Un apasionante viaje del que aprender

Editorial · Fernando de Haro
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18 octubre 2021
La esperanza es la sorpresa. La esperanza es encontrar el sentido antiprofano al mundo. Son las dos frases con que Antonio García Maldonado y Ana Iris Simón terminaron su intervención en una de las mesas redondas celebradas el pasado fin de semana en el EncuentroMadrid.

Tanto Ana Iris Simón como Antonio García Maldonado, periodista y escritora la primera, consultor político el segundo, son exponentes lucidísimos de esa generación española que ahora está entre los 30 y los 40 años, generación que ha crecido en un mundo secularizado. Son exponentes de una postmodernidad que ha hecho un largo viaje apasionante, a través del “desencanto del mundo” para llegar a ver la vida, como ellos mismo dicen, “más allá de lo cuantitativo”. Los dos provienen de una tradición de izquierda, tradición que les sirve para hacer un análisis certero de algunas de las fuentes de la incertidumbre en la que vivimos. Los dos han superado los dogmas de cierta forma de progresismo, de racionalismo y de la absolutización de la tecnología. Los dos son hijos del malestar de nuestra época, los dos subrayan la urgente necesidad de sentido. Ana Iris Simón, de hecho, se ha convertido en uno de los personajes del año con su primer libro y con el discurso que hizo en la sede de la presidencia de Gobierno. Allí cuestionó las supuestas conquistas del modelo social y de un Estado del bienestar que ha hecho más difícil la vida de los jóvenes.

Ana Iris Simón participó con entusiasmo en el movimiento del 15M, que hace diez años llevó a los “indignados” a ocupar las plazas. No reniega de parte de las críticas de aquella época, de la denuncia de un sistema económico que ha hecho de la falta de estabilidad y de la incertidumbre material ídolos. Pero ahora completa su crítica, el problema no es solo una determinada organización productiva sino que “el liberalismo desincentiva la búsqueda de sentido”. La inseguridad laboral y social y la incertidumbre sobre el significado se retroalimentan para desembocar en el nihilismo. García Maldonado es más ácido en su crítica al discurso económico que teoriza como positiva la inestabilidad y una flexibilidad laboral en la que el trabajador pierde mucha persona. El trabajo es más que un salario, el trabajo es una fuente de identidad y es eso precisamente lo que se ha destruido. La tecnología se ha convertido en un fin en sí misma, pero no sabemos ya para qué sirven las herramientas. Nos ocurre lo mismo que al personaje de la película de La Sirenita, que encuentra un tenedor, y no sabe cuál es su utilidad.

Curiosamente Maldonado y Simón coinciden en denunciar que el malestar creado por esta situación tiene mucho que ver con un modelo individualista en el que las pertenencias han desaparecido. Los sindicatos no tienen afiliados porque las iglesias están vacías. Los dos hacen suya la crítica de Robert Putnan en Solo en la bolera, el gran ensayo del sociólogo norteamericano que denunció cómo la pérdida de capital social, de los vínculos y de la confianza entre los ciudadanos supone la pérdida del factor más potente de satisfacción social y personal. Y curiosamente los dos han superado el paradigma del individuo-solo-precarizado-falsamente-emancipado-consumidor-de-los-barrios-más-atractivos-de-las-ciudades-“más-modernas”, y lo han hecho recuperando el sentido de pertenencia a la familia.

La suya es una paternidad y una maternidad recuperada, que ya no tiene nada de obvio, que está alejada de toda militancia en favor de la “familia natural”. De ella surge el asombro por la realidad y por aquello a lo que no se le puede poner nombre. “Hay algo –dice Maldonado refiriéndose a la relación con su hijo– que no eres capaz de nombrar, de explorar en términos religiosos y científicos, pero que es real”. Reconocen que los nacimientos y las muertes de la pandemia les han sacado del mundo virtual en el que vivían y los han reconciliado con la realidad.

¿En qué consiste esa reconciliación? “La idea del mundo moderno –apunta Maldonado– es que la esperanza es consecuencia del conocer, del saber medir, del saber interpretar. Pero el signo de los tiempos es que la esperanza reside en la sorpresa, en el misterio como espera”.

Hay mucho que aprender del apasionante viaje de Simón y de Maldonado, de las voces más críticas de una generación que ha rechazado la absolutización de la técnica, los dogmas de uno y otro lado, que ha sufrido y sufre en sus carnes la incertidumbre. No se pueden seguir haciendo viejos discursos sobre el Estado y el mercado después de escucharlos. Pero, sobre todo, hay mucho que aprender de esta apertura lúcida y sedienta, nacida de la carne de las circunstancias, al mundo, al sentido, a la sorpresa de lo que no se puede medir.

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