´The Quireboys´, un sonido que viene de lejos

Cultura · Enrique Chuvieco
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14 octubre 2011
Sí señor, había encontrado un rock and roll bullanguero que elevaba el diapasón por encima de los 140 pulsos por minuto y que me sonaba a Slade por la velocidad de su ritmo, la arenosa voz de tenor del cantante y por el acompañamiento coral tan propio de mitad de los setenta. Pero Spotify apuntaba a otra diana: The Quireboys. Llegaron después de aquellos que tanto me gustaban en mi adolescencia y que son compatriotas suyos.

Había "cazado" en mi safari musical nocturno This Is Rock'n'roll; aquella pieza había que cocinarla pero antes había que conocerla para sacarle su mayor potencia nutritiva. Se saboreó bien porque era liviana en su textura y de fácil digestión. "Rifts" guitarrero en todos sus temas con mayor o menor premura, ejecutados con entusiasmo al socaire de las contorsiones de su cantante, Jonathan Gray "Spike" -nombre de guerra-, en el escenario, lanzando infantilmente el micro a lo alto como una mayorette o estrujando-soplando su armónica. Digestión fácil y, por tanto, con la intención de repetir esta mixtura como el que necesita ver alguna de la saga de Rambo de tarde en tarde para darse un ligero homenaje.

Los Quireboys comenzaron triunfando en su país y luego en Estados Unidos a mediados de los 90, pero llegaron los Black Crowes y los liquidaron a picotazos en las llanuras de Monument Valley. Demasiados "Pájaros negros" para los adolescentes tardíos de Newcastle, cuya música era más propia de un par de décadas anteriores cuando explotaron los shows de los rockeros "glam" ("glamour"), que se habían reconvertido de etapas anteriores, disfrazados con lentejuelas, plumas, supertacones, sombreros imposibles, exhibiendo exóticos animales al cuello, como boas constrictor, por ejemplo, y acicalados con maquillajes en gama de negros: toda una "perfomance" para predicar ambigüedad sexual. En fin, había que pasarlo bien y aquello -aparte de alguna buena música- era la fórmula sencilla y solución ideal para proporcionar el "colocón" adictivosexual (gogós en escenario incluidas) de fin de semana a los púberes de la época y para engordar la cuentas personales de músicos (Marc Bolan, David Bowie, Gary Gittler, entre otros) y de directivos de la industria discográfica del momento.

Entre los que se subieron al "carro" comercial, y fueron uno de sus abanderados, mis adorables lunáticos Slade. No tengo ningún empacho en reconocer que me engancharon ellos y algunos otros de aquellos "avispados". Sin embargo, creo que los Slade aportaban más proteínas que mi descubrimiento reciente.

No obstante, al volver a oír a los Quireboys, siento nostalgia de aquellas voces y de aquellos ritmos que han quedado atrás en este imparable galopar de mi reloj personal y les doy las gracias por abrir esa, mi ventana del tiempo, por la que se cuelan los sonidos de Cum On Feel The Noize, Mamma We´re All Crazee Now, Time To Rock, Run Run Away, Keep on Rockin y Coz I Love You.

Prometo que un día me ocuparé de vosotros, Slade.

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