Triacastela (13-07-2014)

Es difícil encontrar el camino interior cuando el Camino exterior se hace tan duro. Y realmente el de hoy ha sido un duro día de peregrinaje. La subida al alto de San Roque tras pasar Liñares nos ha resultado emocionante. Desde la altura, dominando la campiña, las lomas verdes y los bosques de pinos de montaña y abedules, un mar de nubes bajas cubría los valles y los convertía ¿por arte de magia? en un mar de blanca espuma. Subida tendida y pequeño descenso hasta la localidad de Hospital da Condesa, que toma nombre de un antiguo hospital de peregrinos, hoy ya inexistente. Y un poco más adelante, siempre en subida, el alto de Poio, cuyas durísimas rampas finales después de tanto tobogán rompen las piernas a cualquiera. El caminante resopla y resopla en busca de la respiración perdida y en lo alto se ve obligado a recuperar las fuerzas que le faltan. El potasio de un plátano ayuda lo suyo. Desde allí, ya un largo descenso atravesando pequeños núcleos de casas diseminadas y bordeando en la distancia la carretera hasta Triacastela, villa de los tres castillos. Y siempre antiguas ermitas, de piedra o de pizarra, en honor a Santiago las más, nos recuerdan el sentido transcendente del viaje y el sello celestial de la credencial. Por algo la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén acampó por estos lares. Pendientes de nuevo abruptas, ahora de bajada, nos terminan de machacar las articulaciones de las piernas. Esperemos que tanto cansancio, tras una buena ducha y un suculento almuerzo, mengüe y nos permita recuperar el tono muscular perdido en la etapa de hoy. Con tres buenos amigos del Camino almuerzo y encuentro refugio en el albergue de la Xunta al lado del Río. El caminante sabe que debe descansar algo, y lo hace, pero también se pone a escribir y a reponer viandas y brebajes de sales minerales para el duro día que se avecina. Tras pasar por la lavandería, el Alemania – Argentina en el bar de enfrente resulta emocionante. La final está que arde, pero los pies del caminante no aguantan más y se retira antes de comenzar la prórroga y conocer la victoria final teutona. Ya en sueños y entre ronquidos inquietantes, el peregrino descubre que la realidad mundana empieza a perder pie en el Camino y decide por fin dedicarse en cuerpo y alma a la peregrinación interior.