Una difícil solución

España · Teo Uriarte
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17 marzo 2017
La actual crisis que padece desde hace años el PSOE es de muy difícil solución y menos en este clima de crispación y de cambio de papeles que determinados líderes ejercen en estos momentos. La solución, que debiera sostenerse sobre el debate y aprobación de un proyecto político, por limitado que este fuera, ha sido saboteada por el debate entre personas y la llamada a la crispación. Solamente la vuelta como candidato del secretario general defenestrado por el Comité Federal, da forma de un enfrentamiento muy profundo y de ruptura en su seno. En el pasado, los perdedores hacían mutis por el foro, y a alguno con suerte se le permitía volver a algún puesto de importancia.

La actual crisis que padece desde hace años el PSOE es de muy difícil solución y menos en este clima de crispación y de cambio de papeles que determinados líderes ejercen en estos momentos. La solución, que debiera sostenerse sobre el debate y aprobación de un proyecto político, por limitado que este fuera, ha sido saboteada por el debate entre personas y la llamada a la crispación. Solamente la vuelta como candidato del secretario general defenestrado por el Comité Federal, da forma de un enfrentamiento muy profundo y de ruptura en su seno. En el pasado, los perdedores hacían mutis por el foro, y a alguno con suerte se le permitía volver a algún puesto de importancia.

Que durante años el PSOE se haya mantenido cohesionado sólo en la exagerada condena de la derecha, predice no sólo un debate político pobre, más bien inexistente, y que éste se ciña, una vez más, a una llamada por parte de todos los candidatos a la secretaría general a los elementos sentimentales que pueden producir adhesión. Personajes en litigio y contenido emotivo de los mensajes harán subir el nivel de tensión. Así, el tema central, y no es broma, será quién odia más al PP, como a los romanos en La Vida de Brian. Lo que debieran saber los futuros gestores del PSOE es que la bandera de la emotividad en la izquierda la tiene Podemos, y el odio que éste esgrime es muy difícil superarlo.

Los personajes en la escena del congreso del PSOE se mueven a la manera de un Vaudeville. Los actores cambian de habitación y de compañía con una rapidez inusitada, a la vez que parecen ejecutar otro papel. Zapatero, responsable de la apertura a la demagogia desde la izquierda, la búsqueda de una identidad fóbica con la derecha mediante la memoria histórica, padre del nihilismo buenista, presta su apoyo a la candidata oficial, sucesora de una gestora cuyo presidente, Javier Fernández, que se tiene que marchar, ha sido el socialista que mejor discurso socialdemócrata ha realizado en los últimos años. Y Eduardo Madina, el otrora delfín del zapaterismo, rechazado como secretario general en el anterior congreso, pasa al centro de la escena convirtiéndose en el encargado de llevar la ponencia oficial. Y Pedro Sánchez, el candidato que los notables sacaron de la segunda fila para oponerlo en su día a Eduardo Madina, para que diera estabilidad al partido, se convierte en el candidato izquierdista dispuesto a llevar hasta el fin el sinsentido político del no es no y la demagogia más destructiva. Y se podría seguir con más personajes que alternan los papeles, pero estos son por su significancia representativos del follón. No hay debate de proyecto, es sólo quién manda sobre lo que quede del PSOE.

Un grave problema, porque a nadie se le oculta la necesidad de una izquierda reformista dentro del sistema, y ésta puede aún hacerse más daño si no es capaz, al menos en este congreso, de alcanzar un sosiego al que la gestora se había prestado. Iniciada la carrera congresual, el PSOE ni está ni se le espera en la política española, ni favorece acuerdo alguno ante en el decreto ley sobre la estiba, ni se le espera respecto a los presupuestos. Está ya fuera de órbita, la única existente es la promovida por la dinámica de un candidato en actitud de revancha que quiere llevar aún más lejos a su partido en su deriva izquierdista.

No sólo la crisis económica, sino la orfandad ideológica y la deriva izquierdista que el PSOE asumió desde hace más de una década nos lleva a apostar por un mal futuro en un partido que ha sido consustancial a la democracia española. Su desastre será el desastre de todos.

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