Transferencia de protagonismo

Editorial · Fernando de Haro
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12 abril 2021
No tocaban elecciones, ni generales, ni locales, ni regionales. Era el momento para serenar la vida pública. Pero la clase política, incapaz de emplearse en la humilde tarea a gestionar, en medio de la mayor crisis desde hace ocho décadas, se dedica a acortar los tiempos para ganar espacios políticos.

La peste como motor de la historia. Más que la peste, lo que viene después de la peste. Según algunos historiadores, las respuestas dadas a las pandemias explicarían muchos de los cambios ocurridos en los últimos quince siglos. Las transformaciones posteriores a la peste que asoló Constantinopla, a partir de la pascua del 542, habrían arruinado el liderazgo de la Roma de Oriente, habrían favorecido la extensión del islam y alentado el protagonismo de Europa. La peste negra del siglo XIV habría cambiado las ciudades del Viejo Continente y fomentado el desarrollo del Renacimiento. Las epidemias que golpearon a los indios con la llegada de Colón a América habrían facilitado el fecundo mestizaje del imperio español. Y las pestilencias del maldito siglo XVII serían el secreto del nacimiento y del desarrollo de la Ilustración y de los descubrimientos científicos del XVIII.

Son hipótesis sugerentes siempre que no volvamos a la enésima fórmula para explicar la historia de forma mecánica. Siempre que no pensemos, con un optimismo simplón, que tras un bache, siempre, necesariamente, se produce un salto adelante. No hay nada necesario. Los demócratas más optimistas están convencidos de que el plan de reactivación económica de Biden, con el paquete de estímulos de 1,9 billones de dólares y el presupuesto expansivo de 2022, que incluye 1,5 billones en gasto social, necesariamente va a cambiar radicalmente a Estados Unidos. Toda esa cantidad ingente de dinero, aseguran los entusiastas del nuevo presidente, hará del cambio climático una oportunidad para transformar los sistemas de energía y de transporte, favorecerá que se dediquen más recursos a investigación y desarrollo. Y, lo que es más importante, permitirá aumentar la inversión en educación para las clases medias-bajas y bajas, que desde hace décadas ven alejarse la prosperidad de la que gozan las clases medias y altas de las costas. El presidente demócrata estaría, con este plan, favoreciendo que los votantes de Trump abandonen sus posturas. Con más prosperidad y más estudios, necesariamente, se va a reducir la polarización.

Ya veremos si el New Deal de Biden consigue, en Estados Unidos, con educación y menos desigualdad, rebajar la polarización. Nos interesa a todos los occidentales. De momento el COVID lo que nos ha traído es una transferencia de protagonismo. La polarización, como el nacionalismo, toma fuerza cuando los ciudadanos minusvaloran su iniciativa y piensan que su futuro depende de un determinado líder o de un partido político. Uno de sus mecanismos consiste en hacer creer que la victoria del adversario supone poco más o menos que el fin del mundo. La polarización avanza alimentada por el miedo, por la falta de autoestima de los sujetos sociales y por la inconsistencia existencial. Esa debilidad lleva a pensar que si “el otro”, si el adversario, llega a gobernar, la educación de los hijos, los valores en que se cree, la capacidad para resolver las propias necesidades, la posibilidad de decidir estarán seriamente comprometidas o directamente negadas. La polarización se alimenta del miedo a perder la libertad. Es así porque de antemano se ha producido una transferencia de protagonismo y se sitúa la fuente de la libertad no en el sujeto social, en sus experiencias, en sus certezas o en la capacidad de relación con los demás sino en el partido o en el líder al que se apoya. El progreso de la polarización es inversamente proporcional a la autoestima personal y social.

El proceso electoral que se está viviendo en España es, desgraciadamente, un ejemplo paradigmático de esta transferencia de protagonismo. Se van a celebrar a principios de mayo unas elecciones en la Comunidad de Madrid. Son unas elecciones regionales transformadas, por todos los partidos, en unos comicios generales de medio mandato.

No tocaban elecciones, ni generales, ni locales, ni regionales. Era el momento para serenar la vida pública, para buscar los acuerdos que desde hace más de un año, desde que llegó la pandemia, no se habían producido. Pero la clase política, incapaz de emplearse en la humilde tarea a gestionar, en medio de la mayor crisis desde hace ocho décadas, se dedica a acortar los tiempos para ganar espacios políticos. Los eslóganes se construyen con adversativas rotundas: el otro es la tumba de la libertad o de la igualdad. La facilidad que tenemos para comprar estos mensajes simples retrata nuestra debilidad. Ni siquiera las toneladas de dinero que Biden va a gastar pueden sustituir lo que el protagonismo social no genera.

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