Una hoja de ruta para el futuro de Europa y sus pueblos

Mundo · Andrea Tornielli
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4 junio 2019
A partir de los discursos que el papa Francisco ha pronunciado en Rumanía se puede trazar una hoja de ruta para el futuro de Europa y del mundo. Dirigiéndose al presidente y a las autoridades del país, el pontífice explicó que la atención a los últimos representa “la mejor verificación de la bondad real del modelo social que se está construyendo”. De hecho, una sociedad, cuanto más “se preocupa por la suerte de los más desfavorecidos”, señaló Francisco, “más puede declararse verdaderamente civil”. Para llegar a esto, hacen falta almas y corazones libres “del extensivo poder de los centros de altas finanzas”, con la “conciencia de la centralidad de la persona humana y de sus derechos inalienables”.

A partir de los discursos que el papa Francisco ha pronunciado en Rumanía se puede trazar una hoja de ruta para el futuro de Europa y del mundo. Dirigiéndose al presidente y a las autoridades del país, el pontífice explicó que la atención a los últimos representa “la mejor verificación de la bondad real del modelo social que se está construyendo”. De hecho, una sociedad, cuanto más “se preocupa por la suerte de los más desfavorecidos”, señaló Francisco, “más puede declararse verdaderamente civil”. Para llegar a esto, hacen falta almas y corazones libres “del extensivo poder de los centros de altas finanzas”, con la “conciencia de la centralidad de la persona humana y de sus derechos inalienables”.

No es la primera vez que el Papa pone el dedo en una de las llagas de nuestro tiempo, un sistema económico-financiero que ha puesto en el centro al “dios dinero” y lo idolatra, en vez de situar en el centro a las mujeres y hombres que trabajan. Son palabras, estas del sucesor de Pedro, transversales e incómodas, porque no se pueden encasillar fácilmente. Palabras que describen el malestar que viven tantos pueblos frente al poder y a estructuras cada vez más invasivas e inhumanas. Una señal de alarma para una Europa que parece acaso olvidarse de cuidar a las personas, cuando en cambio debería estar más cerca de esa alma de los pueblos citada por el Papa.

Esta mirada de Francisco también estuvo presente en sus encuentros con las autoridades de la Iglesia ortodoxa rumana. El Papa invitó a los cristianos a “escuchar juntos al Señor”, sobre todo en estos tiempos “en que los caminos del mundo nos han conducido a rápidos cambios sociales y culturales. Son muchos los que se han beneficiado del desarrollo tecnológico y el bienestar económico, pero la mayoría de ellos han quedado inevitablemente excluidos, mientras que una globalización uniformadora ha contribuido a desarraigar los valores de los pueblos, debilitando la ética y la vida en común, contaminada en tiempos recientes por una sensación generalizada de miedo y que, a menudo fomentada a propósito, lleva a actitudes de aislamiento y odio”.

“Tenemos necesidad de ayudarnos”, añadió el pontífice, “para no rendirnos a las seducciones de una ‘cultura del odio’, de una cultura individualista que, tal vez no sea tan ideológica como en los tiempos de la persecución ateísta, es sin embargo más persuasiva e igual de materialista. A menudo nos presenta como una vía para el desarrollo lo que parece inmediato y decisivo, pero que en realidad sólo es indiferente y superficial”.

Por eso, en la reformulación del Padre Nuestro que el papa Bergoglio propuso en la nueva catedral ortodoxa de Bucarest, se incluye la oración para que el Señor done a todos los cristianos “el pan de la memoria, la gracia de que fortalezcas las raíces comunes de nuestra identidad cristiana, indispensables en este tiempo en el que la humanidad, y las jóvenes generaciones en particular, corren el riesgo de sentirse desarraigadas en medio de tantas situaciones líquidas, incapaces de cimentar la existencia”.

La recuperación de las raíces, de los valores comunes y del sueño de los padres fundadores de Europa no representa un elemento “identitario” que cree separación y nuevos muros, sino más bien un patrimonio oculto que hay que desenterrar para crear nuevos vínculos, capacidad de acogida y verdadera integración.

Publicado en L`Osservatore Romano

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