Todos vacunados

Editorial · Fernando de Haro
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5 abril 2021
Si no hay imprevistos, en los próximos cinco o seis meses la crisis sanitaria irá pasando a un segundo plano y la crisis económica, psiquiátrica y de sentido (no hay que confundir los problemas de una psique probada o enferma con las razones para vivir el dolor) irán ocupando el primer plano.

El progreso no es lineal y cualquier pronóstico está a merced de imprevistos. Es lo que deberíamos haber aprendido después de más de un año de pandemia. Pero es imposible no buscar signos para entender cómo va a ser el futuro, rastrear en el presente motivos para la esperanza. Y parece haberlos, al menos en el frente sanitario.

Con todas las cautelas parece que estamos ya en el tiempo de la paciencia. Ya tenemos solución, pero todavía no se ha desplegado. Hemos tenido vacunas en tiempo récord. Se han producido ya 500 millones dosis. Son pocas para una población mundial algo inferior a los 8.000 millones de almas que hay en el planeta (mientras no esté todo el mundo vacunado no habrá seguridad, hagan lo que hagan los promotores del nacionalismo de la inmunización). Pero el avance no es lineal sino exponencial. Y hay varios pronósticos que coinciden, entre ellos están los de la Universidad de Duke (EE UU) y el Covid-19 Vaccine Market Dashboard de Unicef. A finales de año, con las 16 vacunas ya aprobadas o a punto de aprobarse, pueden haberse fabricado casi 12.000 millones de dosis. Serían suficientes, con lo que en este momento sabemos, para lograr la inmunidad de grupo. De momento las vacunas sirven contra las diferentes variantes, salvo la de AstraZeneca que no protege frente a la sudafricana. Otra cosa es cómo conseguir una adecuada distribución para llegar a los países más pobres y a los rincones más remotos. El desarrollo de nuevas variantes es proporcional al crecimiento de nuevos infectados. Es posible que haya que hacer modificaciones en las vacunas por los cambios en el virus. Llevan razón los que hablan de una carrera entre el patógeno y el remedio. Todo sería mucho más fácil si en este tiempo de espera se tomaran medidas como las que anunció Merkel para la Pascua en Alemania, antes de que la obligaran a corregirse por razones políticas. La variable B.1.1.7 (la británica) es mucho más contigiosa y, según algunos, más letal. La estrategia de la impaciencia, adoptada por ejemplo por el Gobierno de Sánchez y por la Comunidad de Madrid en España, que consiste en una convivencia con el virus y en no adoptar medidas contundentes mientras llega la inmunización de grupo, puede provocar que la cuarta ola sea tan dura como las precedentes. En la primera ola los gobiernos podían aducir ignorancia, a partir de la segunda y la tercera no. Este debiera ser el momento de los liderazgos, de políticos capaces de decirnos a la opinión pública lo que no nos gusta oír: la solución está al alcance de la mano pero todavía hay que esperar y seguir haciendo grandes sacrificios.

Si no hay imprevistos, en los próximos cinco o seis meses la crisis sanitaria irá pasando a un segundo plano y la crisis económica, psiquiátrica y de sentido (no hay que confundir los problemas de una psique probada o enferma con las razones para vivir el dolor) irán ocupando el primer plano.

En principio los tres billones de dólares del plan Biden y la rapidez a la que se vacuna en Estados Unidos pueden ser suficientes para que la todavía primera economía del mundo salga del bache y sirva de locomotora. China ya está en fase de recuperación. El riesgo es que gane influencia en zonas del planeta como América Latina. La América de habla hispana va camino de una nueva década perdida y la tabla salvadora que le lanza Pekín es demasiado tentadora. En Europa entramos esta primavera en una fase decisiva para saber si el Fondo Next Generation y sus 700.000 millones son el gran paso de gigante que necesita la Unión. España e Italia, los dos grandes perceptores de la ayuda, se juegan su futuro. Si el Fondo no se pone en marcha pronto y hay retrasos, la recuperación de los países del sur estará seriamente comprometida. De momento han llegado pocos planes nacionales a Bruselas y la fecha tope es el final de este mes. El pronunciamiento negativo del Tribunal Constitucional alemán sobre el fondo es un aviso de que no todo está resuelto.

Pero ni siquiera que el dinero llegue y llegue a tiempo es suficiente. Los países del sur de Europa, especialmente España, tienen que usar la ayuda no para hacer lo mismo que han hecho hasta ahora sino para una reestructuración de su sistema productivo. Y ese será el test que mostrará si hemos aprendido algo durante este ya largo año. Es necesario algo nuevo y eso significa un cambio de mentalidad, una disposición a reciclarse. La palabra reconstrucción es inexacta, más bien habría que hablar de volver a empezar. Haber sufrido mucho no garantiza una predisposición a la innovación social o económica. El cambio habrá que hacerlo en medio de un duelo que es todavía invisible, pero que más tarde o más temprano aparecerá.

Para volver a empezar hace falta mucha osadía, la osadía y la ingenuidad de ese deseo de positividad inextirpable de los vivos, memoria obligada de los muertos. Toda la desorientación del momento y la obstinación de la clase política por permanecer en lo viejo no lo pueden apagar.

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