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Tiempo para un pueblo

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15 julio 2012
Hay quien asegura que España, quizás Italia, están ante la última oportunidad para salvar sus economías. El duro paquete de ajustes aprobado por el Gobierno de Mariano Rajoy el pasado viernes responde al memorándum para el rescate de la banca conocido como MoU (Memorandum of Urdestandiing on Financial-Sector Policy Conditionality) y a las condiciones para aplazar la reducción del objetivo de déficit al 3 por ciento fijadas por Ecofin.

Nos gustaría otra Europa. Nos gustaría una Merkel más comprensible, un Banco Central dispuesto a inyectar liquidez, a bajar drásticamente los tipos de interés, a comprar deuda sin límite. Una Unión que no ponga en cuestión lo acordado en el Consejo Europeo del pasado mes de junio, que nos permitiera ganar tiempo para no tener que soplar y sorber a la vez. Un euro con un gobierno económico capaz de hacer frente a la especulación de los mercados. Eso permitiría corregir sin prisas los profundos desarreglos causados por la burbuja inmobiliaria en el sistema financiero y los grandes desequilibrios de la economía española (falta de productividad, disfunciones de sistema del Bienestar insostenible y un largo etcétera). Pero esa Europa no existe y España, también Italia, necesita la Europa que hay. Para recibir el dinero necesario (hasta 100.000 millones en cuatro plazos según ha revelado Der Spiegel) con el que sanear las cajas, para poder seguir reclamando un respaldo que permita rebajar el insostenible 7 por ciento al que estamos pagando nuestra deuda. Aunque Jens Weidmann, el presidente del Bundesbank, haya hablado el pasado fin de semana de un rescate completo de las economías de España e Italia eso no se va a producir. No hay suficientes recursos. Así que no hay otra salida que seguir librando esta ya larga y extenuante pelea contra los mercados que se produce mientras tenemos una mano atada a la espalda, por la falta de un euro sólido.

Rajoy seguramente se ha equivocado en muchas cosas. La holgada mayoría absoluta de la que goza y el respaldo en las encuestas le hubieran permitido tomar las decisiones antes. Ha querido ganar tiempo para amortiguar el golpe. Pero hay que reconocer que una cosa de las que ha dicho estos días es incuestionable: no quedaba más remedió que aplicar el recorte de 65.000 millones de euros en los próximos tres años. Es sin duda discutible si es un recorte suficiente y si es el adecuado. En la información facilitada a los inversores internacionales se explica que se van a ajustar 56.440 millones hasta 2014 en tres años. El 40 por ciento va a venir fundamentalmente de la subida del IVA y el 60 por ciento restante de la reducción de gastos como el sueldo de los funcionarios o la prestación por desempleo. Ya veremos si la composición del ajuste (40 ingresos/60 gastos) satisface a los mercados. Dicen los analistas que para calmar a los inversores hubiera hecho falta una fórmula diferente, al menos un 70 ingresos/30 gastos. No es descartable que más adelante sea necesaria más tijera. Muchos tienen el convencimiento de que el sistema de protección por desempleo español desincentiva la búsqueda de trabajo. Ese sería un largo debate.

Lo que está claro es que las imposiciones de Bruselas, a un ritmo no deseable, establecen las bases para un saneamiento necesario de la economía española. De momento las protestas no son muy contundentes pero seguramente irán a más. Que haya una minoría que salga a la calle no es muy importante. Lo relevante es si existe un pueblo que sabe reaccionar con determinación ante la nueva situación. Es evidente que lo antiguo ha desaparecido y que hay que construir lo nuevo. En la reciente historia de España se han vivido dos ocasiones en las que ese sentido de pueblo ha sabido hacer frente a la dificultad. Una fue el Plan de Estabilización del 59 que permitió transformar la economía franquista. Hubo entonces recorte de los salarios, reducción del gasto, aumento de los impuestos. Y hubo también entonces una conciencia de que era necesario vivir de otra manera, trabajar codo con codo para salir adelante. Lo mismo sucedió en la transición, con los Pactos de la Moncloa. En la reciente historia italiana el esfuerzo de reconstrucción de la postguerra es otro buen ejemplo.

En aquellas ocasiones la energía surgía del deseo de levantar la nación, de la fuerza de estar en las cosas y no en los sueños. Deseo y realidad siguen siendo las dos herramientas para cambiar de mentalidad, para aumentar la confianza en el otro, para detectar las oportunidades, para estar dispuestos a lo nuevo. Son retos demasiado serios como para afrontarlos desde una posición individualista. Por eso más que nunca es el tiempo de estar realmente acompañados, el tiempo para construir un pueblo.

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