Un pequeño libro para una vida grande
Querido Daniel Capó: Tengo en mis manos tu pequeño libro Florecer (ed. Didaskalos) que has escrito con el teólogo Carlos Granados. Dos caras de la misma moneda, o mejor dicho de la misma persona: la familia y la escuela. Quizás una de las causas de tantas tragedias de nuestro mundo es la radical separación que se ha hecho de esas dos realidades. Además, la han plasmado en libros de filosofía y psicología o incluso implícitamente en leyes e instrucciones para la forja de mentalidades. Se nos habla, desde tantos ámbitos, de la autonomía individual, supuesto camino para alcanzar plenitud y felicidad que se ha olvidado que el ser humano es un ser social, un ser que no puede construirse para sí mismo, sino que necesita de los otros.
La primera parte de tu obra es una crónica familiar, de ecos que me parecen proustianos. Es proustiano el deseo de recuperar el tiempo y fijarlo por medio de esas evocaciones en las que apareces con tu familia, particularmente con tus hijos, a los que llevas de la mano en sus primeros años con la literatura y la música clásica. El mar, las vacaciones, los paisajes… Son algunos de los escenarios en que cuidas de los tuyos y les ayudas a florecer. Porque florecer, en el sentido clásico de una expresión, nada tiene que ver con esos consejos de manual de autoayuda que son puro voluntarismo, amenazados de continuo por esa fragilidad de los seres humanos que los consejos no suelen tener en cuenta. Hemos convertido una autonomía, que es pura autorreferencialidad, en el ideal último de la vida humana. Hemos cerrado los ojos a que las dependencias existen. Todos queremos ser algo de mayores, pero olvidamos el presente. Olvidamos lo que queremos ser de niños, como bien recuerda Carlos Granados en la segunda parte del libro. Llegar a ser premios Nobel o directores de orquesta no es florecer como personas dice también Granados, y esto me recuerda a una persona que se presentó a otra por primera vez exhibiendo su título profesional, y no como una pariente lejana a la que hasta entonces no conocía.
Me permito, Daniel, la libertad de hacerte esta observación: la de que habrías sido un gran profesor. Eres profesor de tus hijos a los que introduces en los mundos de Homero, Marcel Proust, Robert Graves, Pavel Florenski, Etty Hillesum, Anna Ajmátova o Natalia Ginzburg, por citar solo a escritores mencionados en el libro, y también los introduces en el mundo de la música de la mano de Bach, Beethoven o Schubert. Tu “didáctica familiar” supera ampliamente esa mentalidad, presente no solo en la escuela, que da preferencia al acompañar, y no al formar, y en la que el maestro se reduce a un mero asistente del alumno. No dudo de que sea una actitud bienintencionada, aunque me da la impresión de que muchas veces deja a los alumnos, o a los hijos, solos. No es una actitud realista, y en este sentido me gusta mucho la cita que haces de Natalia Ginzburg: “Hacer de la vida una pura elección no es vivir de acuerdo con la naturaleza, porque al hombre no le es dado elegir siempre”. En realidad, lo que pones en práctica con tus hijos es lo mismo que dices en el libro: “La familia es la gran educadora porque impide que el nihilismo tenga razón”.
No recuerdo dónde leí una vez a alguien que decía que no le gustaba mucho el término “educar en valores” porque, entre otras cosas, el nazismo, y cualquier totalitarismo, también tenían sus valores. Carlos Granados viene a decir otro tanto al señalar que los valores están relacionados con el mundo de las ideas. Muchas veces el referirse a la democracia o a la solidaridad se queda en algo como muy genérico, en una mera adhesión intelectual. Falta un paso más: el de las virtudes. Falta un componente ético, y que se concreta con las virtudes enunciadas por Aristóteles y redimensionadas por el cristianismo: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Granados subraya que las virtudes son necesarias para una “vida grande”. Florecer equivale a tener una vida virtuosa. Y en ese florecer deben de actuar al unísono la familia y la escuela.
La mentalidad pragmatista ha separado la educación afectiva del conocimiento, ha separado la familia y la escuela. Pese a todo, desde una óptica cristiana siempre habrá alguien para recordarnos que existe la caridad intelectual. Lo escribió Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate: “Existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”.
Caridad intelectual. Indispensable para florecer y ayudar a florecer a otros.
DANIEL CAPÓ, CARLOS GRANADOS
Florecer. 172 páginas. 8 €
DIDASKALOS
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