Libia

Un mes de Guerra, la hora del alto el fuego

Mundo · Nuria Madrid
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17 abril 2011
Este martes se cumple una semana del comienzo de la Guerra de Libia. Fue el 19 de marzo cuando se produjeron los primeros ataques de los aviones franceses y después llegaba la "lluvia" de Tomahawk, más de 100 en una sola noche. La intervención occidental comenzaba desordenada, con una interpretación muy amplia de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. Los Estados Unidos avisaban de que querían ceder rápidamente el mando y la coalición de países voluntarios era una amalgama con poco orden. No se ha avanzado mucho. Pero empiezan a estar ya muy claras algunas cosas.

La zona de exclusión aérea no ha servido para que los rebeldes ganen claramente terreno frente a Gadafi. Cameron, Sarkozy y Obama -lo anunciaban hace unos días en un artículo conjunto- han modificado el objetivo inicial de la misión, ya no es proteger a los civiles sino conseguir que Gadafi se vaya. Algo que no está en la 1973. En cualquier caso el propio Obama ha reconocido que el conflicto está estancado. Lo certificó la cumbre de la OTAN celebrada la semana pasada en Berlín. La alianza pidió más aviones para realizar ataques y admitió que realizar "bombardeos quirúrgicos" que no afecten a la población civil es prácticamente imposible.

Las fuerzas rebeldes no tienen capacidad por sí mismas para librarse del coronel, por eso en la cumbre de Doha los aliados han decidido financiarlos, lo que en la práctica supone rearmarlos. Todo suena ya demasiado a Afganistán. Más tarde o más temprano se acabará planteando la necesidad de una intervención terrestre, lo que volverá a herir el orgullo árabe y servirá para que los islamistas encuentren nuevos argumentos contra Occidente. "Si se proporcionan armas a los rebeldes se corre el riesgo de no poner fin a la guerra, más bien se prolongará", ha asegurado en los últimos días Giovanni Innocenzo Martinelli, el vicario apostólico de Trípoli. Martinelli desde el inicio del conflicto viene reclamando un alto el fuego, como ha hecho el Papa en el rezo del Angelus.

Este mes se ha hecho evidente que Occidente no sólo pretende una protección neutral de los civiles. Por eso se hace especialmente pertinente la declaración que el Consejo Mundial de las Iglesias ha dirigido a Naciones Unidas. "La violencia y el derramamiento de sangre deben terminar de inmediato, porque la guerra no es la solución a los problemas", afirma el texto que ha sido suscrito por cinco comunidades cristianas. Las iglesias piden "un alto el fuego inmediato e incondicional a todas las partes implicadas en el conflicto y la asistencia humanitaria a las víctimas". Se afirma además que "el diálogo y la reconciliación deben ser el camino para encontrar una solución amistosa y traer la paz".

Diplomáticamente las fórmulas para el alto el fuego pueden articularse bien a través de la Hoja de Ruta propuesta por la Unión Africana o a través de la iniciativa de Turquía. Tanto una como otra han sido apoyadas por Martinelli. Por desgracia se ha convertido en una costumbre que las potencias occidentales desoigan, ya ocurrió en Iraq, las voces de los cristianos que están en el terreno. Pero esa voz de los cristianos ha mostrado ser la más realista y más cercana al pueblo. Tan cercana como las monjas filipinas que atienden a los heridos y a los moribundos.

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