Todo en el abrazo y en el llanto

Editorial · Fernando de Haro
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12 abril 2025
Un hombre, un joven, no puede vivir sin saberse estimado, sin saber que su identidad es la de alguien amado. Sin esa certeza la violencia se presenta como una vía de salida. 

Adolescencia es la serie de la que casi todos hablan. El argumento no recoge estándares sociológicos (ni todos ni la mayoría de los chicos viven así), pero ha servido para que muchos abran los ojos y se asomen al mundo en el que, de un modo u otro, viven su hijos  Y, con todo, Adolescencia no está dedicada a ese período de la vida en el que un niño se convierte en un hombre. En realidad la protagonistas de esta producción es la paternidad.

En los cuatro capítulos -rodados con un plano secuencia formidable, con un guion lleno de matices y con una interpretación excelente- se nos ofrecen cuatro puntos de vista de un drama que nos roba el aliento. Un niño de 13 años, Jamie Miller, es detenido como presunto autor del homicidio de una compañera del colegio. El chico vive en una familia normal, en un barrio normal. Su padre, su madre y su hermana le quieren bien.

Los profesores, los policías, los terapeutas, la hermana, la madre, pero sobre todo el comisario que lleva el caso y el padre de Jamie, tienen que hacer frente a un mal imprevisto, incomprensible, imposible de digerir.  El comisario y el padre – esta es su fuerza- se hacen preguntas ante una incógnita que desafía sus esquemas, ante un mundo que no sabían que existía: el de las redes sociales con unos códigos indescifrables para ellos, el de una violencia juvenil sobrecogedora, el de ideologías que se alimentan de la desinformación, el de las fronteras poco claras entre lo real y lo virtual. El padre de Jamie quiere entender qué hay dentro del corazón y de la mente de su hijo. En la relación con los jóvenes, los problemas por muy extremos que sean -y este es extremo-, no se pueden afrontar con un aproximación moral sino de conocimiento.

El padre ve como todo en su vida se ve invadido por un dolor extremo. Su hijo no se dedica a lo que él creía que se dedicaba. Todo se desmorona y todo sigue en pie. Su hijo sigue siendo su hijo y, con un gesto de paternidad sorprendente, lo abraza sin dejarse determinar por la traición, la mentira o el mal causado. No puede explicarse lo que ha pasado, pero el padre sabe que su hijo es su hijo. Jamie, que ha buscado la identidad masculina por los caminos más oscuros que se puedan transitar, recibe el abrazo de su padre antes de haber pedido perdón. Lo primero y lo último es el yo del otro -el yo del hijo-. Lo primero es que ese yo existe y que por  el hecho de existir es positivo. Tiene una positividad que ni siquiera está disponible para el propio Jamie. No la puede destruir.

En términos cristianos se puede decir que la misericordia no solo se refiere a la iniquidad cometida. La misericordia es, sobre todo, una afirmación del valor infinito del sujeto, haya hecho lo que ha hecho. La Semana Santa no recuerda hechos mitológicos.

El padre que abraza no queda libre de la onda expansiva del mal. Meses después está moral y psicológicamente destrozado. Se pregunta, entre lágrimas, qué ha hecho mal. Y aquí los espectadores, sobre todos los padres más jóvenes, empiezan a pensar, con razón, en las consecuencias del abuso del teléfono móvil, en los contenidos tóxicos de las redes sociales, en la desinformación, en la deformación cognitiva que genera el mundo digital. Pero en realidad todo el desafío tecnológico remite a un fenómeno que es de siempre: un hombre, un joven, no puede vivir sin saberse estimado, sin saber que su identidad es la de alguien amado. Sin esa certeza la violencia se presenta como una vía de salida.

¿Hay adultos dispuestos a bajar a estos abismos? Como refleja bien el personaje de la psicóloga, para descender a zonas tan oscuras no sirve una compasión blanda, no sirven las medias tintas, no sirven las normas. Solo sirve que haya personas capaces de desafiar a un adolescente, en su propio terreno y llamando a las cosas por su nombre, para que sea protagonista de su propia historia.

La serie acaba con el llanto prolongado del padre de Jaime. No conviene, como decía T.S. Eliot, tener demasiada curiosidad sobre los misterios del bien y del mal, lo que importa es encontrar suficiente luz para dar un paso y luego para dar el siguiente. Esto es lo que hace interesante para los adultos el desafío que suponen los jóvenes: les obliga a buscar razones y presencias que no se hayan quedado viejas.

Los guionistas seguramente no lo saben pero el llanto del padre es una petición para que esa misericordia más grande que el perdón se haga tangible.

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