaron el Concilio Vaticano II, él que luchó incansablemente para encontrar respuestas a los grandes interrogantes que obsesionaron a los hombres del siglo XX y todavía nos persiguen en el XXI. Y sin embargo, con toda la sabiduría y erudición que Joseph Ratzinger tenía a las espaldas cuando recibió el Anillo del Pescador, el papado de Benedicto XVI estuvo marcado por una profunda sencillez y una libertad sorprendente, que tanto faltan a nuestro mundo y que tanto añora el mismo.
No puedo sino ver en el papado de Benedicto XVI un reflejo del staretz Juan del Diálogo del anticristo de Soloviev, que se pone de pie ante el emperador, como hacía Benedicto hacía ante el mundo entero, para indicar lo más querido, su gran tesoro: ´Cristo. Él mismo y todo lo que proviene de Él, puesto que sabemos que en Él habita corporalmente la plenitud de la divinidad´.
Ad moltos annos, Benedicto.