Una familia de Tokio

Cultura · Víctor Alvarado
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2 diciembre 2013
El buen hacer y el poderío económico de Hollywood impide, en muchas ocasiones, que podamos disfrutar de buenas obras provenientes de otros lugares del planeta. Eso precisamente le pasa al peliculón, Una familia de Tokio, que llega a la cartelera con muy pocas copias. Y es que el mundo nipón nos ha obsequiado con unos cuantos cineastas de incontestable valía como Akira Kurosawa,  Yasujiro Ozu, Hirokazu Kore-eda y, en este caso, Yôji Yamada.

El buen hacer y el poderío económico de Hollywood impide, en muchas ocasiones, que podamos disfrutar de buenas obras provenientes de otros lugares del planeta. Eso precisamente le pasa al peliculón, Una familia de Tokio, que llega a la cartelera con muy pocas copias. Y es que el mundo nipón nos ha obsequiado con unos cuantos cineastas de incontestable valía como Akira Kurosawa,  Yasujiro Ozu, Hirokazu Kore-eda y, en este caso, Yôji Yamada.

Shukichi y Tomiko son dos ancianos, que viven en una población rural de Japón. Ellos deciden visitar a sus hijos en Tokio porque tienen ilusión en saber qué ha sido de sus vidas. Su descendencia agradece la visita de sus progenitores, pero las prisas de la gran ciudad dificultan la comunicación.

El cineasta, Yôji Yamada, ha homenajeado a uno de los directores japoneses más conocido de su historia, Yasujiro Ozu, autor de Primavera tardía, Buenos días, Principio de verano o la inolvidable, Cuentos de Tokio. Yamada ha hecho un remake de esta última que, en algún momento, ha sido considerada por los expertos como la tercera película de la historia. De todas formas, pensamos que el referente de estas dos cintas orientales es Dejad paso al mañana (1937), una de las pocas cintas pesimistas del gran realizador Leo McCarey. Cambiando de tema, el director en cuestión ganó La Espiga de Oro 2012  en la Seminci de Valladolid. Para algunos espectadores, la duración puede ser un problema. Sin embargo, a pesar de sus 2 horas y 25 minutos, no se hace pesada porque se guarda cierto equilibrio entre las escenas más dramáticas y las que reflejan la cotidianeidad, siempre salpicada de situaciones cargadas de humor blanco.

A cualquier occidental puede resultar complicado valorar en su justa medida la capacidades interpretativas de actores desconocidos para nosotros, pero yo  destacaría el personajes de la abuela (Kazuko Yoshiyuki) por la autenticidad y la ternura que transmite en una secuencia magistral con su hijo y su futura nuera, junto a la conversación madre-hijo comparando la relaciones de parejas de ayer y hoy.

Si el contexto  de Cuentos de Tokio era el posterior a la Segunda Guerra Mundial, este remake se ha ambientado en los meses siguientes al desastre de Fukushima. Una familia de Tokio gira en torno al valor de la familia y las dificultades que genera el choque generacional y lo que ha cambiado el estilo de vida en muy poco tiempo, al igual  que ha ocurrido en nuestro país. El enfoque, que se le dan a los temas de esta sencilla producción, nos parece muy acertado. Destacamos el del perdón; el acto generoso de un padre que piensa en sus hijos; el darse cuenta de lo que se tiene cuando se pierde; el sentido del compromiso o el de la falta de humanidad de finales del siglo XX y principios del XXI con respecto a la vejez. Llama la atención el tratamiento de la bondad que muchos no valoran lo suficiente.

Finalmente, merece un apartado especial el modo con el que honran a los difuntos, esa despedida tan cariñosa, a pesar no practicar ninguna religión, puesto que el sintoísmo es un tipo de filosofía existencialista, lo que sirve para constatar la necesidad del ser humano de buscar a Dios o algo más allá de la vida  terrenal.

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