Una exhortación que debe ser escuchada
La guerra civil en Yemen ha vuelto dolorosamente a las portadas con la matanza cometida en Aden, donde han perdido la vida cuatro hermanas de la Madre Teresa de Calcuta, las Misioneras de la Caridad, junto a otras doce personas, trabajadores y enfermos del centro de asistencia gestionado por la orden, y un sacerdote ha sido secuestrado. En 1998 ya fallecieron tres hermanas en un ataque al hospital de Hodeida, atribuido entonces a un “saudí desequilibrado”.
Al escribir estas líneas, este último atentado no ha sido reivindicado aún, aunque las sospechas apuntan a elementos vinculados al Isis, cuando la rama local de Al Qaeda ha mostrado su extrañeza ante el ataque. En una información publicada por Asia News, monseñor Paul Hinder, vicario apostólico de Arabia meridional, ha señalado “motivos religiosos”, cosa totalmente creíble en una situación como la que atraviesa actualmente Yemen.
La guerra que se desarrolla en este país se inserta dentro del enfrentamiento más amplio entre chiítas y sunitas y sus respectivos apoyos, por un lado Irán, por otro Arabia Saudí, que para luchar en Yemen contra los rebeldes Houthi, chiítas, ha constituido una coalición de estados sunitas, principalmente países del Golfo pero con la adhesión de otros estados como Egipto, Marruecos e incluso Pakistán. La motivación aducida es la necesidad de restaurar el gobierno del presidente Hadi, reconocido internacionalmente, contra los Houthi y los defensores del depuesto presidente Saleh, antiguo aliado de los sauditas y de los Estados Unidos, y que en el pasado, aun siendo él mismo chiíta, combatió contra los Houthi, ahora aliados suyos. Por otro lado, Hadi también formaba parte del gobierno de Saleh antes de sustituirlo. Una situación de la que obviamente se han aprovechado las milicias locales que se están recomponiendo en Al Qaeda y que controlan varias partes del país, y elementos del Isis.
Por tanto, son evidentes las fuertes connotaciones políticas y de poder de la guerra civil, que se suman a la presencia de un contraste religioso que, como hemos visto, no excluye alianzas en virtud del principio “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Pero podríamos pensar que para el Isis el factor religioso es determinante, que lleva a eliminar a cualquiera que se oponga a su concepto de islam, empezando por los cristianos y siguiendo por los musulmanes considerados herejes, encabezados por los chiítas.
Aden ha sido reconquistada por lealistas apoyados por los sauditas y Hadi la ha proclamado como capital provisional, a la espera de reconquistar Saná, en manos de Saleh y los Houthi. Un ataque como el que han sufrido las Misioneras de la Caridad, invitadas en su momento a estar en Yemen por el gobierno yemení, francamente no parece que pueda interesar a ninguna de las partes enfrentadas, lo que hace más plausible aún la hipótesis del Isis o de cualquier otro grupo yihadista.
La masacre de Aden nos acerca la tragedia yemení, que ya se ha cobrado más de seis mil muertes, al menos la mitad civiles, entre ellos cientos de niños, miles de heridos y millones de desplazados. Organizaciones internacionales como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y Médicos Sin Fronteras, acusando a ambas partes de la muerte de civiles inocentes, han señalado con el dedo sobre todo los bombardeos de los sauditas y el uso de bombas de racimo. Este tipo de bombas, especialmente diseñadas para provocar los llamados “daños colaterales” entre los civiles, deberían estar prohibidas por las leyes internacionales.
El Parlamento europea, en la deliberación aprobada por gran mayoría el pasado 25 de febrero, que invitaba a la UE a valorar el embargo de venta de armas a las partes en conflicto en Yemen, expresó su grave preocupación por “los ataques aéreos de la coalición dirigida por Arabia Saudí y por el bloqueo naval impuesto a Yemen, que han causado miles de muertos y una posterior desestabilización del país”.
Yemen es la nación más pobre del Golfo y, según la ONU, la guerra civil lo está llevando al borde de la catástrofe humanitaria, con 21 millones de yemenís, sobre un total de 26, en condiciones de precariedad, y la mitad de la población ya sufre malnutrición. Es imposible no estar de acuerdo con el mensaje del Papa Francisco tras la masacre de Aden, donde pide en nombre de Dios a todas las partes “que renuncien a la violencia y renueven su compromiso por el pueblo de Yemen”. Una invitación que, según los expertos, no tiene muchas probabilidades de ser escuchada por los contendientes locales pero que tal vez puede, o mejor dicho debe, ser escuchada por las potencias extranjeras.