Trance
Simon (James McAvoy) es un empleado de una casa de subastas de Londres que se asocia con unos delincuentes para robar el cuadro Vuelo de brujas de Goya. Durante el atraco recibe un fuerte golpe en la cabeza que le produce una amnesia parcial. Olvida todo lo referente al momento del atraco, incluido… dónde ha escondido el cuadro de Goya. El jefe de la banda, Frank (Vincent Cassel) contrata a una hipnotista, Elizabeth (Rosario Dawson) para que les ayude a revelar el secreto oculto en el cerebro de Simon.
Dany Boyle dirige esta cinta y cae víctima de su propio estilo. Él mismo se ha impuesto unas fórmulas narrativas ya explotadas por directores como Christopher Nolan (Memento y Origen), Scorsese (Shutter Island), o guionistas como Charlie Kaufman (¡Olvídate de mí!, Confesiones de una mente peligrosa o El ladrón de orquídeas) que obligan al espectador a esperar desde el principio lo más alambicado, lo más insospechado, que naturalmente, deja de serlo cuando acontece. A medida que la trama se va retorciendo sobre sí misma en un exagerado ejercicio de virtuosismo barroco, empieza a notarse la pluma del guionista y decrece el interés que la historia había despertado y se llega a un punto de incómoda inverosimilitud. Hasta ahora Dany Boyle había contado historias “desde fuera”, 127 horas, Millones, Trainspotting, Slumdog millionaire, 28 días después,… y el resultado ha sido brillante como poco. Ahora quiere contar una historia desde dentro, desde la tortuosa psicología de los personajes y no consigue llegar al poder de convicción de sus antecesoras. El artificio acaba subyugando la verdad de los personajes y sus tramas.
El oficio de Boyle como creador de imágenes y de emociones está fuera de discusión, y los planos que rueda son formalmente apabullantes, verdaderas lecciones de cine; el problema está en el guión, escrito por John Hodge, que ya había colaborado con Doyle en los noventa. El argumento parte de Joe Ahearne (guionista de series de televisión), que hace muchos años le planteó la idea a Boyle, y que finalmente el mismo Joe dirigió para televisión en 2001, con idéntico título, Trance. Un guión que hace del psicoanálisis un recurso fácil que permite mezclar en la misma coctelera obsesiones, represiones, pasiones libidinosas, personalidades desdobladas, fobias, deseos inconscientes,… De esta manera se pueden extraer a capricho todo tipo de recursos para llevar el thriller por los vericuetos más insospechados, como les ocurría a las películas citadas al principio, extracción que a menudo corre el riesgo de entrar de lleno en el terreno de la trampa. Además, ya Hitchcock probó estos laberintos en Recuerda en 1945. Nada nuevo bajo el sol.
Los actores están soberbiamente dirigidos, y supone el ascenso de la latina Rosario Dawson, comidilla de todas las revistas por el alto contenido erótico y sexual de su presencia en este film. Curiosamente, su personaje se apellida Lamb, como un “inconsciente” homenaje a El silencio de los corderos. Quien profundice en esta sugerencia, descubrirá la secreta clave de bóveda de toda la película.