Una botella en el mar de Gaza

Cultura · Juan Orellana
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18 septiembre 2012
En la línea de otras películas que han tratado del conflicto palestino-israelí desde una perspectiva superadora, esta de Thierry Binisti es, sin duda alguna, una de las más importantes, tanto por su originalidad como por su mirada antropológica. En la línea de títulos independientes como Ajami, de Scandar Copti, Los limoneros, de Eran Riklis, Zona libre, de Amos Gitai, o Domicilio privado de Xaverio Costanzo, Una botella en el mar de Gaza es una magnífica muestra de una exquisita sensibilidad para rastrear lo humano donde otros sólo ven un problema político.

La película se basa en una novela epistolar de Valérie Zenatti, coguionista de la misma, que a su vez se inspira en hechos reales y experiencias autobiográficas. Tal es una adolescente parisina judía que vive desde hace unos años en Jerusalén con su familia. Tras ser testigo de un brutal atentado en el café Hillel, vive tratando de entender el porqué de tanto odio y violencia. Un día le pide a su hermano, militar, que tire al mar una botella, en la que ella ha escondido un mensaje: quiere contactar por email con algún palestino que le ayude a entender. Un día recibe respuesta en su bandeja de entrada. Es "Gazaman", un palestino de Gaza, con el que va a emprender una conmovedora relación "electrónica" que va a suponer un punto de esperanza real en medio del infierno.

Esta sinopsis puede dar a entender que se trata de una historia romántica. Pero, lejos de eso, es la historia de una relación que permite que aflore la condición humana común y compartida, por encima de los prejuicios de la guerra y del odio oficial. Las heridas que cada uno tiene, fruto de la injusticia radical del conflicto, van dejando emerger paulatinamente el grito de lo humano, el deseo profundo de fraternidad, de reconocer en el otro lo más noble que hay en uno mismo. Fruto de ese intercambio epistolar, Gazaman va tomando decisiones encaminadas a salir de ese infierno, decisiones que contarán con la incomprensión de los suyos y el apoyo de su madre.

La película, que es una producción franco-canadiense-israelí, está rodada y montada con mucha fuerza, domina la atención del espectador, y se sostiene perfectamente con la brillante interpretación de Agathe Bonitzer (Tal) y Mahmoud Shalaby (Gazaman).

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