Un pueblo que se abre camino
Acabo de regresar de un intenso y bello viaje con mis ahora amigos Juan Carlos, Luigi y Leonardo, que me han acompañado a Puerto Príncipe a apoyar las labores de CESAL y acompañar a Jordi Bach, director en Haití. Lo que hemos visto estos días ha supuesto un cambio en mi vida y creo que también en la de mis amigos. He podido experimentar que la realidad es mucho más grande y sorprendente de lo que podemos imaginar y de lo que otros nos dicen.
¡Qué grandeza la del hombre! No hay nada que nos pueda quitar la esperanza, esa promesa de bien y de vida plena que llevamos impresa, nada ni nadie es capaz de arrebatarnos el deseo de vivir, no de sobrevivir, sino de vivir y ser felices. Cada uno de nosotros estamos llamados al mismo destino, efectivamente nuestras existencias pueden ser diferentes, nuestras circunstancias no son las mismas, pero sí nuestro destino. Todos deseamos que nuestra vida se cumpla, deseamos alcanzar aquello para lo que estamos hechos.
En medio de la mayor destrucción que jamás haya podido ver, en el interior del más fuerte dolor que haya podido imaginar, delante de este gran sufrimiento, el hombre no puede negar que es para la vida para lo que está hecho. Esto es lo que evidencia una ciudad de la que antes nadie hablaba y últimamente se habla mucho, Puerto Príncipe, una ciudad que ahora recuerda a esas imágenes de las películas bélicas después de un gran bombardeo, una ciudad destruida por completo. Ya todo el mundo ha podido ver las imágenes que nos muestran los medios, ya todo el mundo ha escuchado y leído los cientos de análisis y lecturas que los "expertos" han hecho, pero ¿quién se ha parado a mirar el drama que viven los haitianos actualmente?
Pues bien, yo lo he intentado y estoy absolutamente conmovido por lo que he visto en Puerto Príncipe estos días, y no precisamente por la ciudad en ruinas y todas esas escenas de supuesta desesperación y violencia que nos muestran por televisión, estoy conmovido por las caricias recibidas de los cientos de niños que viven en la calle, por sus sonrisas, por sus miradas que me dicen "quiero jugar", estoy conmovido por el orden y el equilibrio que existe en los improvisados campamentos donde ahora vive toda la ciudad, estoy conmovido por los cantos profundos de un pueblo que da gracias a Dios por lo que tiene, por la muestras de fraternidad entre personas que no se conocían, por las muestras de caridad de las personas que han entendido que lo mejor que podemos hacer con nuestra vida es donarla a los demás, estoy conmovido por el amor al destino de los hombres que he podido ver en algunos de mis amigos e incluso en mí.
Realmente este viaje me ha enseñado muchas cosas, los haitianos me han dado un ejemplo con sus pobres pero grandes vidas, ahora estoy más abierto y quiero dejarme sorprender por la realidad, que es misteriosa pero que está cargada de un bien y una esperanza inextirpables. En estos momentos difíciles en los que parece que todo carece de sentido y que se apodera de nosotros la confusión, yo os invito a todos a viajar a Puerto Príncipe, y si no podéis hacerlo, creedme: Haití es un testimonio de cómo la vida se abre camino de entre la muerte.
David Pizarro Poblador es cooperante de CESAL en República Dominicana. Más información en www.cesal.org