Tímidos anónimos

Cultura · Juan Orellana
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26 octubre 2011
El consagrado director francés Jean-Pierre Améris, que ganó la concha en el Festival de San Sebastián de 2001 por La vida (C'est la vie), nos sorprende con un delicioso largometraje protagonizado por el gran cómico francés Benoît Poelvoorde (Nada que declarar) y la actriz Isabelle Carré (La pequeña Lola) y basada en experiencias propias y de conocidos.

Jean-René es el jefe de una fábrica de chocolate a punto de quebrar, y Angélique, chocolatera de talento, entra a trabajar allí aspirando a demostrar su virtuosismo. Pero para su decepción la contratan como comercial, trabajo para el que es negada, dada su patológica timidez. Jean-René es también otro neurótico en las relaciones sociales, y el conflicto estallará el día en que se enamoren el uno del otro y sean incapaces de comunicárselo… de una forma normal.

Esta simpática y muy divertida comedia romántica toma un tema tradicional como el enamoramiento entre un empresario y su empleada, y lo transforma en algo nuevo y original cuando convierte a sus protagonistas en dos enfermos de timidez. Ambos van a terapia, pero las circunstancias de la vida real van a ser sus verdaderas medicinas. El resultado es de una ternura hilarante y de una agradable positividad. Además se añade el aliciente de ser un film gastronómico, con un homenaje brillante a la artesanía del chocolate.

Detrás de su tono surrealista, y de su tratamiento hiperbólico del humor gestual -la interpretación de Benoît Poelvoorde entronca con Louis de Funes, Fernandel, hasta llegar a los grandes de la mímica como Chaplin o Buster Keaton-, la película es mucho más "realista" de lo que podría parecer a primera vista. Ese miedo a la vida, a lo incontrolado, ese pánico al otro, a la amenaza de una novedad es una característica del hombre posmoderno. Los personajes del film caricaturizan el rostro de nuestra sociedad de soledades que se gestionan a base de medidas de seguridad. Pero en el film también se trata de un asunto interesante: la aceptación del otro sin pretender que cambie. Es muy hermoso ese final -que no desvelamos- en el que aceptan sus límites y deciden lanzarse a la vida con ellos.

A pesar de ser francesa, la película no se recrea en ese estilo complaciente y frívolo tan galo, pero en cambio, sí expresa la exquisitez francesa en la dirección artística, la puesta en escena, y la maravillosa forma en la que se trata el chocolate. Muchas críticas que se escribieron tras su proyección en el festival de Tribeca terminaban con la misma advertencia al espectador: al salir del cine querrán comprar chocolate.

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