Una huelga el día 15, ¿para qué?

España · A. Sánchez-Antimasberes
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6 septiembre 2012
Primer día de trabajo después de lasvacaciones: uno espera encontrarse con papeles y asuntos a solventaramontonados en la mesa del despacho, pero la realidad es que no es así. Tansólo una petición de informe a contestar y algún asunto que se soluciona enmitad de la mañana. Y, mientras, el panfleto de los sindicatos llamando a"defender el futuro" con la marcha del 15 de septiembre. El tono se va elevandocada vez más: "¡Vamos!". Bajo este lema, cabe preguntarse: ¿están lossindicatos trabajando por el bien común al defender el actual sistema debienestar?

Es la misma canción: "Quieren arruinar elpaís", culpando al presidente Rajoy y a los líderes europeos Merkel y Draghi dela situación en la que, según las organizaciones sindicales, se encuentran losservicios públicos. Se vuelve a repetir el tan cacareado hundimiento del Estadosocial y el derecho laboral que, desde la época de la Transición, se ha idoarticulando en nuestro país. Se acusa al Gobierno de establecer un "programacontra el Estado y los servicios públicos", y este juicio matizable y no exentode sesgo ideológico es lo parece haber servido a los sindicatos comojustificación para cuestionar la legitimidad del actual equipo gubernamental.Es claro que las acusaciones y las soflamas contra el recorte de los serviciospúblicos van adquiriendo el carácter de una defensa histriónica del statuquo frente al cuestionamiento cada vez mayor del actual sistema de bienestary de dimensionamiento del aparato administrativo.

El eslogan de que existen los grandesbeneficiados por la crisis (en el que los sindicatos incluyen a empresas,rentas más altas, sectores especulativos del sistema financiero y bancos,)parece ser asumido por una gran parte del funcionariado que no entiende lagravedad de lo que está pasando: el Estado no es que haya crecido, es que se haagrandado tanto que ha adquirido la forma de un globo a punto de explotar.Ciertamente, el mayor problema reside en las Administraciones autonómicas ylocales, pero, en el Estado, también sucede. Por mucho que se quiera negarlo,la realidad es que la Administración Pública está sobredimensionada: el nº deempleados públicos excede, con mucho, la capacidad de trabajo y gestión de losMinisterios, Organismos Públicos y demás Administraciones. Basta con asomarse ala realidad que uno tiene delante: el personal auxiliar de los servicios detramitación ven vaciadas de contenido sus funciones y las decisiones que sellevan a cabo (con la implantación de sus correspondientes procedimientos degestión) obedecen más a "ideas geniales" relacionadas con la venta de unproducto que a las necesidades reales. 

La realidad es que muchos de losfuncionarios de estos servicios están sin trabajo: algunos de ellos, a Diosgracias, padecen de forma crónica el síndrome del "¿qué hago?" y tratan deluchar contra la apatía (la Universidad Nacional de Educación a Distancia estállena de funcionarios estudiando Derecho o alguna carrera que ha suscitadointerés en ellos); otros, pensando que este mal sólo se cura aceptandofatalmente el destino, caen en la más dramática alienación: no hacer nada. Entodo caso, conforme uno más va siendo testigo de estos fenómenos, se muestramás clara la evidencia de que la capacidad crítica y el deseo de poner lainteligencia en el desempeño del trabajo, en la que cuenta más el servicio alciudadano (lo que supone abandonar el mantra la Administración nunca seequivoca) y se abre a la existencia de un bien común, suponen un riesgo: elde ser visto por los superiores como un estorbo para el sistema, y el de ser"relegado al silencio", garantía perfecta para que el deseo de construir noflorezca y la persona acabe marchitándose.

"Acaban con todo" es la consigna que másse está repitiendo en los pasillos de los Ministerios y Organismos y no esdescabellado…si se mira como oportunidad: si la crisis nos sirve para que elingenio se agudice y dejen de fomentarse en las unidades administrativas las"setas vivientes", los "vegetales" y los "mostrencos aduladores", entonces, nosirá mejor, porque han sido ellos quienes nos han llevado al desprestigio de laFunción Pública. Entonces (parafraseando el manifiesto sindical) quienes "selibren de tanto atropello" ya no serían quienes, a costa de conservar suposición (entre los cuales, muchos son liberados sindicales, no lo olvidemos),han prevalecido egoístamente sobre los demás, sino la persona y su deseo deconstruir con un trabajo inteligente. La cuestión es ¿Quién nos va a librar detanto atropello?

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