`Un paseo por los mercados, por el Alcalde de Sanmontemares`

Mundo · Angel Satué
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4 julio 2012
Sanmontemares es una de esas poblaciones entre el mar y la montaña, que adoptando modernas formas de ciudad, no han abandonado su carácter de pueblo, y quedan, como por arte de magia, en un impasse a caballo entre su pasado y su futuro, entre opciones imposibles y nuevos y posibles horizontes. Como aquel Madrid retratado por Azorín en su obra "Madrid", de 1941, en Sanmontemares la mejor comida aún se cocina en recipiente de barro y a fuego lento de leña. Y sus mercados, ¿qué decir de sus olores a mar, de bajura y de altura, en función del tipo de pesca? ¿Qué decir de la variedad arco iris de sus frutas, verduras y hortalizas? ¿Qué pensar de los gritos de tenderos y las conversaciones que en otras partes conculcarían cualquier norma dedicada en cuerpo y alma a la protección de datos personales? Y, ¿qué sucede con la música de radio de fondo en cada puesto, dando pie a nuevas conversaciones chistosas y agrias?

Azorín, describiendo los mercados de Madrid, lo hacía en opuesta imagen al mercado francés, "más parecido a una congregación de silentes cartujos". De los nuestros, los castizos, nos dejó escrito que "las vociferaciones del mercado español nos llenan de confusión. Se apela con vehemencia al comprador. Se encarece exaltadamente la bondad de lo que se ofrece; pimientos, tomates o coles. Se defiende a gritos el precio, regateado por el comprador. La gritería llena la calle".

Sanmontemares conserva todo esto, pero la población es parte del mundo, y el mundo cambia. Nada salvo melancolía y añoranza nos pueden invadir por descubrir un Madrid que existió, y que aun lo hace, pero en los libros, y vaya, también en Sanmontemares.

Los mercados de alimentos, tradicionalmente situados en la plaza pública, entre la Iglesia y el Ayuntamiento, o en entramados y forjados de hierro cuando eran decimonónicos sucumben en nuestro tiempo, lentamente, más lentamente con la crisis económica, ante los grandes centros comerciales y las extensas superficies dedicadas al consumo masivo. Si acudir al mercado era antes una cuestión de necesidad y supervivencia, parece que ahora es más bien ocio lo que nos mueve en peregrinación. Del ser, y tratar de seguir siendo, Dios mediante, al tener, y tratar de seguir teniendo, tarjeta de crédito mediante (sepan disculpar, y mejor entender esta licencia). Si el mercado antes era la vida misma, con sus gritos, regateos, confianzas y desconfianzas en el otro, tratos y engaños, donde uno no obstante era prima donna de sus actos, ahora el centro comercial, a modo de gran ubre, es pieza clave de un consumo masivo, uniforme, adaptado y personalizado, sí, pero al gusto moldeado de la masa, y muy lejano por tanto del anhelo y de la perspectiva personal del sabroso gusto de una hortaliza recién arrancada de la tierra.

Ahora lo congelado es señal de progreso, de anticipación, de planificación de anulación de cualquier principio de incertidumbre. En Sanmonteamores hasta piden a su alcalde que ponga fin a toda incertidumbre, pues dicen que todo debería estar controlado para no permitir injusticias, favorecer justos repartos y ser todos felices. Vivir al día, base de todo mercado de alimentos al uso, es algo imposible para nosotros. Percibir el sentido de la existencia en la compra cotidiana cuando esta se hace bajo neones, luces de artificio, códigos de barras, y colores y aromas plastificados es también imposible. Ir en cambio, con una bolsa menuda, a hacer la compra del día, para uno o la familia, o algún amigo es una ardua tarea cotidiana que exige de la más alta concentración, dedicación y amor. En el fondo, solemos ir tan rápido que los días se suceden uno tras otro y no somos capaces de captar las mil sutiles diferencias sensibles y no tan sensibles que contienen. Días que transcurren con idéntica cadencia automática, sin más altibajos que los propios de la vida personal. Días grises que nos dan una tranquilidad y una confianza, planeadas por nosotros mismos, y en tanto tal, frágil. De hecho se podría concluir que cuanto más planificada, uniforme y estándar por monótona es una vida, más altibajos se dan en la vida personal, que responde en contraposición más a lo pluritono, a la policromía de sentimientos, a la multivocación.

¿Acaso puede existir algo que ante nuestros problemas no se vea afectado? Se preguntan muchos sanmontemarenses. ¿Acaso no somos lo suficientemente importantes como para que si sucede algo, hasta por ejemplo, que desaparezcamos físicamente de este mundo, la vida salga hasta nuestro encuentro y como una amiga nos abrace y nos acompañe en nuestros altibajos? Decididamente, ni siquiera los puestos de mercado actuales que van poco a poco sustituyendo a los de toda la vida, con todo su gurmeterío, catas y demás poses disfrazados, decíamos, ni siquiera estos puestos son capaces de arrancar un sentimiento fundamental de pertenencia, de acompañamiento, de ser y estar en un lugar y en un momento. Acudir a los mercados ya no es necesidad, ni vida en su sentido existencial, profundo, de supervivencia, y de entendimiento de grandes preguntas, ahora es ocio, y en consecuencia, evasión y ausencia de preguntas que sin duda su mero planteamiento, harían zozobrar toda una estructura planificada, organizada y controlada.

Espero que hayas caído en la cuenta, amigo lector, de que existen otros mercados aparte de los financieros, que dependen de lo mismo de lo que se hacían depender los mercados de antes. Se trata, como siempre, de tratar que sean lo que queramos que sean. Se trata de una decisión personal, tanto del que vende algo que no entiende, como de quién lo autoriza o supervisa, y finalmente de quién lo compra. Se trata de la búsqueda del Yo en los actos cotidianos. Se trata del encuentro con el Otro y con los otros, en lo cotidiano. Se trata de dejarse llevar, y entender que el plan que hay para nosotros está escrito desde antes de nuestro nacimiento, y del nacimiento de nuestros padres, y que tiene que ver con todo lo creado,…y no se trata de los "Gnomos de Zürich", se trata de Dios. 

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