Trump, la posdemocracia y la Unión Europea: de la amenaza a la oportunidad (II)
Durante la cumbre del mes de septiembre del Consejo Europeo, en Bratislava (Unión Europea), tras la resaca del Brexit –junio– y antes del triunfo electoral de Trump –noviembre–, la Unión Europea ya se sabía en un momento crítico.
Por eso, para los 27 la palabra Bratislava es algo así como un revulsivo, una palabra mágica que pronunciar a modo de conjuro.
El “efecto Bratislava”, en teoría, debe de tener su colofón final en apenas unas semanas, cuando en marzo de 2017 se conmemore en Roma el 60º aniversario del Tratado que lleva el nombre de la ciudad eterna. En este momento se establecerán las orientaciones para el futuro en común de los europeos y todos nosotros desfilaremos por los Campos Elíseos, bajo la Puerta de Brandemburgo o el Quirinale, pintados de azul pitufo, cantando el himno de la Alegría.
La realidad sin embargo es tozuda, y las elecciones en Francia, Alemania y Holanda, y el auge de la alt-right europea, o “derecha identitaria” (excluyente), tipo UKIP, así como del populismo neocomunista, antiliberal y antiglobalización, amenazan con un divorcio sonado entre la Unión y la gente, y con desgarro de la propia convivencia entre europeos de todas las creencias.
Al mismo tiempo, sabemos que la Unión obedece más a una obra de ingeniería social y política de arriba hacia abajo –no hay más que ver el aún relativo papel del Parlamento europeo–, que parte más bien de la iniciativa de políticos funcionariales y de funcionarios políticos que del deseo del hombre europeo, por muchas ventajas que pueda tener viajar a Eurodisney sin pasaporte o mojarse el culete en Canarias o Mallorca. El resto de beneficios solo los podemos ver si estamos en el día a día de los asuntos europeos; si no, hay que explicarlos.
Al apenas conectar con los deseos nacionales se avanza sin la gente y se configura una alt-Europa, fuera de la realidad, y la Unión Europea corre el grave riesgo de quedar en manos de la posdemocracia, una ideología que bien pudiera representar las declaraciones de Javier Solana, cuando el pasado viernes 10 de febrero en Casa América mencionaba que los americanos debían repensar su sistema de votaciones cada dos años, porque ponen patas arriba todo, y decisiones tomadas en términos locales en EE.UU. está visto que tienen efectos globales más o menos de efecto inesperado (Trump), conjeturó.
Con la posdemocracia describo un concepto que viene a decir que la democracia es un lastre para el gobierno de ciertos asuntos globales –pandemias, guerras, catástrofes, migraciones…– que, por tanto, deberían abordarse de diferente manera, disimulando, reformulando o atemperando el juego democrático, hoy por hoy, residente en los estados nación.
Entonces, ¿dónde está la oportunidad para la Unión? Justamente, por un lado, en abandonar posturas reactivas, defensivas y basadas en el miedo y en la identidad reafirmadora, y por otro lado, en abandonar los postulados de la posdemocracia, para así recoger el verdadero espíritu de hombre europeo, que si por algo se caracteriza es por su esperanza en el futuro, y por su espíritu fundacional y la puesta en marcha de procesos, porque creía en el alma, la suya, y la de Occidente.
Trump, el terrorismo, las crisis financieras y bancarias, el control de las fronteras, la amenaza rusa son una oportunidad para contrastarnos con el espíritu fundacional de los europeos de todos los siglos.
Es una oportunidad para la Unión Europea avanzar por la senda de la participación, la democracia, el estado de derecho, la separación de poderes, el control de poderes y un sistema político representativo y de corte federal.
Este sistema no puede ser empero de tipo burocrático, ultra regulatorio, contrario al espíritu nacional de los pueblos que integrarían la federación, pues es la mejor manera de no llegar a nada y hacer crecer a los “antipitufos identitarios” o a los “pitufos posdemocráticos”. Al revés, sin esa tradición de hombres fundadores, no habrá Europa, porque la Unión no debe ser un proyecto de ingeniería social y de creación de un nuevo estado, garante de nuevos derechos, que ya están garantizados en los estados nacionales.
La Unión es el ejemplo al mundo de que uno se puede reconciliar con su nación y no ser nacionalista, que puede buscar prosperar y el bienestar familiar, sin reñirse y luchar con el vecino más próximo, y que el mundo puede ser gobernando por gentes bien intencionadas, siempre y cuando se dejen espacios de decisión en los distintos niveles de gobiernos administrativos y, sobre todo, cuando no se aspire a regularlo todo, dejando espacios para la sociedad y su creatividad y anhelos más profundos.