Un deseo no formal de diálogo entre Putin y el Papa
Hace unos días un destacado representante de la diplomacia vaticana me desveló una “confidencia” del papa Francisco sobre las visitas de jefes de Estado: “Las cuestiones de política internacional las tratan abajo, en el sótano, con la Secretaría de Estado. Cuando llegan a mí suelen preguntarme otras cosas, cosas personales, a veces hasta me interpelan para saber si Dios existe de verdad. Y, honestamente, estas cosas son las que más me interesan”.
En el décimo aniversario de la instauración de plenas relaciones diplomáticas entre Rusia y la Santa Sede, el presidente ruso ha visitado por tercera vez al papa Francisco (es su quinta visita al Vaticano). Evidentemente, haber sacado tiempo para una cita con el Papa dentro del intenso programa de la jornada romana de Putin indica ya un interés no formal por este encuentro.
Hablar de “interés no formal” no significa, evidentemente, reducir el coloquio a una dimensión intimista, de “confesionario”, sino al contrario, reconocerle un respiro más amplio, global, respecto al ámbito estrictamente político. Un interés “no formal” que existe por ambas partes, y ciertamente por parte del Papa –como dijo recientemente en una entrevista monseñor Paolo Pezzi, arzobispo metropolita de la Madre de Dios en Moscú–, que no pierde una ocasión para hacer “que haya una implicación lo más amplia posible para ayudar a la presencia de los cristianos, sostener un proceso de paz, favorecer la salvaguarda de la casa común, nuestra tierra”.
No es casual que precisamente sobre el aspecto de la “globalidad” del interés de este encuentro hayan insistido estos días, entre las diversas entrevistas y declaraciones en los medios de comunicación, dos figuras pertenecientes a ambas “partes”. Por un lado, el embajador ruso en el Vaticano, Aleksander Avdeev; por otra, el secretario de la Conferencia Episcopal católica en Rusia, el padre Igor’ Kovalevski. Este último deseó que “el encuentro pueda contribuir a la solución de los problemas globales que se plantean en la civilización actual –no solo los problemas políticos, sino cuestiones más amplias– y que el diálogo abra un camino humano independientemente de las respectivas visiones políticas y pertenencias confesionales”.
Es cierto que en la agenda había temas de política internacional como Siria, Venezuela, Ucrania, pero, como señalaba también monseñor Pezzi, se puede “imaginar que sobre la mesa de confrontación no faltaron los temas preferidos del Santo Padre: el progreso hacia la paz, la salvaguarda de la casa común, la defensa de lo creado”.
A propósito de “interés no formal” tampoco será casual que, al margen del encuentro entre el presidente ruso y el Papa, se haya firmado un acuerdo de colaboración entre el ministerio ruso de Sanidad y las estructuras pediátricas del Vaticano, que prevé –además del tratamiento en el hospital del Niño Jesús de pequeños pacientes con patologías raras (incurables en su país) procedentes de Rusia– una serie de intercambios a nivel de nuevas tecnologías, investigaciones científicas y experiencias médicas. Siguiendo el espíritu de Francisco y de su caridad operativa, pero también las nuevas aperturas al voluntariado y a la solidaridad que se observan en la sociedad civil rusa. Que sin duda Putin no habrá dejado pasar inadvertidas.
Por último, uno de los estribillos que resonaba en los comentarios sobre el encuentro de Putin con el papa Francisco ha sido la posible invitación del Papa a visitar Rusia, rápidamente desmentida por los portavoces de la Iglesia ortodoxa rusa, nada más conocerse la noticia de la cita prevista en el Vaticano. Es un rumor que suena desde hace tres años, y en ello no hay nada por lo que sorprenderse. En cambio sí sorprende la declaración de estima por la Iglesia católica vislumbrada en labios de Putin durante esos días en una entrevista con el Financial Times, donde el presidente invitaba a “no inflar los problemas” existentes en el seno de la Iglesia católica y no hacer de ello un arma para “intentar destruirla. Eso es algo que no se debe hacer”.
Se trata de una posición nueva respecto a la tendencia que se observa en el panorama ruso a condenar globalmente a Occidente y la decadencia moral que afectaría de manera indiferenciada a todas sus estructuras. Esta “distinción” podría ser una señal de deseo de diálogo, y el Papa es un interlocutor privilegiado, como Putin seguro que ha podido constatar al verlo moverse en el escenario mundial. “El Papa siempre es muy directo al pedir las cosas, sin cerrarse nunca. Lo hemos visto en un caso muy específico y particular como Sudán y Sudán del Sur, también con gestos, no solo con palabras, muy fuertes y ciertamente directos –sigue diciendo monseñor Pezzi– promoviendo la cultura del diálogo. Porque el Papa tiene algo que decir, algo que proponer, pero también es alguien que escucha, que se deja interrogar por lo que oye, y esto hace dinámico el encuentro con él. Lo convierte en un diálogo. Un encuentro en sentido profundo, de intercambio y enriquecimiento, y no de contraposición”.
Con un hombre así, todo encuentro puede convertirse en ocasión, para la pequeña comunidad católica en Rusia, para el hombre Vladimir Putin, y para el destino del mundo.