Un ataque al despertar de Occidente
Ojalá nadie vuelva a referirse al terrorismo yihadista con la expresión “lobos solitarios” después de lo sucedido en París, pues eso significaría no haber entendido nada de lo que está pasando a pocos pasos de nosotros. Ni la teoría de los “lobos solitarios” ni la de los “locos” sirve ya.
El dolor tras el horrendo atentado en la redacción de Charlie Hebdo no puede frenar el análisis sacrosanto y más urgente que nunca de la estrategia yihadista en Europa y en Occidente en general: golpear, en cualquier parte y de cualquier forma, incluso con métodos que podrían no parecer yihadistas al estilo del Isis, como lanzar un coche contra la multitud en la parada del autobús o empuñar un kalashnikov a rostro descubierto en una redacción periodística para luego darse a la fuga en un episodio digno de las películas americanas de acción.
Debemos preguntarnos qué quieren significar estos gestos y por qué, por ejemplo, el comando que ha actuado en Hebdo no decidió hacer estallar el edificio y causar una masacre aún mayor. Hay una respuesta, y reside en el cambio neto y evidente de la estrategia terrorista de los últimos 12 meses: instilar en la mente de los europeos y occidentales el miedo a poder ser golpeados por cualquiera, en cualquier parte y de la forma más inesperada. Hacer penetrar en los rincones más remotos de su subconsciente la idea de que el terrorista puede ocultarse en cualquiera que camine a su lado, eliminando así cualquier signo distintivo del enemigo. El estereotipo del terrorista se pierde, arrancando una de las últimas certezas defensivas que le quedaban a un Occidente cada vez más confuso, que solo a tientas busca una complicada vía de salida.
Se equivoca quien piensa que este y otros episodios pueden estar ligados a la vieja élite terrorista, porque en una estrategia de sangre y de miedo se esconde el emerger de un proyecto extremista que se infiltra en Europa, capaz de ocupar puestos de relieve en la sociedad y en los medios, y al mismo tiempo mover las piezas yihadistas en el oscuro sotobosque social al que actualmente toda nación europea tiene que enfrentarse.
Por tanto, nada nuevo, ni siquiera en esta masacre que solo marginalmente puede relacionarse con las viñetas que hicieron gritar blasfemia en gran parte del mundo islámico provocando acaloradas reacciones. Hoy vemos aquello de lo que la parte musulmana moderada y moderna hablaba hace diez años, recibiendo por un lado insultos y denuncias, y por otro sobornos para taparles la boca. El extremismo yihadista solo estaba esperando el momento adecuado para entrar en acción atacando las bases de los valores sociales y humanos de un Occidente replegado sobre sí mismo y hasta hace poco incapaz de reaccionar.
Coincidiendo precisamente con un lento pero progresivo despertar del alma europea, en concomitancia con una crisis más aguda y penetrante que nunca, el yihadismo ha decidido lanzar su desafío para mantener su posición y que no le suceda como en el norte de África. El extremismo tiene miedo de acabar aplastado, como le ha sucedido en Túnez o en Egipto, donde creía tener la victoria asegurada. Teme el despertar de Occidente y por eso actúa según el principio de que la mejor defensa es el ataque. El atentado contra Hebdo vuelve a llamar nuestra atención sobre un dato que no deberíamos olvidar nunca: el escorpión ataca cuando el animal siente el peligro que acecha y ese es siempre el ataque para el que reserva su peor veneno, reforzado por el germen del miedo.
Por tanto, ni locos ni lobos solitarios, solo piezas de una misma estrategia, peones de un tablero preparado hace tiempo y reservado para el momento de la acción. El Isis nos ha desvelado, con fotos y videos explícitos, cómo los hijos de nuestra sociedad se han preparado para destruirla. Hoy, detrás de esas capuchas negras, rostros indefinidos del terror se esconden en las esquinas de cualquier calle de Europa. Es el resultado de décadas de incapacidad, de buenismo y de corrupción de las almas.