Editorial

Tiempo de transición, tiempo de la persona

Editorial · Fernando de Haro
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19 abril 2015
Rato detenido. La noticia corría el jueves por Madrid acompañada de una mezcla de sorpresa, incredulidad y también, por qué no decirlo, de satisfacción.   De esa extraña recompensa rastrera, hija de la envidia, que se siente cuando se ve caer a los poderosos.

Rato detenido. La noticia corría el jueves por Madrid acompañada de una mezcla de sorpresa, incredulidad y también, por qué no decirlo, de satisfacción.   De esa extraña recompensa rastrera, hija de la envidia, que se siente cuando se ve caer a los poderosos.

Rato lo había sido todo en la época de José María Aznar, entre mediados de los años 90 del pasado siglo y 2004. Su estrella incluso se prolongó más allá: se permitió,  de hecho, dejar la dirección del FMI en 2007, a medio mandato. Refundador de la derecha española, eficaz y duro en la oposición al “régimen socialista”, todopoderoso vicepresidente económico, brillante parlamentario, amigo de la prensa de izquierdas…, hubo una época en España en la que ninguna gran compañía ni banco daba un paso sin contar con su autorización. Era uno de los pocos políticos a los que los periodistas respetábamos. Se le atribuye el segundo milagro económico español: haber favorecido la creación de 5 millones de empleos, haber puesto de moda al país. Cuando él mandaba todo el mundo en Europa quería ser español. Y ahora el gran hombre es detenido por posibles delitos de fraude fiscal, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales. Es la tercera causa en pocos meses. En una de ellas, la salida a bolsa de Bankia, se le acusa de haber estafado a decenas de miles de accionistas.

El Gobierno de Rajoy anda noqueado. El presidente del Gobierno, a pesar de las evidencias, estaba convencido de que la recuperación económica le iba a devolver a los 5 millones de votantes que ha perdido. Quizás ahora se haya dado cuenta, por fin, de que los españoles piden respuestas no solo para la crisis económica, también  quieren soluciones para la crisis institucional. Los analistas repiten una y otra vez que España afronta un cambio de ciclo.

¿Pero de qué ciclo hablamos? Desde que la democracia volviera a España ha habido tres grandes ciclos políticos y dos epílogos. El primero fue el de la Transición. Toda una generación de políticos y profesionales se agruparon (en torno a la UCD) para gobernar y dotar al país de una Constitución. Aquel período acabó con la descomposición del partido creado ex profeso para el momento. Tomaron el relevo los socialistas, con Felipe González al frente.  Los chicos del PSOE eran  socialdemócratas apoyados por Alemania y Estados Unidos. Aquellos jóvenes, de una izquierda moderna que dejaba en la marginalidad a los comunistas, se pusieron al frente de la modernización del país. Murieron de éxito. Después de 14 años al frente del Gobierno la corrupción los puso en la calle. Se acabó el ciclo.

Pero hubo relevo. Aznar y Rato supieron fraguar una derecha liberal,  también a la altura de las circunstancias y menos  estatalista,  que propició una segunda modernización. Ahora habría que revisar el “milagro económico” de Rato, promovido por un modelo que le daba mucho protagonismo a la construcción y poco al  conocimiento. Pero las cifran son indiscutibles.

A partir de 2004 comenzaron los epílogos. Primero el de ocho años de  Zapatero. El segundo turno de los socialistas llegaba sin  proyecto  alguno debajo del brazo y con  mucho adanismo radical. Y,  después,  el epílogo de Rajoy que va para cuatro años. Ha normalizado la situación económica pero se ha limitado a hacer gestión en lugar de política. Ya hace  doce  años que en España no hay un auténtico ciclo político. En este tiempo la partitocracia ha aumentado y el capital de legitimidad de las instituciones se ha disuelto.

El ciclo socialista acabó en 1994 con la detención de Mariano Rubio, el que fuera  gobernador del Banco de España con Felipe González. La detención, aunque solo fuera durante unas horas de Rato,  puede significar no solo el fin del ciclo o del epílogo de los populares. Puede ser también el fin del período iniciado en la Transición. El problema es que ahora no hay un relevo claro como en el caso de González y de Aznar. Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, que gana metros por segundos, todavía está demasiado verde. Ni siquiera es diputado. Y además tiene que compartir el deseo de renovación con Podemos, la formación populista de Pablo Iglesias.

¿Qué hacer ante este desierto político? Hace unos días el historiador Juan Pablo Fusi, uno de los intelectuales más rigurosos y más libres del momento, aseguraba en el EncuentroMadrid que “España necesita ciertamente una regeneración política e institucional, pero lo que más necesita es una conversación nacional sobre qué es una sociedad justa, sobre lo que se debe o no se debe considerar un derecho”. En esa misma conversación,  el sociólogo Fernando Vidal señalaba que hay un deseo de cambio y que sería un error canalizar ese deseo hacia una “reestatalización”. “Lo que necesita España es sujeto –señalaba Vidal -, sociedad civil.  Los emprendedores, los profesionales, las vecindades, las instituciones civiles…son el sujeto de las  instituciones públicas. Lo que necesitamos son personas”.

¿Un nuevo ciclo basado en la persona? Nada de anarquismos liberales. El Estado, los partidos, las instituciones siempre serán necesarias. Pero puede que la energía  esté ahora en otra parte y que sea la hora de hacer la transición pendiente: la de la sociedad civil.  

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