Una llamada a la participación audaz
Me parece necesario activar la participación ciudadana, estimular la corresponsabilidad, porque es la esencia del sistema democrático y el alma de las sociedades abiertas. Sin participación, la democracia deja de ser representativa. La llamada a una participación activa y en coherencia con los propios valores me parece audaz y ennoblece la vida democrática. Los criterios que se identifican en el manifiesto a la hora de ejercer el voto están en íntima sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia, son criterios éticos que emanan de la tradición humanista de raíz cristiana, pero que pueden ser asumidos también por el más noble de los humanismos laicos. Se distinguen, además, los dos planos, civil y religioso, y la legítima independencia de las esferas, y, respetando la legítima y necesaria pluralidad del juego democrático, se exponen unos criterios éticos de voto para que el ciudadano opte según crea oportuno.
En sociedades donde se sacraliza el sentido de la autonomía personal y se idolatra al individuo es difícil recuperar el sentido de pertenencia a la comunidad y la noción de bien común. Estas tendencias que persisten en nuestro imaginario colectivo tienen como consecuencia la desvinculación, la fragmentación y la búsqueda única y exclusiva de los propios intereses personales, grupales o gremiales. Sólo se descubre el gusto por lo común cuando uno es capaz de entrever que los otros son sustantivos en la configuración de la propia identidad personal, que los otros no son simples obstáculos o barreras, sino seres básicos y necesarios para el desarrollo óptimo de la sociedad y de los pueblos. Urge un cambio de mentalidad, una desacralización del yo y una recuperación del nosotros como motor de transformación de la historia.