Un gran Rey con rostro humano

España · José Manuel de Torres
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3 junio 2014
La renuncia del Rey Don Juan Carlos al trono de España, por encima de la sorpresa mayúscula que ha causado en la sociedad española, es una decisión de especial trascendencia histórica cuya relevancia no es posible comprender aún en toda su magnitud y cuyo análisis postrero quizá convendría madurar durante un largo tiempo en barrica, como los buenos vinos.

La renuncia del Rey Don Juan Carlos al trono de España, por encima de la sorpresa mayúscula que ha causado en la sociedad española, es una decisión de especial trascendencia histórica cuya relevancia no es posible comprender aún en toda su magnitud y cuyo análisis postrero quizá convendría madurar durante un largo tiempo en barrica, como los buenos vinos. Y es que todavía es demasiado pronto como para saber si su abdicación en la persona de Felipe VI –como él mismo ha señalado y todo parece indicar– se debe a un ejemplar sacrificio personal en aras del bien común y la estabilidad de la Corona y de España, o si algún otro condicionante político o de salud la han podido precipitar. Historia e historiadores dictarán en el futuro la última palabra.

Lo que en todo caso no puede quedar oculto en cualquier análisis político que se precie de riguroso, es que su reinado y su obra como monarca merecen una calificación sobresaliente para los intereses de España y de los españoles tanto por su ejecutoria como por la grandeza alcanzada por su figura. De hecho es indiscutible que las casi cuatro décadas que Juan Carlos I de Borbón ha reinado en España muestran unos aciertos económicos y políticos muy mayoritarios en comparación con los errores personales que indudablemente también ha tenido, como cualquier ser humano.

Como Jefe del Estado, Don Juan Carlos tuvo el acierto, junto con el recientemente desaparecido Adolfo Suárez, de pilotar una transición política modélica que condujo a la España heredada del franquismo a convertirse en una España moderna y democrática, de justicia, paz y libertad. Como fue también una pieza indispensable para que finalmente los distintos gobiernos de Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González se decidieran a dar los pasos necesarios que llevaron a España a integrarse definitivamente en las estructuras militares y de defensa occidentales de la OTAN. Como tampoco puede obviarse el papel protagonista del monarca en la adhesión final, largamente anhelada por la mayoría de fuerzas políticas españolas, a las comunidades europeas, entonces CEE y hoy renombrada Unión Europea.

En su largo capítulo de logros, destaca sobremanera la espectacular transformación económica que bajo su reinado –y con el acierto político de presidentes como, entre otros, José María Aznar– modernizó la sociedad española hasta lograr unos estándares de desarrollo comparables en muchos aspectos a cualquier otro país avanzado del mundo. Sin dejar de señalar tampoco la especial relación y ascendencia que su talla de estadista internacional –muchos son los que le han señalado como el primer embajador de España ante el mundo– siempre ha despertado tanto entre las repúblicas hermanas iberoamericanas como en las monarquías árabes.

Juan Carlos I de Borbón y Borbón-Dos Sicilias ha sido, es y será un gran Rey de España. Un rey que, tal como aprendió de su padre, Don Juan, ha querido serlo de todos y cada uno de los españoles. Un rey con rostro humano, siempre atento al dolor de las víctimas del terrorismo o de cualquier otra catástrofe humanitaria, cuya grandeza creció en el corazón de los españoles de bien cuando fue capaz de reconocer públicamente que se había equivocado. Un rey, por tanto, cuyos méritos han sido sólo posibles porque ha estado acompañado de una grandísima mujer en todos los órdenes de la vida, la reina Doña Sofía.

La historia de Don Juan Carlos es, así, una historia de éxitos que no habría sido justo que los recientes escándalos familiares ensombrecieran. Y de entre todos ellos, su obra magna, sin duda, es la obra viva de la España constitucional que a todos los españoles deja como legado. Su renuncia al trono es quizá su última contribución a la pervivencia de la misma. Una obra que su hijo, el rey Don Felipe VI, en cumplimiento de su promesa al ser proclamado Príncipe de Asturias, le tocará ahora continuar y defender.

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