Un mena: 4.700 euros

España · C.M.
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3 mayo 2021
Lo que más me entristeció de ese día fue tener la tentación de mirar hacia otro lado.

Hace 30 años, Luis Rosales escribía estos versos tras un encuentro con varios emigrantes hispanoamericanos: “Con aquel grupo de emigrantes cuyo equipaje eran sus manos / comprendí que el dolor no necesita aprendizaje […] Y cada amanecer en el exilio lleva consigo un dolor nuevo. / Todos tenían la misma amputación en la mirada”.

Con motivo de las elecciones del 4 de mayo, Vox sacaba hace unos días el cartel que se ha hecho viral. “Un mena: 4.700 euros al mes. Tu abuela: 426 euros de pensión”. Muchos estarán de acuerdo con el mensaje, otros muchos se habrán escandalizado, algunos lo pasarán por alto y para otros será la razón definitiva para votar a un partido u otro. A mí se me parte el corazón. Y no porque sea racismo o xenofobia. Sino porque “el mena” se convierte, así, en el blanco de los males del país, en un arma arrojadiza. O lo que es peor, “el mena” ya no es un chaval que ha sufrido lo inimaginable y que está solo en un país que no es el suyo, sino que simplemente es una cantidad de dinero.

El otro día me encontré cara a cara con esa mirada amputada de la que habla Rosales. Era un grupo de unos diez menas e iban todos hasta arriba de pegamento, me los crucé por la calle y me agarré el bolso. Quería mirar para otro lado, porque son escenas que te encogen el estómago. Pero no pude evitar mirar a los ojos a una de las chicas. Estaba ida y aún llevaba la bolsa de plástico en la mano. Creo que se ha convertido en una de esas cosas que ya no se me van a olvidar en la vida. Se me partía el corazón. Me cansan todos estos discursos, porque al final arrasan a la persona que tienen delante, la demonizan o la convierten en un objeto político y se olvidan de que esos chicos, como sus hijos, como sus hermanos, como sus amigos, necesitan, sobre todas las cosas, un padre, un lugar donde descansar, donde se les mire y se les quiera, donde se les acoja. Y a mí lo que más me interesa es aprender a mirar bien al que tengo al lado, ya sea un tío con traje y corbata o un drogadicto. Si ese chaval vale 4.700 euros, ¿cuánto valemos nosotros?, ¿cuánto vales tú?

El odio y el rechazo nos crispan y nos cansan, y no se trata de un problema de dinero ni de política, sino de nuestro corazón, que se resiente cuando nos quedamos en la miseria de rechazar al otro porque su presencia es incómoda y nos saca de nuestra zona de confort. No se trata de un problema de dinero ni de política, sino de la relación que tenemos con los que nos rodean, en el trabajo, en la universidad, en el metro, por la calle… Miro a “estos menas” y caigo en la cuenta de que salir de un país y llegar a otro es un desgarro tremendo porque se les arranca de la que debería ser su casa. Estos chavales, como tú y como yo, desean encontrar de nuevo esa casa, un sitio en el que se les mire con ternura, independientemente de lo que hacen o dicen, de su función social, de sus meteduras de pata, de sus delitos, un lugar donde se les eduque y se les acompañe. Y mensajes como el de este cartel hacen muy fácil pasar esto por alto. Hacen muy fácil que, ignorando esta misma necesidad que tenemos todos, nos quedemos en el dato y no hagamos el trabajo de ir más allá, de preguntarnos: “Pero este, ¿quién es?”. Existe el problema con los menas, al igual que existe un problema con las pensiones y con la ideología de género y con la España vaciada y con el independentismo. Pero, o comienzan a enfocarse haciendo prevalecer lo humano, o el motor social y político nos comerá enteritos.

Lo que más me entristeció de ese día fue tener la tentación de mirar hacia otro lado. Que este o el otro partido político suelten sus discursos me da absolutamente igual, la realidad se acaba imponiendo y supera cualquier ideología. Pero ojalá nos doliera a todos ese cartel porque significaría que estamos vivos. Ojalá a entender que vivimos en una sociedad rota porque muy pocas veces se nos recuerda que el otro es un bien. Ojalá a aprender a mirar y a reconocer que solo el amor nos construye y nos sostiene. Así terminaba Rosales su poema, y así quiero acabar yo también, porque a todos nos han desenterrado alguna vez, y eso nos ha salvado de las miserias del mundo, para poder mirar al otro, solo debemos recordarlo: “prestar atención a sus palabras era darles la absolución, / quien nos escucha nos indulta, / basta escuchar a un hombre para desenterrarlo”.

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