Editorial

Todos laicos, todos religiosos

Editorial · Fernando de Haro
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24 mayo 2020
Religiosamente laicos. Esta expresión puede ser la síntesis de una nueva conversación en torno al último libro de Julián Carrón (‘El despertar de lo humano’) que ha tenido lugar con motivo de la presentación del volumen digital en España. Un nuevo diálogo que ha roto la tradicional discontinuidad, incomunicabilidad, que habitualmente preside el mundo de los creyentes y de los no creyentes. Y no ha sido uno de esos habituales gestos ecuménicos en los que se cuida mucho de no pisar terrenos fronterizos ni afirmar certezas. El encuentro, celebrado telemáticamente el pasado miércoles, ha girado en torno a lo que uno de los ponentes, el periodista agnóstico Pedro Cuartango, llamó “la derrota del nihilismo”, o lo que la también la agnóstica Pilar Rahola denominó “el retorno de las preguntas que no queríamos plantearnos”. Dos agnósticos, dos católicos (el poeta Jesús Montiel y el propio autor del libro) más allá de los confines de dos mundos diferentes creados por la reciente historia de España. La razón de la experiencia, urgida por el desafío del coranavirus, no se aísla fácilmente en limites preestablecidos. El cristianismo, como aseguró Rahola, “cuando no es un concepto abstracto, cuando no son fórmulas que se repiten” sino una presencia luminosa, invita a “deslizarse de la duda a la posibilidad de creer”.

Religiosamente laicos. Esta expresión puede ser la síntesis de una nueva conversación en torno al último libro de Julián Carrón (‘El despertar de lo humano’) que ha tenido lugar con motivo de la presentación del volumen digital en España. Un nuevo diálogo que ha roto la tradicional discontinuidad, incomunicabilidad, que habitualmente preside el mundo de los creyentes y de los no creyentes. Y no ha sido uno de esos habituales gestos ecuménicos en los que se cuida mucho de no pisar terrenos fronterizos ni afirmar certezas. El encuentro, celebrado telemáticamente el pasado miércoles, ha girado en torno a lo que uno de los ponentes, el periodista agnóstico Pedro Cuartango, llamó “la derrota del nihilismo”, o lo que la también la agnóstica Pilar Rahola denominó “el retorno de las preguntas que no queríamos plantearnos”. Dos agnósticos, dos católicos (el poeta Jesús Montiel y el propio autor del libro) más allá de los confines de dos mundos diferentes creados por la reciente historia de España. La razón de la experiencia, urgida por el desafío del coranavirus, no se aísla fácilmente en limites preestablecidos. El cristianismo, como aseguró Rahola, “cuando no es un concepto abstracto, cuando no son fórmulas que se repiten” sino una presencia luminosa, invita a “deslizarse de la duda a la posibilidad de creer”.

La conversación ha tenido especial valor: una ocasión más en la que las reglas de la sociedad secular –que obligaban a no hablar de ciertas cosas salvo en las sacristías– han sido superadas. La refundación de la democracia española tuvo, trescientos años después, su Paz de Wetsfalia en el pacto constitucional del 78. La historia de buena parte de los siglos XIX y XX de este país es una reedición de las guerras de religión entre laicos y católicos. La palabra guerra no es por desgracia una metáfora. Hasta que la transición a la democracia consagró un consenso en torno a ciertos principios sobre cuyos fundamentos ni se discutía ni se hablaba. Los postulados que van más allá de lo ético quedaron privatizados para garantizar la convivencia. Hay sin duda factores positivos en este proceso: el Partido Comunista con su estrategia de reconciliación nacional había renunciado a imponer un proyecto hegemónico a través del poder, como lo hacía la Iglesia católica tras el Concilio Vaticano II. Pero a la postre aquello se tradujo para los católicos tecnocráticos y los católicos de izquierda en una reinterpretación ética de su papel social. La experiencia de fe debía quedar oculta en la nueva ciudad. Pasando el tiempo, el consenso-sobre-los principios-de-los-que-no-se-discute se disuelve. Y vuelven a desarrollarse los recelos: hacia un mundo católico al que se le ve con la pretensión de imponer un mínimo ético ya no compartido y hacia un mundo laico al que se le acusa de querer reducir la diferencia a un pensamiento único.

La crisis del Covid, sin embargo, ha supuesto en España (y en el resto del mundo occidental) la aceleración de algunos aspectos de la sociedad “postsecular”. En ciertos sectores los viejos prejuicios seculares han desaparecido. Dios ya no es tabú. Estamos asistiendo, señalaba Julián Carrón, a un diálogo universal en toda la prensa sobre el sentido de la vida y de la muerte. Citando al primer Ratzinger de ‘Introducción al cristianismo’, el autor subrayaba que “tanto el creyente como el no creyente participan, a su modo, en la duda y en la fe”. “Todos nos hemos descubierto compañeros de camino, todos estamos descubriendo lo que sostiene nuestras vidas”, añadía, señalando la conexión entre lo particular (que antes había que privatizar) con lo universal. La afirmación de la certeza, en este caso una relación, no impide la conversación, la abre. Cualquier pretensión de hegemonía ha desaparecido. Carrón se mostraba encantado de su diálogo con Rahola y Cuartango porque le ayudaba a ir más al fondo de la racionalidad de la fe. “He escrito el libro para esto, para responder a estas preguntas: qué es religiosidad y por qué es razonable la fe. Y hablo con todo el mundo para comprobar esa racionalidad”. La fe no tiene que ser defendida de los que no creen, se enriquece con sus preguntas. Cuartango, lejos de dar un paso atrás ante una religiosidad anclada en la realidad, secundó la propuesta: “la pandemia ha hecho aflorar el sentido religioso en su sentido etimológico, como conciencia y como vínculo con el más allá”. Rahola confesaba: “lo que dice Julián me obliga a aceptar la posibilidad de creer”. Y horas después escribía en La Vanguardia que “aunque unos somos agnósticos y otros creyentes, todos acordamos que el Dios humano, ese que sufre y duele con los ¬dolientes, es una presencia luminosa”.

Sin duda un diálogo así no hubiera sido posible sin un presupuesto compartido. El dolor, la aparición de lo peor del ser humano, o la tentación del populismo (apuntada en la conversación) no puede ocultar lo que Cuartango llamaba el triunfo sobre la nada (“hemos visto gente que arriesgaba su vida para salvar a los demás”, “hemos descubierto que no nos podemos salvar solos”). Es la “experiencia de una dependencia positiva” que Jesús Montiel describía en la mirada de sus hijos. “Es la derrota de Sartre porque el infierno no son los otros”, que apuntaba Rahola. “El miedo no es lo primero, lo primero es el asombro”, señalaba Carrón. Asombro “ante una realidad que da pistas de Alguien”, comentaba Montiel.

No hay confinamiento entre dos mundos, todos somos religiosamente laicos cuando la realidad nos invita a usar la razón hasta el fondo.

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