Una larga travesía en el desierto

España · Francisco Medina
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18 febrero 2022
¡Guerra! Es el titular que leemos desde que ayer se hiciera público que Isabel Díaz Ayuso estaba siendo investigada por sus propios compañeros de partido en lo que parece ser un ajuste de cuentas que abre en canal al PP. House of cards en directo.

No parece haber sido suficiente lo sucedido en las elecciones de Castilla y León del pasado domingo para hacer reflexionar a Pablo Casado acerca de su responsabilidad en la estrategia ideada por él de llegar a la Moncloa cosechando éxitos electorales. El líder del PP no parece ser consciente del papel de rehén de Pedro Sánchez que ha asumido, a pesar de alguna brillante intervención que se le escuchó en el Congreso de los Diputados, cuando marcó distancias con el partido de Santiago Abascal en la moción de censura que éste preparó contra el presidente del Gobierno. Los hechos de ahora parecen avalar que no existe un proyecto de partido: no hay un equipo bueno como para hacer “pegamento” y sumar voluntades y construir. Lo que es más grave es que no hay proyecto de sociedad, de revitalizar las instituciones democráticas, de hacer suyos los nuevos retos (reto demográfico, cambio climático, inmigración, un modelo económico humano…) de los que la izquierda se ha apropiado. En definitiva, no hay un proyecto para España.

Hoy voy a mojarme, inmerso en esta prisa de los nuevos tiempos en la política, del a bote pronto. Pablo Casado no está preparado para liderar el Partido Popular; y, por consiguiente, tampoco lo está para llevarlo a la Moncloa y ser presidente del Gobierno. La guerra con Ayuso iniciada por Teodoro García Egea, y con su consentimiento (porque, qui tacet, consentire videtur), muestra el agotamiento de su liderazgo y la necesidad de un período de reflexión profunda en el seno del partido, porque la cuestión es: ¿habrá Partido Popular con alternativa suficiente, con proyecto propio, para poder estar en pie en las próximas generales sin miedo a Pedro Sánchez?

Who knows? Porque lo cierto es que el panorama está lejos de estar cerrado; al igual que no puede descartarse otra victoria del PSOE, tampoco pueden rechazarse otros escenarios – como una victoria de los populares o de un Vox que asuma los votantes que, con toda seguridad (si esta crisis no supura), se marcharán del PP para no volver. No es descabellado pensar que el centro-derecha ya no existe, no se encuentra un pensamiento capaz de abrazar lo bueno de la postmodernidad y aportar savia moral. Muchos de sus votantes quedarán huérfanos, y con razón; no parece cuajar una alternativa conservadora al mundo líquido.

Descendiendo un poco más, habría que preguntarse cómo hemos llegado a esta polarización política: por qué se ha asumido, sin objeciones, que sea razonable que un partido como el PSOE, que había tenido un sentido de Estado, haya pactado con formaciones políticas que, constantemente, realizan ataques con ariete al ordenamiento jurídico, a las instituciones del Estado y al marco de convivencia que nos hemos dado todos (algunas, con militantes condenados por terrorismo), en su sólo beneficio, o con partidos que desean nivelar por abajo a todos, alimentados por el resentimiento de la lucha de clases (y cuyo fracaso ha sido palmario en las últimas elecciones autonómicas) y el anhelo de construir una sociedad atomizada, mientras se insiste, histriónica y obsesivamente, en los cordones sanitarios de un partido al que se niega sistemáticamente el derecho a existir.

No soy votante de Vox, ni creo que, en una sociedad como la nuestra, sea posible volver a un cierto pensamiento hegemónico de valores ni al modelo neocon. Pero la insistencia de muchos (políticos, pensadores, profesores de ciencia política y sociología, historiadores, filósofos… y un largo etcétera) en la preservación de lo que se denomina en el establishment intelectual y académico como “la democracia liberal y los derechos humanos” (los nuevos derechos); en la idealización de algunos episodios traumáticos del siglo XX (significativo de ello son las comparaciones con episodios como el ascenso del nazismo o la República de Weimar); o en una concepción de la participación democrática diseñada desde arriba (muy propia del liberalismo anglosajón), en el que se etiqueta a quien se salga de los patrones prefabricados (“negacionistas”, “antivacunas”, “heteropatriarcado”, “ultraderecha”…) si no es síntoma de error en el diagnóstico, de agotamiento y si, en realidad, necesitamos savia nueva que no se encuentra (no únicamente) en el liberalismo. Ser profundamente demócrata, y amar la libertad, no significa comulgar con el pensamiento liberal. Libertad sin vínculos o la política como equilibrio de intereses no tienen nada que ver con la amistad cívica, que no es aséptica, sino comprometida con el otro. Se han puesto en cuestión muchas de las instancias de legitimación de las sociedades: la cultura cristiana; la Iglesia; la economía; la tradición; el poder… todos ellos y muchas otras han sido sentadas ante el Tribunal de la razón pública (en muchas ocasiones, con razón).

Más a lo concreto todavía. Hace tiempo, un compañero de trabajo me habló de la serie House of Cards y de cómo el presidente del Gobierno maneja los tiempos y la política en esa clave, y de cómo, a pesar de lo que tenemos (crisis económica, de empleo, pérdida de peso en Europa y en el mundo, caos en la administración pública…), Sánchez resurge de sus cenizas. Su forma de hablar, su aceptación acrítica de que vale todo para mantenerse en el poder, denotaban, claramente, aun no siendo votante del PSOE, su admiración por cómo “el tío se lo monta fenomenal”. Curiosa la relación erótica con el poder, cuando lo ves padecer en gente-gente.

Sánchez no es ajeno a nosotros. Es un producto nuestro, de una mentalidad que ya no ve el trabajo como ocasión para construir; ni la experiencia humana de verdad en las relaciones con los demás y con uno mismo; ni el deseo de un para siempre a través de relaciones con vocación de permanencia. Ha cundido el cansancio, el pesimismo, el convencimiento de que sólo llegan lejos quienes hacen política y se significan en todos los “saraos” en los medios de comunicación, en las empresas, en los ministerios… Decir una cosa y su contraria y quedar bien con todo el mundo. Esa forma de hacer política muestra que, incluso en este sentido, Sánchez ha ganado, y no es de extrañar.

Alguien dijo una vez que ser conservador es una actitud, no sólo una ideología. Puede ser interesante: conservar, custodiar lo bueno que tenemos en la vida, como personas y como ciudadanos, al tiempo que abrazar lo nuevo que construye, aceptar savia nueva. El advenimiento de este nuevo modelo de sociedad líquida que está calando agudiza el problema de que estamos huérfanos de una experiencia humana viva de nuestro ser-en-comunidad, vivir en medio de un mundo no funcionalista, en el que haya un espacio entre nosotros. Una alternativa real al PSOE y sus socios de coalición exige un proyecto concreto y un liderazgo que sume; una madurez política y una experiencia en la vida social. Llegar a la Moncloa va a requerir una larga travesía en el desierto y una madurez que Casado y su equipo no tienen. La situación de bloqueo es fruto de miedo y cansancio, señal de que es hora de retirarse y ceder el testigo.

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