Un mundo complejo

Seguramente al peregrino o visitante de Jerusalén, cuando pasee por las calles de la ciudad, llamará la atención la presencia de los judíos ortodoxos; sobre todo si se acerca al muro de las lamentaciones. Destacan por su modo de vestir, mayoritariamente de negro, y por las largas patillas no cortadas y, generalmente, convertidas en tirabuzones. Si van acompañados de la familia, sorprenderá la cantidad de hijos que normalmente la componen. Ciertamente no todos los judíos ortodoxos pertenecen al mismo grupo y visten de igual modo; cada uno hace referencia a las tradiciones de los países de origen y a las enseñanzas que sus maestros les proponen. La presencia de este sector de la sociedad judía ha crecido notablemente en los últimos años; tanto que llegan a ser casi una cuarta parte de la población israelí.
Los varones adultos y los jóvenes pasan la mayor parte del día estudiando la Torah y las tradiciones de los mayores recogidas en el Talmud o discutiendo entre ellos. ¿Cuándo trabajan? En realidad, la mayoría de ellos no lo hacen. No es que estén en paro, sencillamente han decidido no trabajar para dedicar la mayor parte del tiempo a profundizar su conocimiento de la Torah. Entonces, ¿cómo logran vivir? Son sostenidos por el gobierno, que les pasa una cantidad en concepto de ayuda familiar según los hijos. La cantidad aportada por el Estado permite vivir a toda la familia; eso sí, sin grandes pretensiones o comodidades. En cualquier caso, es fácil de imaginar la cantidad de dinero estatal, recogido de los impuestos de los habitantes del país o las ayudas de los judíos que viven en el resto del mundo, que se invierte en esta franja social. ¿Por qué el Estado invierte en estas personas que no trabajan y, por tanto, no colaboran al bienestar social generando riqueza? Es su manera de incentivar el crecimiento de la población judía. Los judíos liberales no suelen tener una familia numerosa, se rigen por los parámetros de nuestras sociedades occidentales. Pero la población musulmana dentro del territorio de Israel crece siempre en un porcentaje mayor que la judía. Esto supone que en algunos años serán más numerosos, si el Estado judío no lo resuelve de algún modo. Dos son las principales iniciativas que ha tomado: favorecer las familias numerosas con ayudas sustanciosas y permitir de vez en cuando la llegada de emigrantes de otros países. Recuérdese la llegada de los judíos falasas y más recientemente de los rusos.
La mayoría de los judíos ortodoxos son personas muy religiosas, devotas de la Ley que Dios entregó a Moisés para el bien de la humanidad; pero entre ellos también encontramos individuos o grupos muy extremos. Quizá el extremismo sea una característica más representativa de las generaciones jóvenes. En cualquier caso, la radicalidad se manifiesta de diferentes modos: grupos sociales bastante cerrados, iniciativas por reconquistar la tierra prometida o lugares que veneran por estar relacionados con sus ancestros, acciones de desprecio contra los cristianos, marginación de los grupos humanos no judíos, etc.
Respecto a los intentos por adueñarse de ciertos parajes o construcciones, poco importa que éstos estén en territorio no israelí o hayan pertenecido por siglos a miembros de otras religiones. Un ejemplo de reconquista, bastante cumplida ya, son los edificios entorno al Cenáculo, de claro estilo cruzado, que pertenecieron a los franciscanos. Allí han identificado la tumba de David. Históricamente no tiene ningún fundamento esta pretensión, pero eso no impide que los edificios hayan sido comprados y habitados por grupos o familias judías. En cuanto a los gestos ofensivos contra el cristianismo, el más repetido es escupir a sacerdotes, monjas o personas reconocidas como cristianos. Algunos lo hacen hacia la tierra, otros a la cara o cuerpo del cristiano. Ciertamente esta costumbre no está muy difundida, gracias a Dios; pero es de lamentar que no venga condenada jamás por ninguna figura o grupo judío significativo.
Estas prácticas tienen poco que ver con la fe judía; no creo que sean expresión de una fidelidad a Dios y a sus tradiciones. Como tampoco podemos identificar con la fe islámica ciertas violencias musulmanas que se repiten en nuestra época. Los extremismos radicales nacen de posiciones ideológicas, no de la fe vivida con espíritu verdaderamente religioso. En cualquier caso, las iniciativas radicales o extremistas, que tienen lugar de forma periódica, siempre introducen una mayor violencia en esta sociedad marcada por tensiones y guerras continuas.