Una escuela atenta a la formación del carácter

Mundo · Ferrán Riera
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5 febrero 2018
El pasado mes de noviembre se celebró el Encuentro Mundial por la Innovación en Educación (WISE 2017) que anualmente se celebra en Doha (Qatar). Alguna cosa importante y preocupante tendrá la educación cuando año tras año los mayores expertos en el tema del mundo entero se encuentran para hablar de ella.

El pasado mes de noviembre se celebró el Encuentro Mundial por la Innovación en Educación (WISE 2017) que anualmente se celebra en Doha (Qatar). Alguna cosa importante y preocupante tendrá la educación cuando año tras año los mayores expertos en el tema del mundo entero se encuentran para hablar de ella.

La educación está siempre en el punto de mira. Todo parece indicar que los resultados económicos, las superaciones de las de las crisis y el desarrollo de los países dependen de los planteamientos educativos de fondo que se hacen y que se deciden en los despachos de psicólogos, economistas, pedagogos, neuropsiquiatras cognitivos y otros personajes que desfilan para decir lo que les parece mejor escribiendo manuales, teorías y diseñando “tests” de medición de los resultados.

A veces te encuentras educadores que son fieles a la experiencia que hacen, que no están dispuestos a hacer experimentos si no es con gaseosa y que realizan el extraordinario trabajo de estar atentos para ver si sus alumnos crecen y –éste es el criterio definitivo– acreditar que en el acto de enseñar ellos mismos comprenden más la naturaleza de la materia que enseñan y la condición de los hombres y las mujeres que tienen delante. En una relación bidireccional hay que decir que los mejores proyectos educativos se nutren de maestros de esta clase y que, a su vez, estos maestros crecen en proyectos educativos que tienen la capacidad de tener en cuenta toda la realidad y quedarse con lo mejor de la legislación, de las modas, de las innovaciones y de la tradición.

Los colegios que vencen en el intento de educar a sus alumnos no pueden ser totalmente impermeables a la evolución de los acontecimientos en el mundo educativo. Tarde o temprano la legislación vigente se convierte en una especie de “percutor” que introduce cambios y nuevas tendencias en las aulas con una rapidez que está en función la resistencia de los prejuicios, la pereza o la fortaleza ideológica de los educadores.

Las conclusiones del WISE 2017 son interesantes (en algunos medios de comunicación se ha hecho eco de ellas). Ahora resulta que no nos tenemos que preocupar tanto de desarrollar las competencias en las habilidades cognitivas y en la transferencia en el conocimiento sino que debemos estar atentos a habilidades “no” cognitivas como el esfuerzo y la disciplina.

Vayamos paso a paso y entremos de forma breve en algunas distinciones que nos pueden ayudar a comprender lo que está en juego.

Las habilidades cognitivas y el “capital humano” en la producción de riqueza Adam Smith en 1776 es el primero que apunta al concepto de “capital humano” cuando dice que “un hombre instruido en un trabajo que requiere destrezas y habilidades extraordinarias se puede comparar a una máquina de elevado coste de la que se espera que restituya el capital empleado en ella además de dar beneficios ordinarios”.

A mediados del siglo XX, los prestigiosos economistas de la denominada Escuela de Chicago (con premios Nobel a la cabeza como Milton Friedman y otros) consagraron el concepto de “capital humano” en un intento de explicar aquella parte del crecimiento de la renta de un país que no podía atribuirse a factores tradicionales como el aumento de tierras de cultivo, del capital o de la mano de obra. La diferencia encontraba su explicación en las inversiones realizadas en temas como salud, incorporación de experiencia laboral y, sobre todo, educación.

Con el tiempo se ha consolidado definitivamente la idea sobre el nexo existente entre la inversión personal en educación y la productividad. Las estadísticas sobre el nivel de ocupación y desarrollo económico en función de la formación académica no dejan opción a la duda. Queda claro que el “capital humano” va unido a los conocimientos personales, habilidades y competencias que una persona adquiere estudiando, es decir, a lo que tradicionalmente se denominan como “habilidades cognitivas” y que en los últimos tiempos se han puesto en la palestra educativa en forma de “desarrollo de competencias”.

En la segunda mitad del siglo XX las diversas escuelas pedagógicas, los adelantos en el campo de la psicología cognitiva con la creación de tests de medición de capacidades humanas, dentro del marco del progreso tecnológico y de cambios constantes y del fenómeno de la globalización, han conformado el paradigma de trabajo y de propuesta educativa que ha desembocado en las últimas modas y tendencias pedagógicas que se recogen en la ley educativa. Tan sólo hay que echar un vistazo a las competencias descritas en los decretos y a las palabras que usa la inspección educativa para reconocer aquellas habilidades cognitivas que se desarrollan en el estudio y que históricamente se han identificado como decisivas en el incremento del “capital humano”: comprender, planificar, resolver, ordenar, comunicar,…son los verbos utilizados para describir las competencias que hoy son objeto de casi la total evaluación de las materias que se imparten en los colegios.

Heckman y las habilidades no cognitivas

Pese a lo que a priori pueda parecer, han sido los modelos productivos los que han regido las necesidades educativas y, por tanto, las propuestas pedagógicas en las diferentes épocas históricas. Ha sido así en el liberalismo, el comunismo y en la economía globalizada actual.

De nuevo un premio Nobel de economía –James Heckman ya en el siglo XXI– está dando un giro a las propuestas educativas. Para hacerlo utiliza un impresionante despliegue de datos, mediciones y estadísticas recogidos por su equipo durante décadas. En “The Myth of Achievement Tests: The GED and the Role of Character in American Life” (2014) Heckman pone en discusión la idea de que la adquisición de competencias mediante la instrucción escolar sea la forma más eficaz de incrementar el capital humano. Con los datos de sus estudios muestra que dicho capital es la combinación de dos tipos de habilidades: las “habilidades cognitivas” (competencias medibles y desarrolladas en el estudio) y las “habilidades no cognitivas”.

La Sociedad Americana de Psicología describe estas otras habilidades dentro de 5 grandes rasgos de la personalidad que a su vez contienen diversas dimensiones del carácter: extraversión (dinamismo en la sociabilidad, entusiasmo…), la amigabilidad (empatía, cordialidad…), la conciencia de los actos (escrupulosidad, tenacidad y resiliencia…), estabilidad emotiva (control de las emociones y de los impulsos…) y la apertura mental (a la cultura, a la experiencia).

En su trabajo Heckman va más allá y establece conclusiones como las que siguen:

a) Las habilidades no cognitivas son determinantes en el desarrollo de la vida escolar, el éxito laboral, los comportamientos saludables y en la disminución de la probabilidad de depresión y, por lo tanto, en el sostenimiento de la positividad de ante la vida.

b) Estas habilidades interactúan potenciando las cognoscitivas y son decisivas para el conocimiento.

c) Las habilidades no cognitivas configuran el carácter de la persona. El carácter no es un aspecto al margen del proceso de aprendizaje y de las capacidades de conocer y de actuar en el trabajo y en la realidad, sino que se trata de un factor determinante en todo ello.

d) La atención a las habilidades cognitivas no puede prescindir del desarrollo de la persona como tal. No se trata pues de dotar al niño simplemente de un espacio y de unos recursos para que pueda aprender siendo él el protagonista de su propio aprendizaje. Es necesario dotarlo del acompañamiento que incide en la educación del carácter.

e) El colegio no es lo único importante. La calidad de las relaciones familiares, el acompañamiento de los padres y el contexto social son factores también decisivos para la formación positiva tanto de las habilidades cognitivas como de las no cognitivas (carácter).

f) A diferencia de las habilidades cognitivas, que se desarrollan en gran medida en periodo escolar y en los primeros años de formación laboral, la mejora de los rasgos que constituyen el carácter puede continuar durante toda la vida pero los años más decisivos y determinantes son los primeros años de la vida escolar. Para Heckman la mejor inversión en capital humano está en la educación infantil.

¿De vuelta a la casilla de inicio?

Las conclusiones del WISE 2017 del que hablábamos al inicio han identificado las que, según los expertos, serán las claves para educar mejor las nuevas generaciones. Entre otras cosas, podemos encontrar algunos de los elementos de la formación del carácter que Heckman describe como la capacidad de escucha, la resistencia a la frustración, la disciplina y el orden que educan el dominio de uno mismo, la conciencia ética de las relaciones, el deseo de aprender…es decir, se trata de elementos –muchos de ellos– que encontramos en las enseñanzas del pensamiento de Aristóteles y Platón y que, como hemos visto, se repiten 2.400 años después en las conclusiones de los estudios de Heckman.

Quizá hayamos dado muchas vueltas para volver a allí mismo. Pero nadie nos dice que no hubiera sido necesario todo este viaje. La condición humana permite, si queremos y dejamos a un lado el orgullo, que se aprenda algo por el camino o, como mínimo, que hagamos más nuestro todo aquello que ya sabíamos.

Una escuela que eduque las habilidades cognitivas y esté atenta a la formación del carácter

En la formación del carácter y de las habilidades para conocer, el elemento esencial es la experiencia que el niño y el joven hacen en el mismo acto de conocer. El crecimiento de la autoconciencia se da en esta experiencia que, al repetirse una y otra vez desde los primeros años de vida, va forjando el carácter a la vez que las herramientas para relacionarse con toda la realidad. La hipótesis educativa que tenemos es que la personalidad del adulto (que comprende quién es él y qué significa la realidad que le rodea) es el resultado de la suma de todas esas “experiencias fundamentales” de conocimiento unificadas en la persona por la presencia del amor de los padres, de los adultos que acogen su vida y de los amigos e iguales que después lo acompañan.

Bajo la mirada atenta de padres y profesores, la educación es invitar al niño, al joven, a descubrir la realidad y su significado aprovechando el motor inagotable que es el deseo que tiene de verdad, justicia, belleza y bondad que le empuja, ya de natural, a buscar este significado de la vida pero que queda frenado por las barreras de la inseguridad, la duda, del dolor y la dificultad en el esfuerzo inherente a toda experiencia humana.

Viviendo ante los chicos, los adultos no sólo debemos ser testigos de que el deseo de significado tiene respuesta en la realidad sino que también debemos darles herramientas y razones que les acompañen en el sacrificio que implica alcanzar cualquier meta que valga verdaderamente la pena.

La escuela es entonces tan sólo el escenario en que esto sucede. Se trata de un escenario que debe estar preparado para hacer fácil esta educación del carácter y de las habilidades cognitivas que se da en el encuentro del chico con la realidad. El encuentro es pues el elemento central de la escuela: El encuentro con las materias, a través de diálogo con ellas, de las preguntas que se suscita; el encuentro con los textos y la literatura; con la ciencia y la historia; encuentro con el otro, con el igual y con el adulto, en un clima que nos permita reconocer su valor; el encuentro, en definitiva, con la misericordia que permite volver a empezar a cada momento y que posibilita el reconocimiento de la verdad que siempre está presente.

En los últimos años la hegemonía de los objetivos de aprendizaje primero y la de las competencias después han traspuesto la escuela convirtiendo aquel lugar de transmisión cultural que era en un laboratorio de la psicología cognitiva. En cambio la escuela atenta a la formación del carácter y su interacción con las habilidades y competencias cognitivas, por su misma naturaleza (lugar de encuentro que permite hacer la experiencia de conocer), recupera casi sin querer y sin reivindicación alguna aquella condición perdida por la cual la cultura de los padres se reconoce, se revisa, se reelabora y se ofrece a las nuevas generaciones.

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