Editorial

Tres votos para Cataluña

Editorial · Fernando de Haro
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16 diciembre 2017
Cataluña vota este jueves. Cataluña vota después de una declaración unilateral de independencia, después de una intervención de su Gobierno autónomo. A juzgar por la participación récord que pronostican las encuestas (algunas han hablado de hasta un 90 por ciento que luego se ha rebajado al 82), una inmensa mayoría de los catalanes está convencido de la utilidad de su voto. Las elecciones no van a resolver de modo automático ningún problema. De hecho, es posible que haya que repetirlas. El resultado de las urnas no cerrará la herida de años, acrecentada tras los últimos meses. Pero los votos cuentan y cuentan mucho.

Cataluña vota este jueves. Cataluña vota después de una declaración unilateral de independencia, después de una intervención de su Gobierno autónomo. A juzgar por la participación récord que pronostican las encuestas (algunas han hablado de hasta un 90 por ciento que luego se ha rebajado al 82), una inmensa mayoría de los catalanes está convencido de la utilidad de su voto. Las elecciones no van a resolver de modo automático ningún problema. De hecho, es posible que haya que repetirlas. El resultado de las urnas no cerrará la herida de años, acrecentada tras los últimos meses. Pero los votos cuentan y cuentan mucho.

Los últimos datos económicos certifican por enésima vez las consecuencias de la quiebra de fe mutua entre los catalanes. El cuarto trimestre se cerrará en Cataluña con un incremento del 0,4/0,5 por ciento del PIB, la mitad de lo que creció en el trimestre anterior. Dicen los economistas que esta factura es la traducción en términos productivos del conflicto social. Sin confianza mutua no hay quien construya país. Según el Colegio General de Economistas se pueden dejar de crear 60.000 puestos de trabajo.

Habrá quien interprete los datos culpando a los de fuera. Las burbujas ideológicas suelen reciclar la realidad en su beneficio. Hay una gran tarea humana y cívica por hacer en Cataluña. Nunca se ha utilizado tanto la palabra diálogo y nunca ha sido tan escaso: diálogo para comprender las razones que llevan al otro a sostener lo que sostiene, para tener la experiencia de que el otro puede ser una riqueza. Nunca hasta ahora el “perdón” de la diferencia ha sido tan escaso. Nunca como hasta ahora se había delegado tanto la responsabilidad de la persona, única instancia de la que puede surgir el cambio, en “el país”, la ley o un proyecto abstracto.

La burbuja ideológica se irá desinflando a medida que se abra paso el diálogo sustantivo, el encuentro con el otro y la construcción personal (es decir social). El resultado electoral puede ayudar a remover obstáculos.

Y hay tres votos que pueden contribuir a pinchar la burbuja ideológica. El primero es el voto en blanco. En el bloque independentista, entre los que apuestan por la independencia y por el derecho a decidir, lo lógico es que se abriera paso un voto de reproche, quizás la abstención. La gestión del proceso ha sido un fiasco para quien quiere la secesión. Hasta el inventor, Artur Mas, horas antes de que Carles Puigdemont hiciese la declaración unilateral de independencia, reconocía que no era posible seguir adelante. Los propios promotores, como revelan las actas de sus reuniones de 2016, sabían que se encaminaban hacia el fracaso. Si la bunkerización frente a la realidad no fuera tan sólida, a estas horas estaríamos asistiendo a una discusión rotunda entre los independentistas en la que se exigirían responsabilidades. Los errores cometidos han hecho mucho daño a la causa. Tendría sentido no renovar la confianza a los que ofrecen más de lo mismo.

El proceso de recuperación del vínculo con las cosas está por hacer en buena parte de los líderes que han apostado por la ruptura. Por eso hay catalanistas de toda vida, a los que les repugna el constitucionalismo de Ciudadanos, que no ven mal un triunfo de Arrimadas –segundo voto–. Esos catalanistas están convencidos de que solo la victoria de los naranjas puede deshacer el bucle melancólico, el ensimismamiento de los “indepes”. Nunca hasta ahora un partido no nacionalista había ganado en unas elecciones autonómicas en Cataluña. El fin de la hegemonía electoral del nacionalismo podría tener efectos positivos como los tuvo en el País Vasco. Ciudadanos tiene muy pocas probabilidades de gobernar. Ciudadanos es un partido inmaduro en casi todas las cuestiones que no se refieren al modelo territorial. E incluso sus propuestas en este campo son en muchos aspectos discutibles. Pero votar a Ciudadanos no es votar un Gobierno, es apostar por una brecha.

Hay una sensibilidad catalanista a la que le resulta inadmisible el voto naranja. Porque Ciudadanos no quiere oír hablar de diversidad, porque su discurso a menudo es un discurso a la contra. Para eso está el tercer voto: el voto al PSC. Los socialistas catalanes, con su líder Miquel Iceta, han cometido muchos errores en esta campaña (han hablado de un indulto a los líderes secesionistas cuando no están todavía juzgados) pero han tenido la virtud de formar una lista amplia. Una lista en la que hay desde democratacristianos que han abandonado la causa de la independencia hasta antiguos comunistas fieles a la ley. Se les podrá tildar de equidistantes, pero se han mostrado capaces de recoger la aspiración de muchos catalanes (incomprendida en Madrid) que quieren ser otra cosa. El PSC encarna, con todos sus defectos, el catalanismo no rupturista. Habrá quien tenga reparos para votarlos porque piense que no cumplirán su promesa y pactarán con los independentistas de ERC y con los Comunes. Podría ser. ¿Pero un tripartito de izquierdas que obligara a ERC a renunciar al unilateralismo independentista no sería en este momento una conquista (mal menor)? Hasta que se desencadenó la crisis, el Gobierno de Rajoy tenía en ERC a su principal interlocutor.

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