Una Cumbre necesaria pero no suficiente para la confianza
Destaquemos primero lo positivo. La crisis actual responde a un número grande de causas como la burbuja inmobiliaria y las hipotecas subprime, la intoxicación de productos financieros a partir de deuda titulizada de escaso valor, la connivencia de agencias de rating y reguladores con las prácticas financieras al límite de la legalidad, la política monetaria que ha propiciado un entorno proclive a canalizar excesos de liquidez hacia productos financieros complejos e innovadores, etc. Muchas causas que, en realidad, lo que han generado es un problema de confianza en las economías, cuando ésta es el motor de cualquier construcción económica y financiera. En un contexto de falta de liquidez y crisis donde nadie se fía de nadie, la primera responsabilidad de los gobernantes era la de transmitir un mensaje de confianza a los mercados y la sociedad. Esto se ha hecho en gran parte a partir de este punto de partida que ha supuesto la Cumbre.
La Cumbre establece un ambicioso plan de acción en varios ámbitos: fortalecimiento de la transparencia y la responsabilidad, mejora de la regulación, supervisión prudencial, gestión de riesgos, promover la integridad de los mercados financieros y reforzar la cooperación internacional. Cada uno de estos ámbitos se presenta como una oportunidad para apuntalar el sistema financiero internacional y corregir los vicios que han llevado a su colapso actual. Muchas de las medidas se han comprometido en ponerlas en práctica para el 31 de marzo de 2009, lo que seguramente es sin duda una fecha record para la envergadura de algunas de ellas y la supuesta aprobación por consenso que debería realizarse de las mismas por el G-20.
Los resultados de la Cumbre son sin duda esperanzadores. Cuando la mera existencia de la Cumbre ya suponía un bien necesario, el establecimiento de un plan de acción supone una garantía de que se está yendo en el buen camino. No obstante, los resultados arrojan también algunas incertidumbres serias: ¿no llegarán algunas de las medidas propuestas demasiado tarde?, ¿no existe el riesgo de que el 31 de marzo algunas de las medidas más emblemáticas no puedan consensuarse y se venga abajo la confianza desplegada este fin de semana?, ¿realmente los políticos van a estar dispuestos a someterse a los acuerdos internacionales que se concreten en los próximos meses por encima de sus intereses nacionales y electorales?, ¿serán suficientes las medidas anunciadas para reestablecer el orden y la confianza?
Estos interrogantes suponen un pero en los logros de la Cumbre y sólo el tiempo dirá de su alcance efectivo. Más allá de los interrogantes, los resultados de la Cumbre se enfrentan a dos graves problemas. En primer lugar, la concreción de las buenas intenciones en planes coordinadores de los países. La Cumbre no establece un mecanismo ni una autoridad que dirija o coordine planes que supuestamente han de estar coordinados. De esta manera existe excesiva delegación de funciones para cada país. Al final, si cada país hace lo que quiere, la desunión sólo alimentará más desconfianza al mercado. Habrá países que actúen en la dirección correcta y otros en la contraria.
El segundo problema es que la crisis actual no es solamente un problema técnico de carácter financiero. También manifiesta un desorden cultural de nuestras sociedades y éste es un desafío al que ninguna Cumbre podrá afrontar adecuadamente. La confianza es últimamente una dimensión del ser humano que puede desplegarse o no, dependiendo de la forma en la que se concibe a sí mismo y a la sociedad en la que trabaja, consume e invierte. Las medidas diseñadas desde arriba, aunque necesarias, nunca podrán sustituir el cambio que la propia sociedad debe hacer.
Los gobernantes tienen que liderar un proceso que realmente no depende solamente de ellos. La sociedad entera debe reaccionar. ¡Ojalá la sociedad esté presta a aprovechar la oportunidad que supone la crisis! Como cuando el mundo asistió a una reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial: partía del deseo social profundo de comenzar de nuevo y de unos grandes líderes que estaban a la altura de las circunstancias -y que no esperaron a beneplácitos electorales o buenas encuestas para actuar-. Ahora estamos en un momento clave para actuar más allá de la necesaria foto del G-20. Esperemos que los líderes actuales puedan estar a la altura. Sobre esto también hay interrogantes.