Un Nóbel atípico

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13 octubre 2010
El catedrático de Microbiología César Nombela analiza para Páginas Digital el significado del premio Nobel de Medicina de este año. 

El Premio Nobel de Fisiología o Medicina (así se denomina exactamente este galardón) se ha concedido en 2010 al embriólogo británico Robert Edwards, por el desarrollo de la fecundación in vitro (FIV). Naturalmente se refiere a la introducción de esta tecnología para la reproducción humana asistida, una técnica médica que se ha venido practicando desde 1978. La FIV supone la extracción quirúrgica de óvulos de la mujer, previa estimulación hormonal (no sin riesgos) para activar la producción de varios gametos, y su posterior fecundación con esperma del hombre. De esta manera se puede lograr la generación de cigotos, que se desarrollarán durante unos días en la placa de cultivos de forma que podrán ser transferidos, como embriones tempranos, al útero de una mujer para su gestación. En 1978, por primera vez, la vida de algunos seres humanos comenzaba fuera del seno materno. El calificativo de bebé-probeta fue el término aplicado en español, tal vez el empleado en inglés, test tube baby (bebé-tubo de ensayo) resultaba aún más gráfico.

La concesión del galardón de este año se aparta notablemente de las pautas más comunes, ya que el Nobel de Fisiología o Medicina se ha venido concediendo a avances científicos básicos más que a las técnicas para su aplicación en Medicina. El premio le llega al galardonado a avanzada edad, sin que se pueda extender al ginecólogo Steptoe, con quien desarrolló este trabajo, ya que falleció hace más de diez años. Parece que han existido serias reservas para este reconocimiento a un trabajo consolidado hace varias décadas. La tardanza así lo sugiere.

El químico Djerassi, descubridor de principios activos anticonceptivos, ha formulado de manera gráfica las consecuencias de los avances en tecnologías contraceptivas y reproductivas. Señala que han suscitado multitud de problemas inquietantes que quisiéramos apartar de nosotros. "Pero eso ya no es posible", y añade, "el genio ha escapado de la botella". La FIV se ha empleado desde entonces, en muchos casos, con objetivos que desbordan ampliamente los propósitos iniciales expresados, los de procurar descendencia a personas afectadas de infertilidad.

Se habla de unos cuatro millones de personas nacidas mediante la aplicación de esta técnica. La pregunta que muchos se hacen, desde una perspectiva éticamente exigente, es si el empleo de FIV para reproducción humana asistida es compatible con el nacimiento de seres humanos en un ámbito de paternidad responsable. Si cabe el que la técnica facilite el nacimiento, sin excluir el encuentro conyugal, y que sirva para traer al mundo a seres humanos, que serán amados por sus progenitores, un padre y una madre. Si se dan esas circunstancias habría que concluir que el propósito es bueno y aceptable la ayuda médica. Pero no cabe ignorar todos los aspectos en los que esta tecnología entra en conflicto con los principios éticos, y no solamente los que inspiran la moral que la Iglesia Católica propone. Algo irrenunciable, si se aspira a que la tecnología médica esté al servicio del hombre.

A pesar del éxito en lograr la gestación, que condujo al nacimiento de Louise Brown, la primera bebé-probeta, no cabe duda que la experimentación no ha estado exenta de riesgos. La generación de embriones en placa de cultivos supone un cambio en las condiciones ambientales naturales en que se genera el embrión humano, con lo que cabe suponer que nos podemos apartar de un ambiente, que también aporta una impronta necesaria para el desarrollo embrionario. Hoy sabemos mucho más de lo que se llama la impronta epigenética, que se materializa incluso en modificaciones directas del ADN[1], sin cambios en la secuencia. Son modificaciones de notable relevancia desde el punto de vista del programa del desarrollo embrionario de todos los mamíferos.

Cabía pensar que ese ambiente externo es muy importante para el embrión desde sus comienzos. No obstante, se llevaron a cabo tratamientos de FIV con total profusión, sin reparar en las posibles consecuencias negativas para quienes nacieran de esta técnica. Incluso se recurrió a generar numerosos embriones en cada ciclo y a transferir más de uno -a veces hasta cinco o seis- para la gestación. Hoy se ha reconocido que esta gestación múltiple no es adecuada, y que en ella radica la causa de una mayor incidencia de algunos problemas de salud, habiéndose recomendado por los expertos que se geste un solo embrión. Lo cual a veces conduce a transferir varios y abortar aquellos que excedan de uno tras producirse la anidación. Normalmente, las exigencias que se imponen a otros tratamientos, como los de los fármacos convencionales, antes de ser aprobados para su uso, son notablemente más estrictas que las que se impusieron al empleo de la FIV.

Aparte de las reservas científicas indudables, que también tienen relevancia ética, el empleo de esta tecnología ha derivado en situaciones en las que se produce una instrumentalización de la vida humana que merece un juicio ético muy severo. El empleo de los vientres de alquiler, para gestar de manera subrogada y retribuida un niño que no será hijo de la madre que lo ha llevado en su seno nueve meses; la generación de numerosos embriones destinados a su congelación y con escasas perspectivas de algún día ser transferidos y gestados; la selección embrionaria en función de características genéticas determinadas, incluso para beneficio de terceros; la clonación de embriones con propósitos de investigación o reproducción, así como otras cuestiones derivadas, ilustran hasta dónde puede llegar la instrumentalización del ser humano. La vida humana, la vida de seres humanos concretos, no puede ser objeto de diseños que decide un tercero, que se cree con derecho a ejercer ese dominio sobre los seres humanos, porque ello atenta contra su dignidad. Cierto es que quien desarrolló la técnica no es responsable del uso inadecuado que otros puedan hacer de ella. Igualmente cierto es que quienes ya han nacido mediante estas técnicas merecen toda la consideración y todo el respeto a su dignidad, lo que supone la aspiración a que ese desarrollo vital sea el más adecuado.

Que el genio ha escapado de la botella, sin que sepamos calibrar las consecuencias, queda ilustrado por la disparidad de las legislaciones sobre este particular en países relativamente próximos. La relación de ejemplos puede resultar interminable. En Alemania es un delito generar más de tres embriones en un ciclo, así como congelar cualquiera de ellos, mientras que en España la legislación considera positiva la producción de múltiples embriones, la congelación de los sobrantes y su posterior uso instrumental para investigación, no para procreación. En Francia es delito la clonación humana, sea con fines de investigación o reproductivos, mientras que en nuestro país se ha aprobado con un nombre diferente, para no violentar nuestra vigente adhesión al Convenio sobre la Biomedicina y los Derechos Humanos (Convenio de Oviedo) que rechaza la creación de embriones humanos in vitro con propósito distinto del de la procreación.   

Son tiempos de proclamar que la dignidad de los seres humanos es un atributo que les corresponde a lo largo de toda su existencia, sin que quepa desdibujar sus derechos en etapas como la embrionaria, la fetal o la senectud. La factibilidad tecnológica puede ampliar los espacios de dominio sobre la vida de otros, pero la injusticia permanece. 

[1] Técnicamente se trata de metilaciones de algunas bases del ADN, en los elementos genéticos llamados promotores, o de acetilaciones de las histonas, proteínas que estabilizan el ADN en el núcleo y regulan su funcionalidad.

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