Un yo omnipresente

Editorial · Fernando de Haro
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22 enero 2023
La IA generativa nos invita a redescubrir la fuerza del “yo omnipresente” porque plantea la oportunidad de comprender qué es la auténtica inteligencia, qué diferencia al algoritmo del hombre.

Greg Rutkowski es un diseñador de imágenes para internet que está muy nervioso por los avances de la Inteligencia Artificial (IA). Dice que cada vez con más frecuencia se encuentra con obras de arte que no se distinguen de las suyas. Obras que han sido generadas por algoritmos. El caso de Rutkowski ha estado presente en el Foro de Davos de este año. Muchos temen que las máquinas los hagan innecesarios.

En la localidad suiza se ha hablado, cómo no, de la IA generativa que produce discursos, imágenes, música o códigos. Lo último son los grandes modelos lingüísticos que, con el aprendizaje profundo, generan textos nuevos a partir de las entradas que reciben. Estos modelos se pre-entrenan en un gran corpus de datos. El ya famoso ChatGPT, prohibido en algunas escuelas públicas estadounidenses, ha ampliado notablemente las capacidades de la IA. No solo traduce o procesa textos. También escribe trabajos universitarios, explica conceptos científicos, redacta recetas y puede pasar consulta.

Este sorprendente desarrollo tecnológico ha disparado inmediatamente preocupaciones en el campo ético. Siempre nos preocupa la moral antes que la realidad de las cosas. Se discute cómo “gobernar” las maquinas. Los grandes modelos de lenguaje tienen también capacidad para desarrollar discursos falsos y engañosos. Meta´s Galactica, un modelo entrenado con 48 millones de artículos académicos, tuvo que retirarse por interpretar mal los datos que recibía. Estamos viendo también la agilidad de los algoritmos para facilitar la circulación de noticias falsas. La capacidad de generar imágenes violentas y sexuales ha crecido considerablemente. De momento la solución que se ha dado en Davos es que haya “controles” para abordar todo lo que supone la IA generativa en “los mercados laborales, la legitimidad de los datos extraídos, la concesión de licencias, los derechos de autor y la posibilidad de contenidos sesgados o perjudiciales”.

Son sin duda retos interesantes y es necesario abordarlos. Pero quizás lo más estimulante de la IA generativa es que vuelve a plantear la oportunidad de comprender qué es la auténtica inteligencia, qué diferencia al algoritmo del hombre.

En un relato profético de hace ya algunos años en «El dilema de Turing», el físico Juan José Gómez Cadenas describe un mundo de robots inteligentes. Sus creadores han conseguido imitar el funcionamiento de la mente humana en una máquina “cuyo estado evoluciona en función de los datos que recibe y de la experiencia almacenada en su memoria”. El personaje que describe el éxito alcanzado reconoce que sus robots “emulaban en lo esencial el comportamiento del cerebro y de hecho, nuestra máquina era capaz de ver, oír o razonar mejor que cualquier humano” pero “no conseguíamos identificar, detrás de su desmesurada inteligencia, el yo omnipresente en cada persona. Había algo en el kilo y medio de materia gris alojado en el interior de nuestros cráneos que no conseguíamos reproducir”.

Hay neurólogos que creen haber desvelado parte del secreto de ese “yo omnipresente” del que habla el personaje de Gómez Cadenas. Por ejemplo, el secreto del libre albedrío. Un experimento realizado en los años 80 por Bernard Libet mostró que las neuronas, para mover las muñecas de la mano, se activan un cuarto de segundo antes de que una persona decida moverlas. Por eso se concluyó que no decidimos, seguimos los impulsos de nuestro cerebro. No se puede ir tan rápido. Un equipo de filósofos y neurólogos interdisciplinar llamado Neurophilosophy and Free Will ha hecho avances interesantes en este campo. El experimento de Libet explica la multitud de acciones arbitrarias o no pensadas que llevamos a cabo al día. Pocas son reflexivas. No pensamos cómo tenemos que andar. Pero sí consideramos qué nos conviene o qué nos interesa más en las cuestiones que nos parecen importantes (trabajo, amor, etc). Dice este grupo de trabajo que el libre albedrío no funciona como imaginamos. Seguramente antes de decidir formalmente ya hemos decidido. En cualquier caso el “yo omnipresente” y libre reaparece. Lo niega el nihilismo y vuelve a aparecer en la ciencia como en la vida con su necesidad imperativa de conocer el mundo, de encontrar algo que lo unifique. Con su deseo intencionado de ser sujeto. Cuanto más vacío, cuanto más deconstruido, más anhelante.

La provocación interesante de la IA generativa es que nos invita a redescubrir la fuerza del “yo omnipresente” y su naturaleza. Greg Rutkowski tiene motivos para no estar tan nervioso.

 

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