Trump, síntoma de una unidad ¿imposible?
Trump ha comenzado su segunda presidencia con un frenesí de ordenes ejecutivas que endurecen la política migratoria y con el anuncio de altos aranceles para proteger los productos estadounidenses. El presidente ha querido cumplir con prontitud su “contrato con los electores”. Interpreta que 77 millones de votantes le dieron su apoyo para que les protegiera “del otro”, sea una persona o una mercancía. Estamos ante una reacción exagerada, contraria a algunas enmiendas constitucionales. Una reacción que aumenta el sufrimiento de muchas personas y que puede ser muy dañina para la vida social y económica del que sigue siendo el país más influyente del mundo. Parte de Europa se escandaliza. Pero la “coalición progresista” de Olaf Scholz en Alemania, hace unos meses, antes de que se convocaran las elecciones, endureció su posición sobre el control de las fronteras y la expulsiones. En Dinamarca los socialdemócratas asumieron ya desde 2015 un discurso que se parece mucho a la de los partidos más duros de la derecha. Trump es diferente por razón de cantidad pero no de cualidad.
La enmienda 14 de la Constitución establece que todos las personas nacidas en Estados Unidos son estadounidenses. Trump quiere eliminar lo que se conoce como birthright (en muchos países europeos no rige). De momento un juez federal ha paralizado temporalmente la aplicación de esa orden ejecutiva. Trump ha suprimido la aplicación CBP One que permitía a los que esperaban en la frontera entrar en el país de forma legal. Habrá más migración ilegal. Ha empezado a presumir de sus primeras expulsiones. Las iglesias y los colegios ya no podrán servir de refugio. Hay al menos 11 millones de personas que residen irregularmente en Estados Unidos. Ocho de cada diez lo hace desde hace más cinco años. El presidente siembra el terror entre ellos, entre los que recogen las cosechas, entre los que asisten a las personas enfermas y dependientes, entre los que se encargan de la limpieza de muchos apartamentos. Siembra el terror entre los que hacen trabajos que los que han nacido en Estados Unidos no quieren hacer. El país que preside Trump no tiene suficiente mano de obra.
El tiempo confirmará o desmentirá si efectivamente Trump es un gobernante transaccional, como se dice ahora, es decir un gobernante sin mucha ideología y dispuesto a aceptar todos los compromisos que sean necesarios para defender sus intereses. El interés de Estados Unidos es que Trump se olvide de sus deportaciones. Pero parece que lo importante en este momento es hacer ver a la mitad de los votantes que no se equivocaron al elegir al hombre que les “iba a proteger”.
Trump no es una anomalía, es una exageración de un modo de entender la política que se ha adueñado de buena parte de Occidente. Es muy preocupante, pero en cierto modo es un proceso que tiene su lógica.
Nos escandaliza que la democracia viva momentos difíciles. No hablamos solo de un crisis que cuestiona la regla de la mayoría, el respeto a los derechos de la minoría, la separación de poderes, la constitución como límite y cauce de la voluntad popular, el proceso de deliberación en la aprobación de las leyes, el valor de las instituciones por encima de los partidos… y un largo etcétera de cuestiones. Lo que está en crisis es la evidencia sencilla de que es posible, necesario y conveniente vivir con el que desafía mis esquemas. Vivir con el que come, piensa, ama y se perfuma de un modo que ni yo ni los nuestros teníamos previsto. Este es el alimento de toda democracia. Y ahora le pedimos a los políticos que nos pongan a salvo de ese imprevisto cuya expresión más contundente es el migrante.
Es trágico que sea así pero es comprensible. Habíamos pensado que una moral abstracta, un conjunto de valores universales, la solidaridad, las buenas intenciones, la inspiración religiosa nos permitiría mantener unidas las partes que componen el todo de una sociedad. Y la moral y la supuesta racionalidad que teóricamente consiguen sumar se han convertido en el peor enemigo de la unidad social. Eliminan lo único que me permite estar juntos más allá del insuficiente (y necesario) imperio de la ley: la estima del que es diferente precisamente porque es misterioso, porque desafía mi racionalidad cerrada y la invita a abrirse para que yo también me descubra como alguien misterioso, como alguien que no puede encajarse en un esquema.
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