Ideología Gender

Todos los profetas del mundo feliz, desde Huxley hasta Clinton

Cultura · Egisto Mercati
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13 abril 2015
Si nos preguntáramos cuándo empezó a introducirse en las escuelas la educación sexual, nos quedaríamos de piedra al saber que esta práctica se remonta a 1932. En una palabra, toda la ideología gender vio la luz en la famosa novela de Aldous Huxley, “Un mundo feliz”. Aldous, hermano de Julian Huxley, co-fundador de la UNESCO, fue un escritor mediocre, pero con su amargo cinismo tuvo una visión profética de cómo irían las cosas.

Si nos preguntáramos cuándo empezó a introducirse en las escuelas la educación sexual, nos quedaríamos de piedra al saber que esta práctica se remonta a 1932. En una palabra, toda la ideología gender vio la luz en la famosa novela de Aldous Huxley, “Un mundo feliz”. Aldous, hermano de Julian Huxley, co-fundador de la UNESCO, fue un escritor mediocre, pero con su amargo cinismo tuvo una visión profética de cómo irían las cosas.

Los hombres de este mundo feliz se reparten en castas. De los hombres alfa, afortunados y bien alimentados, a los hombres epsilon, demacrados, débiles, vestidos de negro. Son fabricados en serie de forma extrauterina siguiendo la técnica fordista y según un número que corresponde a las cuotas asignadas para evitar la superpoblación y los conflictos. Sexo libre, a cualquier edad y con cualquiera. Para evitar efectos no deseados relacionados con la promiscuidad, hace falta una sólida educación forzosa. “¿Qué había esta tarde?”, pregunta el director. “Durante los primeros cuarenta minutos hemos dado Sexo Elemental”…

La revolución sexual y la ideología de género son extraordinarios ejemplos de operaciones de marketing que solo podría concebir y poner en marcha una mente astuta y fértil como la de Hunter Madsen, genio americano de semiótica y comunicación. Ya en 1968, W. Dannemeyer se esforzó en realizar una formidable ampliación semántica del término homosexual, que no gozaba de buena fama entre la gente y América instintivamente distinguía entre quienes tenían tendencias o comportamientos sexuales no ortodoxos. Entonces, a raíz de los lugares de encuentro habituales para los homosexuales (pubs, discotecas, cines, librerías…), lugares donde se reunían para beber, divertirse, conversar alegremente, por qué no llamarse “gay”, alegre, feliz de ser lo que uno es. El término tuvo suerte y lentamente retiró ese velo de hostilidad hacia los homosexuales.

Pero no se quedó ahí. El 68 fue el año de las revoluciones estudiantiles y de los derechos civiles en muchas partes del mundo. Ligar la cuestión homosexual a la del Black Power llevó a considerar a los gays como una “minoría civil”, al mismo nivel que la minoría negra, con lo que la revolución de los homosexuales adquiría la misma dignidad que la de las minorías étnicas que luchaban por el reconocimiento de sus derechos civiles. Si alguien se oponía, se le acusaba de racismo, fascismo, homofobia, etcétera.

De gay a gender: este paso fue sin duda un gran golpe de suerte para el movimiento homosexual y feminista. Gracias a Bill Clinton, en 1993 la feminista radical Ruth Bader Ginsburg se incorporó al Tribunal Supremo de los USA, que puso en marcha una estrategia con la que consiguió incluir el término gender (género) en lugar de sexo. Desde entonces, hasta la ONU y más tarde la OMS adoptaron la nueva palabra, gender, inicialmente desconocida para la mayoría (véanse las conferencias de El Cairo y Pekín).

Así fue como los “poderes fuertes”, como señalaron Enrica Perucchetti y Gianluca Marletta (Unisex, 2014), “decidieron cuál sería la línea ideológica a seguir durante las décadas siguientes y, sin que la inmensa mayoría del género humano lo supiera, una revolución lingüística y cultural sin precedentes” empezaba a hundir sólidas raíces y a pretender nuevos derechos. De una simple minoría numérica (los activistas LGBT son más o menos el 0,4% de la población americana occidental) llegan pretensiones hegemónicas capaces incluso de demonizar a los que no se reconocen en su credo. En este sentido, la aquiescencia de la magistratura europea si no fuera cierta parecería increíble. Hay una lógica rigurosa en todo lo que la ideología gender produce con la pretensión (casi) lograda de transformar una pseudo-cultura de grupo en sentido común universal, invasivo, persuasivo, aparentemente inocuo.

La publicidad colabora con la causa gay de una manera impresionante. No se trata de relacionarse con gente “distinta” sino con hombres y mujeres que comen como nosotros, decoran su casa como nosotros, consumen congelados y productos de belleza como nosotros. No solo no es gente “distinta” sino que además son más sensibles que la media, tienen más éxito, más encanto, más inteligencia. Hay que bendecir esta nueva homologación que anulará los conflictos y nos traerá la paz: “haz el amor, no la guerra”.

Así es como la teoría Queer ve la luz. Como declararon en su momento Marshall Kirk y Hunter Madsen, “no se trata de aceptar el mundo gay, sino de que todo el mundo se haga gay”. El (malvado) sueño profético de Aldous Huxley parece cerrar el círculo.

Un hombre que cree poder autogenerarse felicidad y bienestar, que faustianamente se ríe de cualquier límite biológico o natural, condenado a un perpetuo narcisismo, está destinado a asumir una identidad fluida, amorfa, funcional para el poder omnívoro de nuestro tiempo, que manipula a su gusto y devora a sus súbditos. Si la razón no ha quedado totalmente aplacada, los hombres, sean como sean, deben salir del tsunami de la ideología gender para poder ver el amanecer de un mundo nuevo, que no es el de Huxley: las ruinas ya no interesan a nadie.

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