Un adolescente en la tarima: vuelta al cole

¿Qué diría una adolescente de 15 años de esta frase de Friedrich Nietzche: «Si miras al abismo, el abismo te mirará a tí»?
Lo más seguro es que una adolescente sana, personalizase inmediatamente, y pensase para sus adentros que tal o cual chico la miraba a ella durante una exposición de clase, y que ella se reía, entre apurada, avergonzada. De alguna manera, sí, podría decirse que miraría al abismo, pero desde luego, no en el sentido de Nietzsche que advierte implícitamente de un grave peligro cuando te mira el abismo.
¿Cuál creo que sería esta diferencia? La misma que supongo en esa misma chica. La diferencia sería la mirada confiada hacia el futuro. Sencillamente, ante los ojos de esa chica, o de ese chico, no habría un abismo, estaban ellos. Pese a lo desconocido de ese “ellos” para ambos.
En este caso concreto, que es un caso real, la chica era mirada por otro adolescente (que adolece de todo), asombrado. Pensemos en sus razones. Acaso, porque tenía ante sí a alguien bien bonita. Ella, por su parte, sabiéndose mirada, pero nueva en la clase, veía a alguien del que no sabía nada, pero que la miraba con ojos grandes y la boca abierta, hasta que incauto, un par de codazos de dos compañeros le despertaron del ensimismamiento.
Por tanto, ¿cuál creo que era la diferencia con el abismo al que se refería Nietzsche? Que el abismo era para este par de chicos algo muy parecido a una promesa de conocerse y de que podría existir una conversación y un conocerse algo más.
Si en cambio, esa chica adolescente tuviera algún tipo de trastorno, es posible entonces que sí viera un abismo ante sus ojos. También el chico podría verlo, y quedaría paralizado, no de asombro, sino de miedo, de impotencia, de prejuicio. De cualquier cosa. Incluso, podría ser una mirada de odio, o de lujuria (no quiero ni pensarlo) si estuviera ya preso de la pornografía a esa edad, en alguno de sus grados.
Entonces, ¿qué me rescata del abismo? Mejor dicho, ¿qué me ayuda a no ver un abismo, donde habría de ver la vida misma? ¿Qué me ayuda a estar sano?
Apuntaré una razón, pero que me parece verdadera. Ser alguien de una pieza. Me explico. Una persona que buscaría trazar una correspondencia entre lo que es, lo que siente, lo que piensa, lo que hace, lo que mira. Una integralidad, que no es coherencia, porque todos somos incoherentes, ni tampoco es un “deber ser” porque es agotador hacer las cosas porque deben ser así o asá, aquí o acullá. Se trata de una correspondencia que habla de alegría, paz, calma, sosiego, tranquilidad. Una especie de calma fuerte, un “kime” de karate. Y es que cuando las cosas marchan, la sonrisa acude en auxilio del paso cansado. Y siempre hay alguien que ve en mí algo que yo no veo, y una promesa para la que estoy aquí. Como dijo San John Henry Newman, para la que he sido creado…”Tendré, por tanto, confianza en Él”.
Lee también: La realidad y los temas sociales son siempre una gran fuente de inspiración para crear historias