Un tsunami invisible de humanidad

Sociedad · Pigi Banna
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1 febrero 2021
Una pequeña marejada en las aguas tranquilas de la red. Es la impresión que causan las más de 35.000 visualizaciones del video “Educación, comunicación de uno mismo. Crecer y h hacer crecer en tiempo de pandemia”.

Una pequeña marejada en las aguas tranquilas de la red. Es la impresión que causan las más de 35.000 visualizaciones del video “Educación, comunicación de uno mismo. Crecer y h hacer crecer en tiempo de pandemia”, que se celebró por streaming el pasado sábado 30 de enero y desde el día siguiente está también disponible con subtítulos en español. Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, entró en diálogo sobre la emergencia educativa actual, partiendo de una carta abierta que algunos profesores y educadores del movimiento que guía publicaron en el Corriere della Sera.

Que la duración, de una hora y media, no dé lugar a engaño. No se trata del discurso de una serie de intelectuales de diverso tipo desmenuzando los problemas actuales a base de análisis. Estos poco más de ochenta minutos suponen más bien el tiempo mínimo necesario para adentrarse en uno de esos parajes –por citar un proverbio africano que le gusta mucho al papa Francisco– necesarios para educar a un niño. Un lugar donde podemos escuchar la voz de la pediatra que se topa con un incremento en los intentos de suicidio juvenil, el padre que recibe el reproche de su hija con el ceño fruncido, el periodista que se pasa a profesor, la abuela, el director, y muchos otros… Voces unidas, aunque desde perspectivas diferentes, por la pasión de educar en estos tiempos marcados por la fatiga pero también por desafíos inéditos, deseosos de comunicar a los más jóvenes una esperanza para su vida presente y futura.

En este sentido, todos son educadores que han tenido la fortuna de encontrar un lugar donde compartir su experiencia, llena de alegrías, dificultades y preocupaciones. Lo raro es poder hacerlo juntos, sin polémicas, quejas ni juegos de equilibrio.

Educador de educadores, Carrón mantuvo el diálogo ampliando horizontes y valorando los puntos fuertes que ya estaban presentes en esta experiencia común. Ante el torpor y la cerrazón de los jóvenes, “hacen falta personas que estén presentes, indicadores de esperanza”. Pero la esperanza no se la puede dar uno mismo. Si no la llevas impresa en la cara, los chavales de desenmascaran, te pillan.

En efecto, tal como aclaraba la experiencia del periodista que hizo una suplencia de nueve meses en un centro, la mayor parte del tiempo online, el problema es que el educador también sea generado, despertado por un encuentro. Por tanto, como dijo Carrón recogiendo el balón al vuelo, “no es cuestión de capacidad sino de dejarse generar. Nuestros límites no son una objeción”.

Tal como lo confirmó Bettina, hablando en nombre de un grupo de padres preocupados por sus hijos, a los que ven cada vez más desganados, contando cómo todo volvió a empezar en su caso por la conversación con un amigo. Sus amigos se han visto relanzados, han tomado la iniciativa de con sus hijos, sus hijos con sus amigos, hasta el punto de que el más reacio al final acabó diciendo: “mañana yo también voy con ellos”.

Carrón valoraba todo lo que iban contando, compartiendo también su propia experiencia educativa en España, no por un acceso de entusiasmo nostálgico sino presente, como si él también estuviera aprendiendo esa noche. En esa misma línea iba la experiencia de Cristiana, que ante la queja de una alumna porque “nunca me llama”, y no por las notas sino porque no se sentía digna de la atención de su profesora, recordó que ella también necesita “sentirse llamada”, cada mañana, antes de entrar en clase, aunque sea un aula virtual. “Qué maravilla –retomó Carrón– que tus alumnos sean tu mayor recurso, convirtiéndose así en nuestros compañeros hacia el destino, porque nos retan a ser nosotros mismos, de modo que nosotros también podemos convertirnos en compañeros suyos”.

Tras una hora de diálogo intenso, ya parecía claro que el problema educativo no depende de reglas, estrategias o estructuras particulares, sino de la humanidad de los educadores que, dialogando como hermanos, reconocen ante sí a un padre que les da la vida y les pone en marcha, como los ancianos del pueblo cuando se reúnen en torno al fuego al final de la jornada después de haber acostado a los niños. Los educadores, al calor de este fuego, recuperan energías para afrontar el momento actual, a distancia o presencial, para luchar y ser pacientes al mismo tiempo, para apostar por la libertad de los más jóvenes sin ser remisos ni intrusivos.

El encuentro finalizó y nos dejó la embriagadora impresión de que esa marejada virtual de más de 35.000 visualizaciones en 24 horas solo era el indicador de un tsunami invisible de humanidad que ya sopla cotidianamente en muchas aulas y en muchas familias, generando ese corazón herido pero auténtico propio de los jóvenes de todos los tiempos, más aún de los nuestros.

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