Una luz desde Oriente
Confieso mi debilidad por esta porción singular de la Iglesia que desde hace cuatro siglos afronta todo tipo de suertes sin perder su temple, al mismo tiempo recio, alegre y humilde. El relato delicioso de esa historia que nos ha legado el inolvidable cardenal Van Thuan me ha conducido a escrutar siempre con interés la escasa información que llega de aquellos hermanos. No es fácil hacerse una composición de lugar. Se espera una próxima visita del gobierno vietnamita al Vaticano, se ha desbloqueado el espinoso asunto del nombramiento de obispos (y el Papa dispone de plena libertad para llevarlo a cabo según las necesidades de la Iglesia) y es conocida la pujanza de los seminarios y la variedad de las obras caritativas y sociales. Sorprende aún más la osadía que vienen mostrando los católicos (unos siete millones repartidos por todo el país) para defender sus derechos en la calle.
El gobierno vietnamita parece a veces oscilar entre el pragmatismo, la tolerancia y la represión. No ha perdido sus hábitos totalitarios ni su deseo de controlar a la Iglesia, pero busca convertir al país en una meta turística de amplio radio, así como cierta apertura económica al estilo chino. Por un lado parece aceptar que los católicos son parte esencial de la nación, como lo vienen siendo bajo todo tipo de regímenes. Por otro observa con aprensión que se trata de un sector social que no se somete al control ideológico y que si bien reconoce sinceramente a las autoridades, reclama algo tan extraño y peligroso como la libertad. Y en ocasiones arremete con la clásica violencia que todavía no es cosa del pasado.
Sería muy hermoso contemplar pronto al Papa en Vietnam, lo sería especialmente para los intrépidos católicos vietnamitas que transmiten de generación en generación el tesoro de la fe, que han resistido una posguerra especialmente cruel y que ahora demuestran una valentía que nos deja boquiabiertos. Pero lógicamente, ese deseado viaje no puede hacerse mientras se violan de manera flagrante los derechos elementales de miles de católicos. En Roma se conoce bien esa estrategia del palo y la zanahoria propia de los regímenes totalitarios y asimilados, demasiado bien como para dejarse seducir. Otra cosa es que se exploren con realismo los espacios limitados de libertad que se ofrecen a la misión de la Iglesia, y hay que reconocer que en los últimos años, en Vietnam es mucho lo que se ha avanzado.
Ahora mismo la situación es ambigua, y puede decantarse tanto hacia una consolidación de la libertad como hacia un recrudecimiento de la represión. Lo impresionante es que los católicos vietnamitas con sus obispos a la cabeza, no parecen angustiados por ese cálculo. Han atravesado persecuciones y bonanzas, martirio y prestigio social. Viven la fe al día, conscientes de que suerte no depende de un poder político sobradamente conocido, sino en las manos de un Dios que no abandona a su pueblo. ¡Qué lección para nosotros!