Una lectura del liberalismo en el siglo XXI

Cultura · Francisco Medina
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29 diciembre 2021
Estos días se nos hace más evidente que nunca (al menos, a mí) que hemos entrado en otro siglo diferente. Que los tiempos se han acelerado, que la pandemia sigue castigando, que Europa –y Occidente– sigue sin encontrar su sitio en este mundo tan complejo.

Que nuestra sociedad, con sus convulsiones y fracturas, se está fragmentando cada vez más. Que el miedo cunde… y los populismos hacen su agosto. Que la polarización campa en la vida política… y tantos otros signos de este cambio de época.

No ha podido resultar más idónea, en este sentido, la lectura del ensayo El liberalismo herido, de José María Lassalle, y sus consideraciones sobre los retos del mundo de hoy y la necesidad de un liberalismo renovado, para hacer frente a la amenaza populista y al enorme poder de las empresas tecnológicas de Silicon Valley (Google, Facebook, Twitter, Amazon); y contiene unas cuantas ideas sugerentes que nadie, con sentido común, rechazaría.

Para Lassalle, el hecho motor de sus reflexiones lo constituye el asalto al Capitolio de Washington, ocurrido el 6 de enero de 2021, a raíz de la victoria del candidato demócrata Joe Biden en las elecciones presidenciales del año anterior; y que incardina en lo que denomina siglo antiliberal. Entiende que el liberalismo, cuyo objetivo original era la emancipación del individuo respecto del Antiguo Régimen y el establecimiento de un poder limitado, ha caducado y necesita reforzarse, con un humanitarismo en el que se plasmen las ideas de tolerancia, diversidad, emancipación crítica y recuperación del pensamiento de Tocqueville, Locke, John Stuart Mill, Adam Smith; e, incluso, el enfoque de Amartya Sen, que permitieron introducir la necesidad de equilibrio entre libertad e igualdad, y cuyas implicaciones fueron articuladas (Keynes, Laski, Kelsen, Popper, N. Bobbio) en la construcción del Estado del Bienestar. Tales aportaciones, según significa, habrían sido cuestionadas por el pensamiento neoliberal, representado en la Escuela de Chicago, la Escuela Austriaca, el pensamiento de Leo Strauss o Milton Friedman.

No deja de resultar de sumo interés la exposición de la gestación de la alt-right (derecha alternativa) en Estados Unidos y que habría tenido eco en Europa, como tampoco tienen desperdicio la descripción del panorama tecnológico de la transformación digital y la necesidad de un control de las empresas tecnológicas por parte de los poderes públicos. Posiblemente, ideas que ya haya apuntado en Ciberleviatán, del que el presente libro parece continuar en esta línea.

Rescatando a Spinoza, propugna la necesidad de una amistad cooperativa, para hacer frente a los retos de la transformación digital, el cambio climático o la pandemia. Pone de nuevo sobre el tapete la necesidad de recuperar la idea de emancipación a través del pensamiento crítico, la tolerancia y la diversidad, como herramientas al servicio del progreso. Recuperar la idea de alteridad y los derechos individuales para y lograr que cada uno de los individuos pueda ejercitar las funciones de su alma y de su cuerpo con seguridad.

Hay una clara distancia con claridad del pensamiento conservador y del neoliberalismo que, a su juicio, nutre a los partidos populistas. Como también hay, a mi juicio, un relato muy condicionado por el enfoque: hay cosas igualmente preocupantes que han sucedido en este año (los disturbios en Estados Unidos y el Black Lives Matter, el problema de los refugiados en los bosques de Polonia y Bielorrusia, la toma del poder por los talibanes en Afganistán, entre otros) que no parecen haber sido tenidas en cuenta. La alt-right constituye, ciertamente, un problema, tanto en Estados Unidos como en Europa. Pero faltan pinceladas no escasas de valor que habrían de completar el cuadro (no resulta afortunada, a mi juicio, la comparación del pensamiento del Tea Party con la revolución conservadora de la República de Weimar, y nada dice respecto del populismo en América Latina).

Independientemente de la construcción de la génesis histórica y del retrato del Antiguo Régimen que el liberalismo formuló en su pensamiento (y que Lassalle aquí asume), me resultan claros varios elementos:

El primero, que con el mundo de hoy, se han derrumbado muchas evidencias que el pensamiento ilustrado (Kant) había formulado. Un mundo que ya desconoce muchos elementos de la experiencia humana.

El segundo, que el populismo es polifacético y ha revelado su rostro también por la izquierda (piénsese en lo que ha sucedido en países de América Latina como Perú o Chile).

El tercero, que, sin negar (todo lo contrario) las aportaciones que el pensamiento liberal ha realizado a la política, lo cierto es que sigue concibiendo la dinámica de la política de arriba hacia abajo (muchas de las propuestas que formula el autor van relacionadas con el papel que ha de desempeñar el Estado, por ejemplo, en cuestiones como la diversidad).

El cuarto, que sigue concibiendo la dimensión relacional en términos de equilibrio, dando por supuesto la dimensión de responsabilidad y ontológica del ser humano; cuyo enfoque está muy determinado por el concepto liberal de autodeterminación individual, en el que se recela de toda injerencia procedente de instancias externas (autoridades morales, políticas, religiosas).

Es cierto, como sostiene Lassalle, que un comunitarismo ciego no ayuda a afrontar los retos del mundo de hoy. Y reconoce la necesidad de afrontarlos cooperativamente. El problema es qué tipo de relaciones son las que hacen posible esto. Es necesario fomentar la racionalidad democrática, y la búsqueda de consensos, pero, igualmente, se puede reconocer que somos también hechos de afecto. Que la amistad política (de la que ya habló Hannah Arendt) no es aséptica, ni está hecha de tolerancia, sino que pasa por descubrir quién es el otro para mí. Da la impresión de que se pretende volver a recuperar evidencias que ya se han perdido. Hoy en día, la realidad es testaruda: afrontar los retos del siglo XXI no puede hacerse desde arriba (no sólo), hace falta reconstruir un sujeto. Después de leer El liberalismo herido, me queda claro que no se puede construir con un pensamiento mágico como el populismo (de derechas o de izquierdas), pero tampoco puedo afirmar que, desde el pensamiento liberal, tal como se reformula aquí, sea posible, aunque, ciertamente, se puede y debe dialogar con personas así.

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